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Vienen dí­as agónicos

Conviene que todo el mundo esté avisado: los próximos días estarán tintados de agonía en las conversaciones entre Grecia y la Unión Europea. El Eurogrupo de hoy, la inminente cumbre del Consejo Europeo y el final del plazo —previamente ampliado— del segundo rescate, a fin de mes, constituirán los hitos principales de esta tensión.

Que todos sepan que estas agonías no conducen inmediatamente a la catástrofe, aunque un accidente inesperado pueda activarla. Ni tampoco llevan necesariamente al mejor de los acuerdos. La negociación hasta altas horas de la madrugada, o al borde del abismo del final de un plazo perentorio, o entre posiciones aparentemente irreconciliables, constituye una dinámica clásica, y hasta ineludible, de la Unión.

¿Por qué? Porque al ser imperfectos sus procesos de toma de decisiones, los incentivos para un acuerdo eficiente y rápido son escasos. La parroquia del perdedor, o el electorado del prevalente, solo se solazan si se convencen de que sus mandatarios se batieron el cobre, y cedieron únicamente al final, para evitar un desastre general que también les hubiera engullido. Es la enojosa virtud purificadora del drama clásico.

Salvo sorpresas difícilmente pronosticables, esto es lo que sucederá también ahora. ¿En qué punto estamos? En las cuestiones de largo plazo, la solvencia y su mejora, o sea la deuda y su sostenibilidad, ha habido avances. Hasta la misma medida en que Atenas ha renunciado al repudio o la exigencia de condonación de su deuda, sustituyéndola por unos canjes de emisiones que anidan pragmatismo y suscitan incógnitas por partes iguales.

En las urgencias del corto plazo, la cuestión se limita a la provisión de liquidez. Pero es un asunto clave, que genera posiciones muy enfrentadas: o seguir con el rescate, o una nueva línea de crédito-puente sin condiciones. Harán bien los protagonistas en explorar salidas que encaucen el problema, en vez de agravarlo, para satisfacción —parcial— de todos.

Porque quien más perdería del escenario alternativo (la salida de Grecia de la eurozona) serían los griegos, sí. Pero los demás —empezando por los españoles— no quedarían indemnes, al evidenciarse que la unión monetaria es tan monetaria como poca unión: una unión reversible.

El nuevo Gobierno griego ha dado algunos pasos en la dirección pactista de ofrecer contrapartidas para un acuerdo de salvamento de largo aliento. Pero le faltan muchos elementos, a tenor del programa de Gobierno deletreado por su líder en el Parlamento griego este fin de semana.

La fe en una milagrosa y rápida recaudación de impuestos que combata la evasión fiscal es excesiva; las propuestas de modernización del sistema productivo, escasas; y el propósito de reforma del sector público, inconcreto o inexistente, a tenor de los reingresos a una Administración parasitaria que supone la mitad del empleo nacional. Si Alexis Tsipras quiere mejor apoyo de la UE, le será útil renunciar a exaltar los ánimos a cuenta de la historia (de una Alemania que ya no existe) y ser más propositivo.

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