Cuando el Teatro celebra su día universal, las actrices y los actores deberían celebrar su día singular.
Cuando quien actúa comienza a creer en los valores técnicos de cada ensayo se hace responsable del poder de crear.
El Teatro se expande por el universo no como literatura dramática sino como forma singular de producción de contenidos y signos.
No renuncia al goce de la creación. Le quita al poder su poder.
Creer en lo que hacemos y no en la opción que parece otorgarnos el mercado para garantizarnos que podremos seguir creyendo.
El Teatro festeja su día porque es capaz de festejar el placer de crear junto a los demás.
Tras la pandemia y con miles y miles de muertos y la economía en bancarrota habrá que rescatar los añejos valores espirituales para poner cimientos a un universo cultural devastado.
Con lo presencial o lo virtual habrá que seguir afirmando en cada ensayo y en cada representación, la escultura de lo efímero.
Ese instante en que el arte de la escena, se hace insobornable verdad.
Vaciar lo Universal para crear lo Singular.
La verdad en el Arte se percibe por instinto. Aunque quien adhiere con amor al arte de la actuación piensa su propia subjetividad como si estuviera dotada de una pureza singular.
Sin embargo, la organicidad en la escena se adquiere con la técnica.
El instinto animal se hace pulsión en quien actúa. Pulsión de vida.
La organicidad es deudora de la técnica. De otra manera es solo naturalidad y por lo tanto ocurre lo inevitable, le debe todo a la copia de la vida.
Lo natural. La naturalidad para rechazar falsos automatismos expresivos. La mimesis naturalista ha quedado instalada como un paradigma que evita gastar tiempo y permite ahorrar energía. Esto nos lleva a reinstalar la polémica.
¿Hay un debate subterráneo con Stanislavsky?
Sí lo hay.
Debate un tanto postergado una y otra vez a lo largo de la evolución de la actuación en el siglo pasado y porque aquello que se exhibe y la trascendencia mediática de lo exhibido, siempre han podido arrasar con todo.
Desde los embriones teóricos planteados por mí en Moscú en los comienzos de este siglo en el Primer Congreso Stanislavsky donde tuve el honor de ser invitado para exponer la comunicación que denominé La Vieja Frontera hasta nuestros días, hay una evolución tangible.
No es mi intención en esta clase explicitar la naturaleza misma del viaje, pero sí determinar con precisión el lugar de la confrontación donde todo converge.
El ensayo.
La repetición de lo irrepetible y por ende el sitio tanto teórico como técnico donde se alojan las diferencias.
Es un deber clarificar porque el Arte siempre oscurece.
A todos los procedimientos con pretensiones de objetividad se le añade la inmensa riqueza de la experiencia subjetiva.
En todo caso esta reflexión da cuenta una vez más del delicado equilibrio que en el tan añejo territorio del Arte se produce desde lo objetivo a lo subjetivo y viceversa.
La técnica atrapada y justificada por el acontecer de cada ensayo protege los dos flancos. El objetivo y el subjetivo.
Una partitura que hay que respetar por muy compleja que parezca ser no explica la ausencia de discernimiento técnico para poder abordarla.
Acciones reales. No realistas.
No es legítimo acordar una complicidad que denota ausencia de recursos técnicos con un compañero.
No es legítimo acordar dosis excesivas de violencia o erotismo para sostener vínculos conflictivos amparándose en trasladar sensaciones o emociones de la vida a la escena.
Tampoco parece ser legitimo hacer lo propio con el espectador.
Lo pornográfico, por ejemplo, pretende que parezca real y no fingido un acto de índole íntima que podemos llegar a suponer que un espectador espía o disfruta oculto en el anonimato.
La ausencia de una formulación técnica acaba negando una formulación ética.
Cualquier complicidad para integrar los más altos niveles de implicación que calquen la experiencia vital, pretende sostener la validez de un vínculo, ya sea con el que se actúa o con el que mira.
Parecería ser que cuantas más verdades importo de lo vivido a mis opciones interpretativas más me acerco al paradigma de la gran verdad de la escena.
No. No es este el modelo que debería fundamentar el trabajo del intérprete de nuestro tiempo.
Algo debe ocurrir. La elección de quien actúa de implicarse en lo que acontece es una decisión no cuestionable sujeta a la entrega tanto emocional como expresiva. Necesita de algunas precisiones que den fundamento a una construcción tan real como imaginativa como paradigmas del acto creador.
No se trataría de crear una vida realista en la condición de la escena, sino crear una vida real dotada de un valor técnico que la fundamente.
Construir una verdad para la escena. ¿Cuál es?
Dime como ensayas y te diré quién eres.