Zapatero en la pendiente

El presidente del Gobierno, José Luis Rodrí­guez Zapatero, atraviesa uno de los momentos polí­ticos más difí­ciles desde su llegada a La Moncloa. A lo largo del último año, las encuestas muestran el desapego de sectores cada vez más amplios de votantes socialistas, desencantados con los titubeos y las contradicciones en asuntos particularmente sensibles para la izquierda y que el propio Ejecutivo habí­a enarbolado para colocar a la oposición entre la espada y la pared.

Gestionar el desgaste no resulta fácil ara ningún dirigente político. En el caso de Zapatero, la tarea se complica aún más porque el ascendiente sobre su partido no se basa en la determinación y el acierto a la hora de dirigir un proyecto claramente formulado, sino en prometer (y lograr) victorias electorales a cambio de que se acaten sus criterios cambiantes en función de cada coyuntura. ABC.- Todo partido tiene un instinto propio de supervivencia que se activa cuando empieza a salirse del carril que lo mantiene en el poder. El del PSOE ya se ha activado y Rodríguez Zapatero lo sabe. Su problema es demostrar que tiene capacidad para despejar los temores que se están extendiendo en su formación. EXPANSIÓN.- La Comisión Europea no debería quedar impasible ante este soberanismo económico que ahora practica Alemania para, a base de tirar de ayudas públicas, imponer garantías de producción y empleo en sus fábricas a costa de recortarlos en otros países de la UE. Editorial. El País En la pendiente El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, atraviesa uno de los momentos políticos más difíciles desde su llegada a La Moncloa. Si hasta ahora los electores y los miembros de su propio partido habían pasado por alto los modos presidencialistas exhibidos en el nombramiento del Ejecutivo y en la toma de decisiones, la creciente sensación de que Zapatero actúa con imprevisión y ligereza frente a una de las crisis económicas más graves de la historia está comenzando a pasarle factura. A lo largo del último año, las encuestas muestran el desapego de sectores cada vez más amplios de votantes socialistas, desencantados con los titubeos y las contradicciones en asuntos particularmente sensibles para la izquierda y que el propio Ejecutivo había enarbolado para colocar a la oposición entre la espada y la pared. Entre otros, la memoria histórica, las relaciones entre la Iglesia y el Estado o la política exterior basada en principios éticos. Gestionar el desgaste no resulta fácil para ningún dirigente político. En el caso de Zapatero, la tarea se complica aún más porque el ascendiente sobre su partido no se basa en la determinación y el acierto a la hora de dirigir un proyecto claramente formulado, sino en prometer (y lograr) victorias electorales a cambio de que se acaten sus criterios cambiantes en función de cada coyuntura. Si, como viene sucediendo desde el principio de la crisis económica, surgen dudas acerca de que esas victorias electorales puedan repetirse, es entonces su peculiar manera de ejercer el liderazgo lo que pierde fundamento y, por tanto, lo que queda en entredicho. Es seguramente ahí donde habría que buscar una de las principales causas del malestar que empieza a cundir en las filas socialistas; un malestar multiplicado por el hecho de que la actual dirección ha desmantelado los espacios orgánicos en los que debía desarrollarse el debate interno. Los dirigentes socialistas que discrepan del imprevisible contorsionismo desarrollado por el jefe del Ejecutivo no están teniendo, así, otro camino que el silencio resignado o el abandono de la política. En una sola semana, tres ex ministros han dejado su escaño y es previsible que otros lo hagan próximamente. Consciente de esta situación -que, sin embargo, se sigue negando-, Zapatero encara la reunión del comité federal del partido el próximo fin de semana. Es posible que consiga suscitar un cierre de filas en torno a su figura; pero si es a costa de aplazar los debates reales, será un paso en falso. Como jefe de Gobierno, Zapatero ha querido actuar con los mismos criterios que como jefe de partido. El nombramiento de ministros no ha obedecido a razones políticas identificables, ni su cese. Y una vez en el cargo no se les ha reconocido una competencia exclusiva sobre su departamento, sino que han visto constantemente zapada su labor por las intervenciones de un presidente que los puentea y los desautoriza sin reparar en el coste político e institucional que esta forma de actuar representa para el máximo órgano de dirección política del país. Solbes no es el único que ha sufrido este desgaste, pero sí constituye el caso más grave por la importancia del cargo. Competencias relevantes como Universidades, claves para el nuevo modelo productivo que proclama el Gobierno, han transitado sin motivos de peso entre varios ministerios, igual que Asuntos Sociales. Los titulares de Industria y de Ciencia se han disputado otras competencias y se han dado hasta codazos en organismos internacionales. Vivienda se creó contra la burbuja inmobiliaria, pero se ha mantenido con los precios de los pisos a la baja. Y, desde el punto de vista formal y contra toda lógica institucional, el propio presidente es responsable de Deportes. Si el Gobierno que preside Zapatero desea alejarse de la pendiente por la que se está precipitando y asegurar su continuidad, y, lo que es más importante, liderar la recuperación económica y no la marcha hacia el abismo, es preciso un cambio. Pero no sólo de unas políticas que no se sabe bien del todo en qué consisten, sino de una forma de decidirlas y ejecutarlas que está alcanzando unos niveles de confusión