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Weimar o las consecuencias de humillar a los ciudadanos

Grecia es un síntoma, un laboratorio en el que algo está naciendo o puede resurgir en el sur y en la llamada Mitteleuropa: el auge del fanatismo antidemocrático como respuesta a una creciente pobreza, inseguridad y desesperanza de los ciudadanos. Sociedades donde reina la impunidad; donde se hunde la economía, donde se roba, se defrauda y se evaden impuestos y donde ningún responsable da la cara ante la Justicia ni pisa una cárcel. Ciudadanos que se sienten olvidados y humillados por una clase política que parece un pelele controlado por unos poderes económicos que nadie ha elegido en las urnas. Partidos tradicionales -y particularmente del ámbito de la izquierda- que cosechan derrotas electorales y que ni tienen ahora, ni prepararon en el pasado, respuestas a la crisis que se veía llegar. Y auge de partidos alternativos y populistas, especialmente de extrema derecha, que usan la fuerza y no los argumentos para canalizar y aprovecharse de la rabia y la frustración que sienten muchas personas.

Atenas, escribía hace unos meses Aristides Hatzis, profesor de Derecho en la Universidad de Atenas, recuerda demasiado peligrosamente a Weimar. Los griegos se ven castigados por los planes de ajuste de Bruselas como los alemanes, en su día, se vieron machacados por las reparaciones de guerra impuestas en el Tratado de Versalles. Y de aquella opresión económica y psicológica surgieron las SA, las fuerzas de asalto compuestas por matones y soldados desmovilizados tras la I Guerra Mundial, lo mismo que en Grecia ha surgido Amanecer Dorado, que se dedica a apalear o a aterrorizar a inmigrantes muertos de hambre, anarquistas, adversarios políticos y personajes del mundo de la cultura. Amanecer Dorado, que consiguió un 7% de votos en las últimas elecciones de junio, lograría hoy el doble gracias a que, como hizo Hamás en Gaza, también ha montado servicios de apoyo para los más pobres. Pero también patrullas paramilitares que persiguen a quienes han llegado a Grecia desde otros Terceros Mundos y a los que nadie quiere o puede ayudar.

Y, como hacían los nazis en sus primeros tiempos en el Parlamento alemán, los parlamentarios de Amanecer se comportan como auténticos atorrantes que dificultan cualquier discusión seria y amenazan de palabra o de hecho a sus compañeros de escaño. En la madrugada de ayer martes una oficina de este partido situada a las afueras de Atenas fue asaltada con explosivos. No cabe duda de que este incidente tendrá consecuencias. El enfrentamiento en las calles no es descartable y hay quienes recuerdan con pavor la devastadora guerra civil que vivió Grecia tras concluir la Segunda Guerra Mundial. Las semillas del odio germinan mejor cuando se mezclan el declive democrático con el hambre y la decadencia.

Un malestar social que busca chivos expiatorios

Ese malestar social frente a la amenaza de la crisis cristaliza en muchos países del área de la Europa central y oriental en forma de resurgir de nuevos nacionalismos, populismos y antisemitismo. Es el caso de Hungría, donde un partido de extrema derecha, Jobbik, que consiguió un 17% de votos en las elecciones de 2010, tiene un portavoz de asuntos internacionales que ha exigido hacer una lista de los judíos que están presentes en puestos de máxima responsabilidad en el Gobierno, en el Parlamento y en los medios de comunicación del país.

El Gobierno de Viktor Orban no ha rechazado esa demanda con firmeza, porque el propio Orban y su partido, Fidesz, acentúan cada vez más su tendencia nacionalista, intentando conseguir más y más seguidores en el campo de la extrema derecha que domina Jobbik. En esta línea se entienden los homenajes oficiales que se están realizando para ensalzar a figuras políticas e ideólogos del pasado que apoyaron el movimiento de los Flechas Cruzadas, colaboradores de los ocupantes nazis. En el nuevo plan de estudios de las escuelas húngaras, varios escritores antisemitas figuran como lectura obligatoria.

La añoranza del pasado y la inseguridad ante el futuro es lo que ha movido a un creciente movimiento nacionalista polaco a manifestarse en las calles de Varsovia hace un mes, en el Día Nacional, por segundo año consecutivo. Poco después, se informaba de que la Policía había detenido a un ciudadano que pretendía haberse cargado a base de explosivos a buena parte de la élite polaca en un pleno del Parlamento, a la manera del noruego Anders Brevik.

También en Rumanía, que celebra este domingo elecciones parlamentarias, las tiradas populistas y nacionalistas están a la orden del día, canalizadas a través de las televisiones privadas que le están dando la campaña electoral prácticamente hecha al primer ministro, el socialdemócrata Víctor Ponta. Sus propietarios, oligarcas que se hicieron ricos tras la caída de Ceaucescu, están empeñados en evitar por todos los medios que los jueces independientes, apoyados por el presidente Basescu, hagan su trabajo y no dudan por ello en destrozar la reputación y poner en duda la honorabilidad de cualquiera de sus adversarios.

Son tres ejemplos de miembros de la Unión Europea, de la Europa central y oriental, pero esos sentimientos racistas, xenófobos y antidemocráticos también existen en la República Federal. En la parte oriental, según un estudio de la Fundación Friedrich Ebert, uno de cada seis alemanes se proclama de extrema derecha. En la parte occidental, uno de cada 14. En el Este y en el Oeste, uno de cada tres piensa que los judíos se aprovechan del recuerdo del Holocausto y el 60% de todos los alemanes tiene una opinión negativa sobre el Islam. Allá donde los seres humanos se ven y se sienten como perdedores prende con más fuerza la llama de la intolerancia y del neofascismo. Weimar parece muy lejana, pero está más cerca en algunos corazones de lo que se cree…

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