Solo una especie social podía “robar el fuego a los dioses”, a la naturaleza, y a su vez el control del fuego permitió un nuevo salto en las sociedades humanas
Algunos de los fósiles encontrados en la Sima de los Huesos, dentro del yacimiento de Atapuerca, nos hablan de la naturaleza social de aquellos grupos de Homo antecessor que vivieron en la sierra burgalesa hace cientos de miles de años.
Uno de ellos es un cráneo de una niña que tenía 10 años al morir. Vivió hace 530.000 años, y padecía graves alteraciones morfológicas, diagnosticadas hoy como craenosinostosis, una enfermedad que provoca un retraso psicomotor.
Ana Gracia Tellez, bióloga vinculada a la investigación de los restos de Atapuerca desde 1986, confirma que “a pesar de estas desventajas el individuo sobrevivió más de cinco años, lo que sugiere que su condición patológica no fue un impedimento para recibir la misma atención que cualquier otro niño”. Concluyendo que “esto “es una evidencia de comportamiento altruista de la que carecíamos y que no existe en el mundo animal”. Por eso a su propietaria se le dio el nombre de “Benjamina”, que en hebreo significa “la más querida”.
No es el único caso similar documentado en Atapuerca. Cuando se descubrió la pelvis mejor conservada de todo el registro fósil mundial se la bautizó como “Elvis”. Perteneció a un individuo que padeció graves enfermedades degenerativas, que le producían intensos dolores, le obligaban a utilizar algún tipo de apoyo para caminar. No estaba en condiciones de cazar ni de desarrollar otra actividad productiva, pero sin embargo alcanzó los 45 años de edad, un anciano entonces. Y el grupo al que pertenecía, cazadores nómadas, lo alimentaron y cuidaron.
¿Qué nos dicen estos hechos? Que ya en el Homo antecessor existían profundos vínculos sociales entre los miembros de la comunidad, que incluían comportamientos de lo que se ha llamado “altruismo social”. No debemos identificarlo con un “buenismo” estúpido. Existen episodios de violencia documentados en Atapuerca, desde el canibalismo al infanticidio o las agresiones. Hablamos de algo objetivo, que no depende del carácter individual. La supervivencia de todo el grupo dependía de su cohesión social, de fortalecer las relaciones de apoyo mútuo, en la producción y más allá de ella. Es pues un comportamiento social. No inscrito en “genes altruistas” que se transmiten a las futuras generaciones. Sino en la condición del hombre como ser social. Algo tan profundo que ya encontramos reflejado en especies del género Homo anteriores a la nuestra.
Juan Luis Arsuaga, uno de los codirectores del equipo de Atapuerca, lo concentra en una afirmación contundente: “uno no elige ser un ser social”. Porque “nada es casual en nuestros comportamientos: si somos sociales es por una necesidad”. Ejemplificando que “en un momento de la evolución, el ser humano se vio en la necesidad de colaborar porque eso le ayudaba a ser cazador y a no ser una presa fácil”.
Este carácter social, consustancial a la humanidad, ha sido motor de algunos de los cambios más importantes que han acabado originando nuestra especie, el Homo sapiens.
Domesticando el fuego
Hay especies que se aprovechan del fuego, carnívoros que se alimentan de animales muertos en un incendio, o hervívoros que acuden a territorios donde brotes vedes surgen de la tierra calcinada. Pero las del género Homo son las únicas que han sido capaces de domesticar el fuego.
En numerosas culturas, la posesión del fuego se convierte en un episodio mítico en el nacimiento de la humanidad: Prometeo lo robó a los dioses para entregarlo a los hombres, pero Loki hizo lo mismo en la mitología nórdica, o Maui en la Polinesia. Es el reflejo en la conciencia de la importancia clave que para la humanidad supuso domesticar el fuego. ¿Pero cómo se produjo? ¿Y por qué solo las especies humanas han sido capaces de hacerlo?
Fue un largo proceso de aprendizaje. Primero se “robó” el fuego, transportando y conservando el originado de forma natural. Y solo luego se aprendió a producirlo.
Está documentado que el Homo erectus era capaz de utilizar el fuego hace un millón de años, y consiguió “domesticarlo” hace 500.000.
La posesión del fuego implica, incluso antes de su producción intencionada, una vida social ya compleja, donde empiezan a dividirse las tareas. Adquirir y conservar el fuego no era algo que pudiera hacer un individuo, era necesaria la participación de todo el grupo social. Es preciso conseguir las brasas naturales y transportarlas al campamento sin que se apague, luego es necesario “vigilar” el fuego de forma permanente, para que no se apague y para que no lo roben otros grupos.
Solo una especie social podía hacerlo. Las consecuencias de hacer “robado el fuego a los dioses”, es decir a la naturaleza, fueron de tal magnitud que sin ellas no existiría la humanidad tal y como hoy la conocemos.
El control del fuego permitió construir hogares donde cocinar los alimentos. Su importancia no estriba en que hiciera más sabrosos los alimentos. Eso es algo prescindible. Lo que permitió fue poder comer unos y aprovechar mejor otros. Ciertas plantas no digeribles sin cocción (tubérculos, tallos, hojas maduras, raíces gruesas…) pasaron a formar parte de la dieta. Y se facilitó la ingestión de carne. La cantidad de energía necesaria para digerir una porción de carne cocida es menor que para un trozo similar de carne cruda.
El fuego multiplicó la productividad de la alimentación. Ya no era necesario un tubo digestivo tan desarrollado. Pudo acortarse… y dedicar ese ahorro de energía a un nuevo salto en el desarrollo del cerebro.
Pero el control del fuego tuvo otra consecuencia incluso más decisiva: aumentar la cohesión social del grupo. La actividad ya no quedaba reducida a las horas diurnas, en torno al fuego el grupo estrechó relaciones, la sociabilidad se incrementó, afectando a la comunicación o a la posibilidad de poblar espacios de clima frío…
Esta es la relación compleja, que se retroalimenta. Solo un grupo social podía domesticar el fuego, y al hacerlo tuvo mejores condiciones para desarrollar, fortalecer y complejizar las sociedades humanas. Un proceso, como la organización social como motor, que sentó las bases incluso para cambios biológios, como el salto en el grado de encefalización que se produce a partir de hace unos 300.000 años y que desemboca en nuestra especie, el Homo sapiens.