Hay quien ha dicho estos días, a propósito del giro de 180 grados dado por Zapatero al aprobar el plan de recortes, que su origen hay que buscarlo en que al presidente del gobierno «le han cantado las cuarenta en Bruselas». Sin embargo, se olvidan quienes afirman esto de aquello de que donde hay patrón no manda marinero. Y que todas las convulsiones que está sufriendo Europa estos meses están determinadas, además de por los propios problemas internos generados por la crisis de la deuda y del euro, por un factor externo: la sacudida que EEUU se ha visto obligado a dar a todo su sistema de alianzas -y en primer lugar a Europa- para poner en orden las filas.
No es ya que Obama llamara a “cobro revertido” a Zaatero para darles órdenes terminantes, sino que estos días se está poniendo también de manifiesto cómo Washington trata de poner firmes a Berlín La ‘zona cero’ de la crisis europea Una serie concatenada de artículos aparecidos esta semana en dos de los más cualificados portavoces de la oligarquía financiera norteamericana, el Washington Post y el New York Times, nos ponen sobre la pista del aumento de las tensiones entre la cabeza del sistema de alianzas norteamericano en Europa, “el virrey alemán”, y el propio centro del imperio. El pasado 21 de mayo, un artículo del Washington Post significativamente titulado “Olvídese de Grecia, el verdadero problema de Europa es Alemania” empezaba con una afirmación demoledora: “la zona cero de la crisis de la deuda, de la moneda y de los bancos en Europa no está en Grecia o Portugal, en Irlanda o incluso en España. Está en Alemania” ¿Por qué en Alemania? El mensaje lanzado desde esas líneas parecería dirigido, en una primera lectura, a una cuestión meramente económica: las recetas necesarias para lograr una mayor estabilidad económica de la zona euro. Pero, en realidad, leído desde quién, cuándo, cómo y para qué lo dice introduce un elemento geoestratégico de primer orden que va directamente al centro de la naturaleza de las relaciones entre la cabeza del imperio y su virrey europeo. En primer lugar, el artículo fija la atención en el hecho de cómo la combinación entre el diseño de la UE y la moneda única y la política del BCE y de Alemania en estos 10 años de existencia del euro ha creado un desequilibrio alarmante y potencialmente desestabilizador. De una parte un enorme superávit comercial (y la consiguiente acumulación de excedentes de capital) para Alemania, y por la otra unas economías, las del sur de Europa, condenadas a mantener una “industria no competitiva” o “enormes burbujas inmobiliarias” alimentadas por la excedentaria acumulación de capital alemana. En estas condiciones, dice el Washington Post, tratar de poner una “camisa de fuerza fiscal”, cuya máxima expresión son los nueve puntos de reforma de los tratados europeos expuestos recientemente en el Bundestag por Merkel y que apuntan hacia la creación de una especie de protectorado económico alemán sobre el resto de Europa, es una “solución equivocada”. En dos aspectos. Por una parte porque significa condenar a la recesión y al estancamiento a las economías más débiles del sur de Europa por muchos años, alimentando así todavía más los desequilibrios que están en el origen de la triple crisis europea, crisis que en su desarrollo puede llegar a afectar de forma significativa a los intereses globales de la oligarquía financiera yanqui, en particular al delicado equilibrio que mantiene con China. Y que los vasallos europeos, en particular una Merkel que debería estar al mando de la región, en vez de aumentar la recaudación de los tributos que paga la provincia europea al imperio en una situación de máximas dificultades económicas provocadas por una crisis aún no resuelta, se dedique a poner palos en las ruedas, metiendo presión añadida en el flaco más débil de EEUU (las relaciones con China) resulta del todo punto intolerable para los intereses globales de la hegemonía yanqui. Pero por el otro lado, y este es el mensaje más importante viniendo de la capital imperial, mantener esta situación y aumentar los desequilibrios en la UE supone seguir acumulando capital excedentario (y por lo tanto poder político regional) en el centro del poder local europeo, Alemania. Lo que, de rebasar un cierto umbral crítico puede llegar a entrar en rumbo de colisión con los intereses del sistema global de alianzas yanqui. Impulsar una salida a la crisis que provoque un excesivo fortalecimiento de la hegemonía regional alemana en Europa es algo que, pese a que sólo la línea Bush lo formuló explícitamente de forma política, contraviene las reglas básicas y el orden impuesto por Washington en la cadena imperialista para los países sometidos a su dominio y control: a nadie le está permitido acumular la suficiente fuerza para poder llegar a convertirse en una alternativa de poder, ni siquiera regional, a la hegemonía yanqui. Peligrosa fuente de vulnerabilidad Un planteamiento que enlaza directamente con otro artículo del New York Times, publicado sólo dos días antes y titulado “La promesa perdida del euro”, donde este mismo punto fuerte del análisis está hecho de una forma mucho más abierta y explícita. En él, se valora en primer lugar el triple objetivo que guió a las principales fuerzas en presencia en el tablero europeo al