De Río Grande a Tierra del Fuego, 2010 es el año en que toda la América hispana conmemora el inicio de sus luchas de independencia. Si en mayo es Argentina la que evoca la rebelión platense contra José I Bonaparte, en abril fue Venezuela la que festejó la insurrección de Caracas y el próximo septiembre lo hará México, celebrando la campana de Morelos.
La historia de la indeendencia de la América española es la historia de cómo el decrépito régimen borbónico empujó con su reaccionaria política a las burguesías criollas americanas hacia la separación y la independencia de la madre patria; la historia de la incapacidad de las fuerzas revolucionarias, patrióticas, liberales y progresistas de ambas orillas del Atlántico por unirse y dotarse de la fuerza política necesaria para cambiar el destino de las Españas; la historia, en fin, de las intrigas y maquinaciones, la subversión y el control de Inglaterra –la potencia imperialista hegemónica de entonces– sobre estas mismas fuerzas, desviándolas de su disposición natural hacia la unidad a fin de dividir a toda costa España de América y de fragmentar a las distintas partes de ésta entre sí para conquistar su objetivo de dominio y control sobre ellas. Ondas sísmicas desde la península La independencia de la América española tiene su pistoletazo de salida, en realidad, en la invasión napoleónica y el inicio de la guerra de la Independencia de España en mayo de 1808. Un auténtico terremoto político y social se abate sobre la península, derribando estrepitosamente todo el poder estatal borbónico y el entramado institucional en que se sostenía. Las ondas de choque de esta brutal sacudida tendrán un impacto profundo en América.Napoleón Bonaparte, gobernante virtual de toda la Europa continental comete con la invasión Ibérica un gran error estratégico. Sus hasta entonces invictas tropas, vencedoras de otomanos, prusianos, austro-húngaros, italianos y polacos conocerán su primera derrota ante el pueblo español. Sus consecuencias, sin embargo, serán catastróficas para España durante las siguientes décadas.Sin pretenderlo –pues lo que Napoleón busca es dividir y someter a España y, a través suya, dominar toda la América española–, la invasión napoleónica y sus posteriores efectos culminarán con la ruptura violenta, dolorosa y traumática –algo no buscado ni deseado por ninguna de las partes antes de 1808– de una unidad forjada a lo largo de más de tres siglos.La invasión napoleónica a la Península Ibérica va a ser así el verdadero origen de los sucesos que ocurrirán en América entre 1810 y1825. La abdicación borbónica de Bayona y la servil sumisión de los grandes de España hacia la figura de Napoleón y su hermano, coronado rey espurio de las Españas, dejará tanto en la península como en las colonias un auténtico vacío de poder que en ambas partes se suplirá con la creación de juntas provinciales revolucionarias.Como en España, desde el principio y durante cierto tiempo, estas juntas juran fidelidad al monarca prisionero al tiempo que reclaman la ruptura y transformación del viejo régimen, exigencia común de los revolucionarios de una y otra orilla, aunque con las lógicas matizaciones y distintas percepciones que impone la diversa realidad peninsular y americana.Sólo con el tiempo, y como consecuencia de la doble tenaza que imponen, por un lado, las reaccionarias medidas de fuerza del régimen borbónico y sus representantes o enviados a los virreinatos y, por el otro, la perfidia y la inquina constante del imperio británico, alentando y subvencionando la cizaña y el enfrentamiento entre los distintos componentes de la gran familia hispánica, las posiciones de los revolucionarios americanos irán deslizándose hasta abogar por la ruptura abrupta de todos los lazos con la península y, más insensatamente todavía, levantar la bandera de la múltiple fragmentación de la América española. Hispanoamérica es inglesa “Decidí que si Francia tenía a España, no iba a ser a España con América. Desperté el Nuevo Mundo, para restablecer el equilibrio en el Viejo. La cosa está hecha, el clavo está puesto. Hispanoamérica es libre y si nosotros no gobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa”. La frase, pronunciada en 1825, días antes de ser firmado el primer Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Reino Unido, por el ministro de Exteriores británicoGeorge Canning expresa mejor que mil palabras el papel jugado por Inglaterra en las guerras de la independencia americanas.Mientras el gran líder de la independencia americana, Simón Bolívar, está, en palabras de Marx, dando a finales de 1824, en el Congreso de Panamá, “amplio vuelo a sus sueños de ligar medio mundo”, unificando a toda América del Sur en una república federal, “el poder efectivo se le escurría rápidamente de las manos”. Y las manos de Inglaterra son sus nuevas dueñas.Inglaterra alentará las ambiciones independentistas de las oligarquías locales americanas –ligadas ya a Londres por múltiples vínculos económicos–, respaldará militarmente los levantamientos, enviando dinero, tropas y buques para apoyar a los insurrectos, minará la capacidad de respuesta del Estado español, despachará con los líderes independentistas, formará logias masónicas como Tautaro o Gran Reunión Americana como centro de las conspiraciones…Más tarde impedirá cualquier proyecto de unidad americana, para dar paso a Estado fragmentados que caen –uno tras otro, y cuanto más pequeños más dependientes– bajo órbita británica. Apoyándose en oligarquías criollas dependientes, el imperialismo inglés saqueará todas las fuentes de riqueza. Pese a la idea ampliamente extendida hasta nuestros días de que las causas del atraso de Iberoamérica no tienen otro origen que la colonización española y sus secuelas, la realidad es que en el momento de la independencia el nivel de riqueza, desarrollo social, científico y cultural y la renta per cápita de las principales centros urbanos, administrativos y económicos de las colonias españolas es similar al que en aquel entonces sólo disfrutan las ciudades más desarrolladas de EEUU.La independencia formal de las nuevas