No hay persona de bien que estos días no haya sentido un escalofrío de horror al enterarse del doble infanticidio de Anna y Olivia. O que no haya sentido el estómago encogerse al enterarse de los crueles asesinatos de Rocío Cáiz, Elena Livigni y Alicia Rodríguez, las últimas mujeres de una intolerable y maldita lista, la de las víctimas mortales de la violencia machista.
Son ya 19 mujeres muertas por violencia de género en lo que llevamos de 2021, unas cifras mayores que las del año pasado a estas alturas, y que confirman algo que ya llevan tiempo advirtiendo las expertas, los colectivos feministas y los observatorios contra la violencia de género: el fin del confinamiento y del Estado de Alarma, junto al retorno a la normalidad, está incrementando las violencias machistas en sus distintos grados. Los maltratadores, al ver que vuelven a perder el total control sobre su víctima o que perciben que ésta tratando de empezar una nueva vida lejos de su infierno, reaccionan redoblando su opresión, en muchos casos de forma asesina.
La violencia machista es siempre repugnante en cualquier grado, pero de entre sus múltiples formas hay una que va más allá cualquier límite de la maldad. Se trata de la llamada violencia vicaria, consistente en hacer daño a la mujer asesinando algo más preciado que su propia vida: sus hijos. El abyecto asesinato de Anna y Olivia por su propio padre es de nuevo la punta de un negro iceberg. En lo que va de año, cuatro niños han sido asesinados por sus padres, y si contamos desde 2013, los infanticidios se elevan a 39.
Según la última macroencuesta de violencia sobre la mujer, más de 1,68 millones de niños viven en hogares en los que su madre sufre violencia por parte de su pareja o expareja y en el 51,7 % de los casos, el maltrato a la madre ha estado acompañado de la violencia del agresor contra los niños.
Es el exponente más monstruoso de una lacra que está incrustada como un cáncer a los huesos de la sociedad. Porque la violencia machista no consiste en «sucesos», no son «casos aislados». Es terriblemente estructural.
Tiene su origen en la opresión de género, en la subordinación de la mujer al patriarcado, un conjunto de ideas, costumbres y normas sociales que -en el terreno de la superestructura- fijan y reproducen el machismo. Un patriarcado y un machismo tan viejo como las sociedades de clase, pues tiene su raíz material en que la mujer es «una propiedad» de un hombre, que se siente legitimado para usar la violencia si ésta se rebela contra su opresión.
Negar la existencia de la violencia machista, de una opresión multifacética por razón de género, es tan reaccionario y necio como negar que el agua moja. Y sin embargo, algunas fuerzas políticas -por fortuna, las menos- no dejan de levantar banderas negacionistas. Esas posiciones no son neutrales. Son colaboracionistas, cómplices y partícipes de la violencia machista, y deben ser combatidas ideológicamente sin tregua.
Es preciso unir y movilizar a toda la sociedad en la tarea de erradicar la lacra de la violencia de género, algo inseparable de la tarea de arrinconar y combatir a las diferentes manifestaciones de machismo, y de actuar sobre las bases materiales que dan sustento y reproducen al patriarcado.
Esta es la razón del movimiento feminista, un poderoso cauce de lucha de alcance global que tiene en España uno de sus máximos exponentes mundiales. En nuestro país se cuentan por muchos miles los colectivos y organizaciones feministas. Prácticamente no hay barrio, ni localidad, que no tenga un grupo de ciudadanas luchando con tesón por la emancipación de la mujer.
Es gracias a este potente, vigoroso, y extraordinariamente organizado movimiento feminista que nuestro país ha encabezado por dos años consecutivos, las mayores movilizaciones del 8M a nivel mundial. Y es gracias a las feministas que la concienciación en torno a la violencia machista ha ganado tanto terreno en el plano de la opinión pública, entre la mayoría social progresista que podemos afirmar rotundamente que -a pesar de las trágicas cifras de víctimas- el futuro es de la lucha de las mujeres, y que el machismo y el patriarcado acabarán en el vertedero de la Historia.
Desde estas páginas queremos mostrar nuestro compromiso con el movimiento feminista y con la lucha contra la lacra de la violencia de género. El futuro es feminista. El futuro es de la igualdad.