sin precedentes, especialmente en asuntos de tanta trascendencia como la lucha contra una crisis que nos acompañará aún mucho tiempo. EL PAÍS. 16-9-2009 Editorial. ABC Nervios en el PSOE LA votación de una iniciativa presentada por Convergencia i Unió para suprimir el impuesto de sucesiones provocó ayer en el Congreso de los Diputados un auténtico estado de nervios en las filas del Grupo parlamentario socialista. Sus dirigentes han llegado a asegurar estos días en privado que con tal de no quedar «en minoría» en el debate de la propuesta nacionalista -a la que se oponían- y no perder la votación estaban dispuestos a abstenerse, o incluso a votar a favor. Finalmente, la mayoría presente en la Cámara Baja fue favorable al Gobierno y la propuesta no salió adelante, pero es evidente que, de ahora en adelante, el Parlamento va a ser un banco de tortura para el PSOE, forzado a negociar hasta el último momento y dispuesto a incurrir en la esquizofrenia de votar en contra de lo que defienda con tal de no aparecer derrotado ante la opinión pública. Rodríguez Zapatero no puede permitirse que continúe la dinámica de descrédito en la que se encuentra su Gobierno tras las renuncias de tres ex ministros a sus escaños. Particularmente dura le está resultando la salida de Pedro Solbes, quien fuera, además de vicepresidente y ministro de Economía, su «número dos» en la lista del PSOE por Madrid en las últimas elecciones generales. No se ha ido un cualquiera, y tampoco por nada, aunque el presidente del Gobierno quisiera presentar -un tanto despectivamente- su renuncia como un «descanso» al que Solbes tenía derecho. El PSOE está notoriamente alarmado por la imagen que transmite de desconfianza interna, bien visible en el gesto de la portavoz adjunta en el Congreso, María del Carmen Sánchez, de retar a los críticos a que den la cara. Ya se sabe que en el PSOE causó temor la frase de que «quien se mueve no sale en la foto», pero todo partido tiene un instinto propio de supervivencia que se activa cuando empieza a salirse del carril que lo mantiene en el poder. El del PSOE ya se ha activado y Rodríguez Zapatero lo sabe. Su problema es demostrar que tiene capacidad para despejar los temores que se están extendiendo en su formación. Con el Gobierno que preside y con la actual dirección del partido, elegida por él, es muy poco probable que lo consiga, incluso en la hipótesis de abrir una nueva crisis de Gobierno antes de comenzar la presidencia europea, una de sus últimas bazas para remontar políticamente antes de empezar un ciclo electoral que comenzará en las autonómicas catalanas de otoño de 2010 y finalizará con las generales de 2012. ABC. 16-9-2009 Editorial. Expansión Figueruelas: Merkel se cobra la factura de E.On El ministro de Industria, Miguel Sebastián, admite que cuanto más conoce aspectos de la compra de Opel por parte de Magna menos le gusta la operación. No es extraño el malestar manifestado por el ministro. Cuando se conoció el interés del fabricante por Opel, el pasado mayo, Sebastián subrayó entonces que Figueruelas es “la joya de la corona de Opel”, que la planta no sufriría ajustes, y expresó su convencimiento de que Berlín sería “leal” con España. Desgraciadamente sus vaticinios no sólo no se han cumplido, sino que ahora teme que su paso por Industria acabe siendo recordado como el momento en que se incubó el desmantelamiento de Figueruelas. Pese a que esta factoría es la más productiva de Opel, la operación de Magna contempla un drástico recorte de producción. Desaparecerá una de sus dos líneas de fabricación, reduciendo su capacidad máxima anual a 320.000 unidades, cien mil menos que en 2008. Esto supondrá la eliminación de 1.640 empleos de los 7.000 con los que cuenta la factoría, lo que colateralmente supondría mermar en 3.000 puestos de trabajo adicionales la industria auxiliar. Un auténtico varapalo para la economía aragonesa, que incluso podría ser admitido como un mal menor si no fuera porque lo que realmente preocupa al Gobierno es que a medio plazo la planta acabe siendo desmantelada como consecuencia de las servidumbres derivadas de asegurar la viabilidad de las cuatro plantas que hay en Alemania. Este será, de hecho, uno de los activos con los que Merkel concurrirá a la reelección en las elecciones alemanas el próximo día 27. Y aquí reside buena parte de la explicación de por qué el cierre de la operación ha quedado subordinado más bien a criterios políticos –quedar bien con los alemanes– que a los de pura eficiencia económica. Se puede decir que la canciller Merkel ha sido “leal” consigo misma. Aunque tampoco se puede decir que la atolondrada diplomacia española, más centrada en reír las gracias a los populismos iberoamericanos, haya hecho mucho en este asunto. Probablemente también sean muchos los que al ver ahora cómo desde España se apela a la aplicación de criterios industriales y europeístas a la operación recuerden el rechazo frontal del Gobierno español en su día, con más criterios políticos que económicos, a la entrada de la alemana E.ON en Endesa. Se da la paradoja de que el fue el propio Sebastián, entonces en la oficina económica de Moncloa, uno de los muñidores del bloqueo a la eléctrica alemana. Tanto uno como otro son dos malos precedentes de un nacionalismo económico totalmente injustificado en una genuina unión monetaria y económica. La Comisión Europea no debería quedar impasible ante este soberanismo económico que ahora practica Alemania para, a base de tirar de ayudas públicas, imponer garantías de producción y empleo en sus fábricas a costa de recortarlos en otros países de la UE. EXPANSIÓN. 16-9-2009

Deja una respuesta