En mayo pasado, Pedro Arriola, al que unos llaman “gurú” del PP y otros su “chamán”, dio a entender en un acto público que los dirigentes de Podemos eran unos de “esos frikis que acaban planeando por Madrid”. El diccionario tiene por tales a las personas extravagantes, raras o excéntricas. Seguramente, el sociólogo andaluz conectaba en su apreciación con amplios ámbitos de la opinión pública. Arriola también afirmó entonces que en las elecciones europeas “los ciudadanos han podido permitirse el lujo porque daba igual”. También con esta segunda apreciación del sociólogo sintonizan muchos cientos de miles de ciudadanos. O sea, que los de Podemos son unos frikis y que votarles en las europeas fue un desahogo que no se repetirá ni en las locales y autonómicas ni en las legislativas. ¿En Andalucía? Lo veremos el 22 de marzo.
Por otra parte, está muy extendida la idea en la derecha social que se mantiene fiel al PP, aunque reconozca que la gestión de Rajoy ha sido deficiente y lamentable la lacra de la corrupción, de que el dilema al que se enfrenta el electorado está descompensado y que pesarán más en la balanza las incertidumbres y temores hacia los “frikis” de Podemos que el desacuerdo y el enfado con la legislatura que está protagonizando el PP y el Gobierno. Es decir, que se producirá una clara preferencia por lo conocido -aunque sin entusiasmo alguno- antes que un aventurerismo que promete un proceso constituyente y una política económico-social que, aunque progresivamente matizada, provocaría grandes convulsiones. Se aduce, en fin, que la amenaza de los “frikis” se cierne sobre las formaciones de izquierda -PSOE e IU- pero que en la derecha las posibilidades de migración del voto del PP hacia Ciudadanos, Unión, Progreso y Democracia y Podemos son limitadas.
Este planteamiento tiene bastante de razonable. Pero omite algunos datos de la realidad que podrían ser determinantes. La opción por personas que han entrado en la política y a las que desde un conservadurismo tradicional se les califica de “frikis” podrían no serlo en absoluto para sectores amplios de la sociedad española a los que la crisis ha transformado por completo sus expectativas y las de sus hijos; a las clases medias sobre las que han recaído los esfuerzos fiscales más importantes y a la ciudadanía que cree que la política de austeridad europea necesita de contrapuntos allí donde ha sido más dolorosa (el sur de Europa), especialmente los desempleados y colectivos que han sufrido recortes significativos. En definitiva, que para los que tienen menos que perder -o no tienen nada- los nuevos políticos “extravagantes”, “raros” o “excéntricos”-los “frikis”- de Podemos podrían ser una alternativa desafiando las serias objeciones e incertidumbres que conllevaría respaldarles en las urnas.
Las elecciones griegas son un factor clave para que, los todavía para muchos “frikis”, se conviertan en una opción más convencional en España. Ni nuestro país es Grecia (aunque tenemos la afinidad de ser los europeos que peor evalúan sus respectivas economías si bien nuestro nivel de optimismo sobre el futuro difiere, al igual que el grado de adhesión al europeísmo, todo ello según el Eurobarómetro), ni Syriza es Podemos. El partido de Tsipras tiene un recorrido mucho más amplio, se ha ido templando en sus propuestas con más intensidad que la organización de Pablo Iglesias y dispone de alguna experiencia de gestión. Syriza no es un partido ya de “frikis” en Grecia y no lo es en Europa.
Los lazos y vinculaciones entre la izquierda radical griega y Podemos parecen estrechos. Dos viajes a Grecia por razones distintas lo acreditarían: Rajoy viajó allí para apoyar a la Nueva Democracia de Samaras -un desplazamiento dudosamente oportuno- y Pablo Iglesias ha estado el jueves en Atenas al lado de Tsipras. Los programas de ambas fuerzas políticas tienen muchos puntos en común, aunque es más radical Podemos que Syriza, y, en fin, Grecia está en una postración social y económica en nada comparable con España. Pero se ha establecido casi indiscutidamente que Syriza y Podemos son fenómenos imparables de transformación del sistema de partidos en el sur europeo y que sólo desde la prepotencia y la ignorancia podría calificarse de “frikis” a una organización que sigue la trayectoria que puede llevar en pocas horas a Syriza al gobierno en Grecia.
Las encuestas -lo dicen los sociólogos- no son fiables por tres razones: hay una volatilidad de criterio enorme en la opinión pública; no se pueden contrastar las respuestas con el recuerdo de voto y falta la secuencia histórica comparativa. Son tendenciales pero con inservibles horquillas y con una variabilidad de resultados cuando se comparan unas con otras que invitan al escepticismo. Lo objetivo, sin embargo, es la realidad social. Como acaba de recordar en unos de sus documentos el Círculo Cívico de Opinión el tamaño medio de nuestras empresas es escaso, no hay procesos en marcha de reindustrialización y somos el país “más endeudado externamente del mundo en proporción a nuestro tamaño” mientras el mercado de trabajo sigue en la precariedad. En este contexto, y pese a las objeciones más convencionales, podría pasar en España lo que ha pasado y pasará en Grecia: que vengan los “frikis” y no sea “un lujo porque daba igual” votarles en mayo pasado como decía Arriola y se produzca una colosal transformación política a causa de una crisis devastadora y, por lo que se ve, mal gestionada que ha requerido, entre otras medidas, ese inyección de un billón de euros del BCE para tratar de superarla.