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Verdes Valles, Colinas Rojas

Casi tres mil páginas y casi treinta años de trabajo es lo que ha necesitado Ramiro Pinilla para levantar uno de esos relatos que demuestran todaví­a -por si hací­a falta- la importancia social de la literatura. Porque la gran saga vasca que recorre cien años de historia y ocupa tres gruesos tomos de Tusquets bajo el tí­tulo «Verdes valles, colinas ropas» es un descomunal y generoso esfuerzo para restituir la verdad y erradicar la mentira en una sociedad, la vasca, en la que el nacionalismo ha perseguido y logrado -en buena medida- sepultar la realidad bajo una costra de mentiras, tópicos y leyendas que han llevado a la confusión, al delirio y al sufrimiento a una buena parte de los vascos.

La concesión del Premio Nacional de Narrativa de 2006 a “Las cenizas del hierro”, la última de las tres entregas que comonen “Verdes valles, colinas rojas” (las dos anteriores son “La tierra convulsa” y “Los cuerpos desnudos”), un año después de que el libro recibiera el Premio de la Crítica, no fue sólo un homenaje –tardío pero necesario– a un narrador extraordinario de 83 años que permanecía prácticamente olvidado y casi proscrito, sino, ante todo, la merecida recompensa a una obra que aúna vigor, complejidad, estilo y una rabiosa actualidad.¿Actualidad una novela que recrea una saga familiar centenaria, desde mediados del siglo XIX hasta finales de los años setenta del siglo XX, cuando ETA irrumpe en el escenario? Sí, rabiosa actualidad porque, a día de hoy, nada es más actual –y más necesario– que la deconstrucción, desmontaje y denuncia de esa farragosa capa de mitos, leyendas y mentiras que el nacionalismo étnico lleva un siglo fabricando y difundiendo para fundamentar su dominio exclusivo y excluyente sobre el País Vasco; y que se ha convertido ya en una nueva “realidad hecha a su medida”, que poco o nada tiene que ver con la auténtica.Ésta es la que, página a página, se reconstruye y emerge en la novela de Pinilla, con una voluntad y una transparencia ejemplares, y con un finísimo sentido del humor y una ironía poco frecuente en la narrativa vasca. Como ha dicho el escritor y editor Enrique Murillo: “Para desmontar la mentira, Pinilla recurre a un procedimiento hilarante y riquísimo en matices. En lugar de discutir con el mito, en lugar de hacer como un ensayista, que trata de demostrar su falsedad, lo que hace Pinilla es inventar otros mitos, mucho más hiperbólicos que los mitos comunes, mucho más disparatados. Y por esa simple operación pone distancia, permite el análisis y hace reír sin tasa a sus lectores que, aliviados, descubren que tal vez habían comulgado demasiado tiempo con ruedas de molino”.Esta invitación narrativa, poderosa y de largo aliento, a dejar de comulgar con ruedas de molino, a liquidar los mitos, a abandonar la confusión de los tópicos –con los que se ha justificado una crueldad inaudita y el sufrimiento de tantos y tantos–, no es, además, una “aventura localista” sino que, gracias a la sabiduría y hondura de Pinilla, alcanza la universalidad de lo literario. Pinilla demuestra haber aprendido muy bien la lección de sus maestros, sobre todo de Faulkner, a quien leyó allá por los años cincuenta, y dejó en él una honda huella permanente, de modo que logra convertir su Getxo natal en un “Getxo literario”, a la manera de un Macondo vasco.El éxito de su novela y su reconocimiento literario han coincidido en el tiempo, además, con el éxito editorial de su amigo Fernando Aramburu (cuyo libro “Los peces de la amargura” comentábamos aquí ayer), lo que ha puesto en evidencia la importancia de la gran narrativa vasca en castellano, una narrativa que el nacionalismo no ha podido enterrar ni hacer desaparecer con su filosofía excluyente de que sólo es cultura vasca la que utiliza el euskera. Esa narrativa vasca en castellano no sólo no se ha extinguido sino que florece y tiene cada día más éxito y reconocimiento, no sólo en España sino en la propia Euskadi. Los planes del nacionalismo excluyente de extinguir en Euskadi todo signo de España se han topado, de nuevo, con la realidad.Merece la pena, sin duda, el esfuerzo y la dedicación que nos exige la lectura de una novela como “Verdes valles, colinas rojas”. El lector sale bien recompensado de esta inmersión en el friso o, más bien, verdadero universo narrativo de Pinilla por el que circulan cerca de 50 personajes, y que ha consumido a su autor más de veinte años de dedicación absoluta y total. La tarea titánica de un verdad

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