Mi nombre es Marina, tengo 25 años y soy de Valladolid.
Terminé la carrera de enfermería en junio de 2018 con muchísima ilusión, soy una de esas enfermeras vocacionales, y estos dos años de vida laboral los podría definir con una palabra: «desilusión».
Desilusión con el sistema sanitario, por tener las condiciones laborales tan precarias que tenemos. Desilusión, y también rabia, por tener que estar pegada al teléfono las 24 horas del día porque si me llaman de la bolsa de trabajo, y no lo cojo, me sancionan durante meses. Desilusión por tener una bolsa de empleo que no se actualiza desde 2016. Desilusión porque ahora, el 31 de mayo, hace 1 año que se cerró el plazo en la bolsa de enfermería de Sacyl para meter nuevos méritos, que a día de hoy todavía no están baremados. Desilusión y desesperación por no poder organizar mi vida con mi familia, amigas y amigos por tener contratos laborales de día en día.
Cuando comenzó la crisis del coronavirus decidí venirme a Madrid y alejarme de mi familia para colaborar en la lucha y también, poder así, dar un salto a nivel profesional, porque en Castilla y León sólo me llamaban de Atención Primaria. Ha sido muy duro estar lejos de mis seres queridos en momentos tan complicados.
Ojalá, después de todo esto, la sociedad valore más que nunca una sanidad pública, de calidad y universal. Ojalá las enfermeras, enfermeros y el resto de personal sanitario y no sanitario nunca más se vuelva a sentir desilusionado, decepcionado y desesperado con su vocación y su trabajo por culpa del sistema.
Ojalá, que después de todo esto, aprendamos por lo menos una cosa, y es que la sanidad pública NO SE TOCA.