impulsar el nacimiento del euro, haciendo un repaso histórico de sus tres figuras claves, Kohl, Miterrand y el actual ministro alemán de finanzas Wolfang Schaüble. Para Alemania se trataba de “dar forma al futuro de Europa”, para Francia de “fijar cadenas económicas en torno al poderío de una Alemania reunificada”, y para ambos, es decir, para el eje franco-alemán, “liberarse del incierto abrazo político y económico de Estados Unidos”. Asunto que, además, el periódico aprovecha para dar un irónico toque de atención a Obama, señalando lo incongruente de su intervención al presionar a Merkel para la aprobación del plan de rescate: “un presidente estadounidense insta a la canciller alemana para apuntalar una unión monetaria que estaba destinada a reforzar la independencia financiera de Europa de los Estados Unidos”. Tras ese breve repaso histórico, se pasa a señalar cómo, a pesar de que Berlín sí supo predecir en su día los desequilibrios entre Alemania y el resto de socios que el euro iba a crear (aprovechándose a conciencia de ellos durante todos estos años), “fue incapaz de prever” que al financiar los déficit de los Estados del sur con el objetivo de que pudieran seguir comprando sus mercancías a pesar de su creciente y acelerada pérdida de competitividad, en caso de una severa crisis esto se transformaría, de “símbolo de su gran poder”, en una “peligrosa fuente de vulnerabilidad”. Vulnerabilidad que viene, por un lado, del hecho de que sustanciales cantidades de su capital bancario hayan quedado atrapados en la “trampa de la deuda” de los países del sur, teniendo que organizar un gigantesco plan de rescate para salvar a los bancos alemanes, objetivo último del mutimillonario fondo de rescate europeo, tal y como ha sido denunciado con rotundidad por la propia izquierda alemana durante su discusión en el Bundestag. Pero vulnerabilidad también, por otro lado, porque cómo advierte con perspicacia el artículo, los planes de ajuste diseñados desde Berlín y el FMI “es probable que lleven a un mayor desempleo y disturbios civiles graves” en los países del sur de Europa. Algo que inevitablemente choca con los intereses de Washington: no es admisible que el virrey europeo, el encargado teóricamente de gestionar con eficacia sus intereses en Europa, pueda llegar a provocar convulsiones políticas y sociales (“disturbios civiles graves”) en la periferia del sistema imperial a causa de su voracidad confiscatoria con respecto a los países más débiles. Advertencia apocalíptica Para terminar, el artículo del New York Times pone el acento en la previsible fase de agudización de las tensiones a la que se encamina Europa en el futuro inmediato. Pues mientras más rechace Alemania la idea de que es su excesiva fortaleza económica una de las principales causas de los enormes desequilibrios regionales, mayores serán las posibilidades de que “las distintas percepciones del poder alemán” hagan germinar y desarrollen “las semillas de un descontento potencial mucho mayor”. Dicho en otras palabras, o Berlín levanta el pie del acelerador de la presión política y económica a la que está sometiendo a sus socios, o es previsible que asistamos a una agudización de las tensiones y conflictos, tanto entre la propia superpotencia y Alemania, como entre ésta y las oligarquías europeas asociadas a ella en un proyecto común. No digamos ya, por supuesto, con los países y pueblos sometidos a la rebaja salarial, el trasvase de riqueza y la degradación regional. Para acabar, el New York Times, haciendo un guiño al poderoso lobbi judío con el que mantiene históricamente estrechos y profundos vínculos, lanza una advertencia apocalíptica que encierra una más que implícita mención al holocausto y la Alemania nazi. No porque consideren que ese es el curso que van a seguir los acontecimientos, pero sí como un claro y explícito mensaje de que, en caso de que al ‘virrey europeo’ se le ocurra desmandarse demasiado o no acatar con diligencia las directrices, las armas políticas que Washington puede llegar a movilizar para frenarlo, tienen ese grado de contundencia: “La Unión Monetaria fue una vez una brillante esperanza para frenar la capacidad demoníaca de Alemania para desbaratar Europa. Ahora parece estar haciendo todo lo contrario.” Hace unos años, durante el gobierno de mayoría absoluta de un Aznar que, en plena luna de miel con Bush, se había convertido (como dijo el propio canciller alemán Gerard Schröeder) en un auténtico “dolor de muelas” para el eje franco-alemán, la prensa germana se encargó de amenazar, literalmente, con “desempolvar los instrumentos de tortura financiera que puede hacen aullar de dolor a la economía española”. Ahora, la prensa norteamericana se ha encargado de recordar a Merkel que ellos también disponen de los “instrumentos de tortura política” necesarios para “hacer aullar de dolor” a Alemania si llegara a ser necesario. La jerarquía del sistema imperial está diseñada para que actúe la cadena de mando. El capital, pero sobre todo la fuerza militar y política, y las reglas y tratados establecidos de acuerdo a ella, fijan el rango de cada cual. Las órdenes de la cabeza se acatan y se cumplen, no se discuten ni cuestionan. Y quien se atreva a hacerlo, que se atenga a las consecuencias. Washington se encamina a poner firmes a Berlín.