Volver a leer el artículo de Mario Vargas Llosa publicado en El País de 5 de noviembre de 2011 titulado “Una rosa para Rosa” hace daño a los ojos. Para nuestro nobel, Unión, Progreso y Democracia era entonces el único partido que se parecía a una organización liberal y anunciaba su voto en las generales pasadas a Rosa Díez por esa razón, por su enfrentamiento con los nacionalismos y por la suposición de que UPyD no “aguaría” las reformas sociales de Zapatero.
Para Vargas Llosa el matrimonio homosexual y la ley del aborto serían modificadas por el PP en el caso de que ganase las generales del 20-N de ese mismo año. Él no lo deseaba y suponía que UPyD, tampoco. El hispano-peruano, que luego se refirió a Esperanza Aguirre como a “esa Juana de Arco liberal española” (2012), no ha escrito una línea sobre las crisis del partido de cuya Fundación es patrono de honor, ni ha mediado para alumbrar el desencuentro entre unos y otros. O sea, no ha ejercido la influencia positiva y arbitral que se suponía podía desarrollar en el proceso de autodestrucción del que para él resultaba ser el partido español que más se parecía a uno genuinamente liberal.
Tampoco ha mediado en la situación la palabra siempre respetada de Fernando Savater. Es cierto que el escritor ha pasado por un trance familiar dificilísimo, pero no por ello ha dejado de publicar. UPyD tiene un germen que es el ¡Basta ya! que él inspiró en el País Vasco contra ETA, organización que aproximó posturas entre el PP de Jaime Mayor y el PSE de Nicolás Redondo Terreros en las elecciones autonómicas de 2001. El filósofo donostiarra fue el que en San Sebastián, en abril de ese año, entrelazó las manos de Mayor y Redondo en una apuesta a la que le faltaron sólo unos metros para llegar a la meta.
Detrás, en las máquinas de ¡Basta ya!, estaba Carlos Martínez Gorriarán, hoy segundo de UPyD y fiel a Rosa Díez. Quien no conozca la historia política de ambos quizás no se explique su resistencia, su perseverancia y hasta su intemperancia. De la misma manera que el seny de Albert Rivera tiene marchamo de catalanidad, la persistencia de Díez y de Martínez Gorriarán la tiene de vasquismo.
Los servicios prestados por muchas gentes de UPyD a la democracia española en Euskadi –también entre los disidentes a la línea oficial– hacen que el hundimiento del partido, si se produce como parece en las próximas elecciones de mayo, resulte una pérdida incuestionable. La organización de Díez ha sido punta de lanza contra ETA, contra la disgregación del Estado y contra la corrupción.
Ha peleado desde dimensiones minúsculas hasta lograr un lugar en el Congreso y en el Parlamento Europeo. Ha sacado del anonimato a muchas gentes –Francisco Sosa Wagner debía ser una persona agradecida y contrita por haber provocado la polémica en agosto pasado al margen de los cauces internos del partido– y ha puesto en marcha dinámicas de transparencia –la judicialización, por ejemplo, de caso Bankia– que otros obviaron.
Desde esta perspectiva, y sin entrar en las responsabilidades de unos y de otros en las crisis del partido, tendría todo el sentido que en este interregno que va de esta Semana Santa, entre marceña y abrileña, hasta los comicios de mayo, un Vargas Llosa o un Savater expresasen su opinión integradora luego de que ayudaron a que UPyD llegase a ser una esperanza ahora mustia de renovación regeneradora. Quizás su autorizado punto de vista, su mediación intelectual, su análisis de la situación, su disección de los últimos acontecimientos, sirviesen para que UPyD no arda como una falla valenciana y se extinga el potencial indudable de muchas buenas gentes que, en sus cuadros y en sus bases, han venido peleando por el futuro.
Suponer que el problema es Rosa Díez y sólo Rosa Díez es un reduccionismo. Quizás el problema sea más profundo, más conectado con un sentido de pertenencia y fundacional del partido al que ahora cuesta abrirse al hecho incontestable de que los actores políticos en España –y singularmente Ciudadanos– son más que antes y mucho más agresivos y ambiciosos de lo que se suponía y que han logrado dar en las teclas que provocan la simpatía social en ámbitos muy extensos de la población española.
Y, aunque así sea, ¿no podrían las autorizadas voces de Vargas Llosa y Savater decir algo al respecto? Mientras los intelectuales de Ciudadanos ejercen su función inspiradora sin prisa pero sin pausa, hace falta en UPyD una voz –unas voces– que rescaten el debate del simplismo en el que se ha introducido e intenten recuperar un partido que ha contraído méritos para continuar su navegación en la democracia española.