La piel que habito, de Almodóvar

Venganza, destino, fatalidad

No hay rostro que pueda atravesar el tiempo sin una máscara. Pero qué ocurre cuando esa máscara que es labrada por uno mismo, cincelada por las pulsiones y conflictos que atraviesan tu vida, acaba siendo violentamente esculpida desde el exterior por otro. Venganza-identidad, destino-fatalidad son los cuatro vértices que articulan la última y arriesgada pelí­cula de Almodóvar, La piel que habito.

“Dejad que la elícula os acompañe esta noche. No comentéis la película esta noche. Iros a la cama con ella, y mañana ya podéis decir lo que os dé la gana. Dad una oportunidad a que la película esté a vuestro lado, como un gato amoroso, y en vuestros sueños.” Con estas palabras se dirigía Almodóvar a los privilegiados –y atónitos, no se esperaba su presencia– asistentes al preestreno en Madrid de su ultima película, La piel que habito.No la comentéis, tomaros una noche. A pesar de haber afirmado en varias ocasiones no ser consciente de haber iniciado con ella una nueva etapa en su filmografía, el cineasta manchego al menos sí intuye lo arriesgado de su nueva propuesta. Por eso reclama al espectador que la digiera tranquilamente, sin apresuramiento. Y es que, a diferencia de toda su trayectoria anterior, La piel que habito es una incursión en terrenos muy diferentes –o quizá no tanto– de los que unánimemente son reconocidos como “el universo almodovariano”. No es fácil hacer una sinopsis argumental de la película sin destripar al mismo tiempo los insólitos giros que van desvelando la trama oculta durante toda la primera parte, hasta llegar al trágico desenlace final. Historia de una venganza Las primeras imágenes de la película nos muestran una impresionante finca toledana rodeada de naturaleza, un lugar en apariencia idílico, pero extrañamente aislado, ajeno al mundo exterior. En sus secuencias iniciales contemplamos a una mujer haciendo yoga, a su criada preparándole el desayuno, actos cotidianos, exentos de tensión. Sin embargo una sensación extrañamente opresiva recorre desde el principio todo lo que ocurre en el interior de El Cigarral.Poco a poco, de una forma milimétricamente medida, vamos accediendo a algunos de los secretos que se encierran en la mansión. Su propietario, el doctor Ledgrand, es un prestigioso cirujano plástico, cuya mujer se quemó viva en un accidente de tráfico. Rescatada con apenas un hálito de vida, Ledgrand no sólo consigue arrancarla de las garras de la muerte –“cómo sólo puede conseguirlo un amor loco” dirá mas tarde la criada, Marisa Paredes–, sino que se enclaustra durante años buscando desesperadamente descubrir las técnicas de transgénesis que permitan devolverle la piel quemada. No llegará a tiempo. Un día ella se levanta de la cama, y al ver su deforme y monstruoso rostro sin piel reflejado en el cristal de la ventana, salta al vacío, cayendo a los pies de su propia hija, Nora.Años después, una adolescente y traumatizada Nora sufre un intento de violación. Su psique se escinde definitiva e irreconciliablemente, y, como su madre, se arroja al vacío desde una ventana. Ahí comienza la historia de una venganza, la del doctor Ledgrand contra Vicente, el joven autor del intento de violación de su hija. Como en las mejores tragedias griegas, justicia, condena y venganza se unen en una misma madeja de conflictos. Ley, juez y verdugo habitan en una sola persona. El veredicto será tan cruel como sólo puede serlo el de una mente desquiciada por el dolor, un alma enferma por el odio.A lo largo de seis años de reclusión obligatoria, vamos asistiendo a la increíble transformación física de Vicente, brutalmente remodelado en su identidad por las diestras manos del doctor Ledgrand. En un siniestro y doloroso proceso de intervenciones quirúrgicas, Vicente se va transformado en la bellísima Vera, una réplica casi exacta de la fallecida mujer del doctor Ledgrand.La venganza, como todas las venganzas, condena a la víctima –cómo dice el propio Almodóvar sobre la historia de Vera– a entrar en un “proceso irreversible, en un camino sin retorno, un viaje sólo de ida. La protagonista recorre involuntariamente uno de esos caminos, es obligada violentamente a emprender un viaje” del que no podrá regresar ya nunca. Su transformación es completa, su cambio de identidad física irreversible.Pero también, la venganza, al consumarse, abre nuevos, sorprendentes e inexplorados caminos. Desata conmociones, trastornos y pulsiones de tal magnitud e intensidad, que ni el propio vengador es ya capaz de controlar. Y al adquirir vida propia arrastran a víctima y verdugo a un vertiginosa vorágine de acontecimientos en el que incluso sus papeles pueden llegar a intercambiarse por completo. Destino, fatalidad En efecto, una vez completada la transformación de Vicente-Vera, asistimos a una insólita torsión en el doctor Ledgard. Todo el odio frío e implacable que le ha permitido ejecutar su venganza se transforma en pasión por su acabada y bellísima obra.Durante seis interminables años se ha autootorgado un poder omnímodo sobre su víctima para cambiar su apariencia física, llevándole a creer ser el demiurgo capaz de crear un nuevo ser a voluntad. En su desquiciado desvarío, ahora cree poder remodelar también su alma, cambiarla por dentro, trasformarla, ya no sólo físicamente, en su adorada esposa. El dominio total sobre su cuerpo le lleva a creer que podrá transformar también su identidad, hacer que Vera se enamore de él.Pero justamente en ese proceso, una vez consumada la venganza de encerrar a Vicente de por vida en un cuerpo ajeno, las tornas cambian. Y bajo la piel de Vera, Vicente empieza a intuir el nuevo poder que ha alcanzado sobre su verdugo. Y ahí empieza a tejerse el trágico destino que le espera al doctor Ledgrand. De verdugo pasará a ser víctima. Y su sacrificio lo ejecutará aquel a quien ha condenado a habitar una piel que no es la suya.Compleja, arriesgada, valiente, con La piel que habito Almodóvar parece haber entrado en una nueva etapa –que quizás podríamos considerar de plena madurez–, de la cual pudimos empezar a entrever algunos rasgos en Todo sobre mi madre y Hable con ella. Tras las fallidas La mala educación y Los abrazos rotos –y el imposible intento con Volver de retornar a un período fructífero en su obra, pero ya irremediablemente pasado–, La piel que habito, a pesar de no ser tal vez una obra redonda, acabada, sí anuncia la entrada de Almodóvar en un nuevo capítulo de su desbordante capacidad creativa que ofrece muchas y muy sugestivas promesas de futuro.

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