repúblicas americanas se convierte inmediatamente, de hecho, en una relación de dependencia semicolonial de cada una de ellas con la metrópoli británica.Casi dos siglos después de aquello, Fidel Castro, en la Cumbre Iberoamericana de La Habana ponía sobre la mesa una consigna estratégica que, además de marcar la orientación para el futuro, permite también comprender lo que ocurrió en el pasado: “uno a uno nos devoran, con todos juntos no pueden”.El objetivo con el que emprendemos esta serie de artículos sobre el bicentenario de la independencia americana es justamente contribuir, a uno y otro lado, a comprender mejor las nefastas consecuencias que sobre el presente siguen proyectando los errores pasados, la división o la indiferencia entre las distintas ramas de la gran familia de los pueblos iberoamericanos. Y cómo aprender de ellos para forjar un destino común es una de las mejores aportaciones que los pueblos hispánicos podemos ofrecer al conjunto de la humanidad. A Roosevelt ¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, que habría que llegar hasta ti, Cazador! Primitivo y moderno, sencillo y complicado, con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy. Y domando caballos, o asesinando tigres, eres un Alejandro-Nabucodonosor. (Eres un profesor de energía, como dicen los locos de hoy.) Crees que la vida es incendio, que el progreso es erupción; en donde pones la bala el porvenir pones. No. Los Estados Unidos son potentes y grandes. Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes. Si clamáis, se oye como el rugir del león. Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras». (Apenas brilla, alzándose, el argentino sol y la estrella chilena se levanta…) Sois ricos. Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón; y alumbrando el camino de la fácil conquista, la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. Mas la América nuestra, que tenía poetas desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; que consultó los astros, que conoció la Atlántida, cuyo nombre nos llega resonando en Platón, que desde los remotos momentos de su vida vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, la América del gran Moctezuma, del Inca, la América fragante de Cristóbal Colón, la América católica, la América española, la América en que dijo el noble Guatemoc: «Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América que tiembla de huracanes y que vive de Amor, hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. Tened cuidado. ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del León Español. Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, el Riflero terrible y el fuerte Cazador, para poder tenernos en vuestras férreas garras. Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios! Rubén Darío Acta solemne de la independencia de Venezuela (…) Cuantos Borbones concurrieron a las inválidas estipulaciones de Bayona, abandonando el territorio español, contra la voluntad de los pueblos, faltaron, despreciaron y hollaron el deber sagrado que contrajeron con los españoles de ambos mundos (…); por esta conducta quedaron inhábiles e incapaces de gobernar a un pueblo libre, a quien entregaron como un rebaño de esclavos. Los intrusos gobiernos que se abrogaron la representación nacional aprovecharon pérfidamente las disposiciones que la buena fe, la distancia, la opresión y la ignorancia daban a los americanos contra la nueva dinastía que se introdujo en España por la fuerza; y contra sus mismos principios, sostuvieron entre nosotros la ilusión a favor de Fernando, para devorarnos y vejarnos impunemente (…) Sordos siempre a los gritos de nuestra justicia, han procurado los gobiernos de España desacreditar todos nuestros esfuerzos declarando criminales y sellando con la infamia, el cadalso y la confiscación, todas las tentativas que, en diversas épocas, han hecho algunos americanos para la felicidad de su país (…); con esta atroz política, han logrado hacer a nuestros hermanos insensibles a nuestras desgracias, armarlos contra nosotros, borrar de ellos las dulces impresiones de la amistad y de la consanguinidad, y convertir en enemigos una parte de nuestra gran familia (…) Mas nosotros (…) miramos y declaramos como amigos nuestros, compañeros de nuestra suerte, y participes de nuestra felicidad, a los que, unidos con nosotros por los vínculos de la sangre, la lengua y la religión, han sufrido los mismos males en el anterior orden; siempre que, reconociendo nuestra absoluta independencia de él y de toda otra dominación extraña, nos ayuden a sostenerla con su vida, su fortuna y su opinión, declarándolos y reconociéndolos (…) en guerra enemigos, y en paz amigos, hermanos y compatriotas (…) Caracas. 5-7-1811 Constitución española de 1812 Art. 1. La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios Art. 2. La nación española es libre e independiente, no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona. Art. 3. La soberanía reside esencialmente en la nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer leyes fundamentales (…) Art. 10. El territorio español comprende en la Península con sus posesiones e islas adyacentes: Aragón, Asturias, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Cataluña, Córdoba, Extremadura, Galicia, Granada, Jaén, León, Molina, Murcia, Navarra, Provincias Vascongadas, Sevilla y Valencia, las islas Baleares y las Canarias con las demás posesiones de África. En la América septentrional: Nueva España con la Nueva-Galicia y península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y al continente en uno y otro mar. En la América meridional, la Nueva Granada, Venezuela, el Perú, Chile, provincias del Río de la Plata, y todas las islas adyacentes en el mar Pacífico y en el Atlántico. En el Asia, las islas Filipinas, y las que dependen de su gobierno (…) Art. 27. Las Cortes son la reunión de todos los diputados que representan la Nación (…) Art. 28. La base para la representación nacional es la misma en ambos hemisferios (…) Art. 31. Por cada setenta mil almas de la población (…) habrá un diputado de Cortes. Cádiz. 18-3-1812