Cine

Watchmen, adaptación descafeinada

Watchmen describe una realidad alternativa en la Norteamérica de la guerra frí­a. Superhéroes con cierta vulgaridad se encuentran perseguidos por un gobierno que les ha utilizado, y esperan la inminente guerra nuclear. El director de la pelí­cula ha mimetizado las viñetas y las ha convertido en espectaculares fotogramas; sin embargo no reside ahí­ el merito de adaptar una novela con un complejo trasfondo filosófico y crí­tico, que queda minimizado en su versión cinematográfica.

El director de Zack Sneyder arece haberse especializado en adaptaciones superficiales en las que prima únicamente el aspecto estético. Debutó con “El amanecer de los muertos”, remake del clásico de serie B de George A. Romero, para “consagrarse” con la absurda apología militarista “300”, adaptada a su vez del cómic de Frank Miller. Ahora con “Watchmen” confirma las pobres expectativas, Sneyder es el principal exponente del abandono progresivo de la elaboración de los guiones, y la popularización de los espectaculares efectos visuales como razón de ser de la industria de Hollywood.Alan Moore recuerda que Watchmen se hizo pensando en "buscar elementos narrativos que fueran únicos en los cómics" y que la misma idea de transformarlo en película era contradictoria y sólo respondía a intereses económicos de los que él no quería ser partícipe.El cómic original, publicado ahora hace 23 años, mostraba el lado débil, mezquino y fascista de los superhéroes, con una compleja estructura basada en múltiples narradores. Venerado por muchos como precursor de lo que ahora entendemos por novela gráfica, ahondó en una contradicción política e ideológica de la América de los 80.Sin embargo la adaptación se ha convertido en una especie de juego de “encuentra las diferencias” sólo para fans. Las reflexiones críticas son sustituidas por escenas rodadas como un videoclip musical, y los vulgares justicieros enmascarados del cómic son convertidos aquí en guapos musculosos al uso.La película va de menos a más y empieza a perder interés a partir de la mitad, presa de ese intento de mímesis estética que desprecia el contenido de la narración y banaliza su mensaje. Existe un claro ejemplo del abuso de tópicos al que ha recurrido Sneyder: La obsesión del director por el subrayado es el motor detrás de una elección de canciones obvia y desafortunada. El despropósito llega al paroxismo en el Halleluyah de Leonard Cohen, que sirve de banda sonora a la escena de sexo más kistch de la historia.

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