El complejo panorama geoestratégico de Oriente Medio.

Una sangrienta partida de ajedrez

Como si de una zona de alta sismicidad polí­tica se tratara, Oriente Medio es una región surcada por multiples lí­neas de fractura. El sangriento enfrentamiento entre chiies y sunnies por la preponderancia en el mundo islámico, bajo su aparencia religiosa, esconde una aguda pugna polí­tica entre Teherán y Riad, ambos con intereses propios y autónomos, pero al mismo tiempo ligados por distintos lazos con los BRICS (en particular Rusia y China mantienen muy buenas relaciones con Irán), o las burguesí­as petroleras de Arabia Saudí­ y de los estados del Golfo con Washington y occidente.

Tampoco son en absoluto despreciables los intereses de Turquía, que aunque miembro de la OTAN, bajo el gobierno de hierro de Erdogan ha mostrado cierta voluntad y capacidad para seguir una política exterior autónoma de acuerdo a sus propios intereses. Si bien es cierto que su tendencia actual es a alinearse en la estrategia norteamericana, Turquía ha mantenido hasta hace no mucho importantes relaciones económicas y diplomáticas con Irán o con la Rusia de Putin, aunque el derribo de un caza ruso ha lesionado de forma importante esa relación bilateral.

Precisamente la entrada de lleno de Rusia en la guerra de Siria, dando un respiro al régimen de Damasco y castigando duramente las posiciones de un Estado Islámico en avance, sorprendió de nuevo a los analistas norteamericanos. El Kremlin -que lleva desde la guerra fría sosteniendo al régimen sirio y ya ha dado dado oxigeno diplomático a Al Assad vetando junto a China cualquier resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que incluya una intervención armada en el país- demostró que su brazo militar es capaz de lanzar con gran precisión misiles de largo alcance -1500 km- sobre objetivos del ISIS. Moscú ha levantado en tiempo récord un eje diplomático militar contra el Estado Islámico junto a Teherán y Damasco al que ha sumado a las milicias libanesas de Hezbollah e incluso al gobierno iraquí. Hasta las fuerzas kurdas del PKK, que combaten sobre el terreno al EI, han dado signos de acercamiento a este eje Moscú-Damasco-Bagdad-Teherán-Hezbolláh.

La influencia de EEUU en la zona -despues de su retirada de Irak- por ser menos directa no es menos fuerte. Se trata de una región vital para el diseño geoestratégico norteamericano, y Washington dispone de poderosos gendarmes en los que apoyarse: Israel, Arabia Saudí o Egipto.

«El hegemonismo norteamericano es el actor decisivo. Su intervención es el hilo de acero del que hay que tirar para desmadejar la intrincada enredadera de Oriente Medio.»

Este, el hegemonismo norteamericano, es el actor decisivo. Su intervención es el hilo de acero del que hay que tirar para desmadejar la intrincada enredadera de Oriente Medio. La guerra de Siria, las primaveras árabes en el Sahel o la demolición del régimen de Gadafi en Libia son un producto made in Washington. También ISIS/Estado Islámico/Daesh (o antes de ellos Al Qaeda), es una creación estadounidense. Si bien no son un “muñeco teledirigido” y su fanatismo integrista les da cierto carácter autónomo e imprevisible, lo cierto es que no podrían existir sin la financiación saudí y de los estados petroleros del Golfo y sin el armamento norteamericano. EEUU -además del grado de infiltración en sus filas y en su cúpula- ajusta su poder atacándoles un día y dejando que caigan en su poder arsenales enteros al día siguiente. Están más que documentadas las reuniones en Siria de John McCain -senador republicano, rival de Obama en la carrera a la presidencia y “negociador clave” en las operaciones de la CIA en todo el mundo- con el fundador del ISIS y autoproclamado emir del Califato de Irak y Siria.

Y sin embargo, a pesar de la excepcional importancia que tiene Oriente Medio para los intereses hegemonistas, la superpotencia tiene una prioridad estratégica superior: contener el ascenso de China, la gran amenaza para el dominio global de Washington. EEUU necesita liberar fuerzas, capacidades y recursos de Oriente Medio, el Sahel, el Este de Europa o Africa para poder concentrarlos en el área del Asia-Pacífico. Y por tanto necesita, imperiosa y urgentemente, que sus vasallos europeos de la OTAN pasen a sustituirle en esos puestos de combate.

Los atentados en París y los designios norteamericanos.

Los criminales atentados del 13N en Paris han tenido una consecuencia política clara: la total inmersión de Francia en los escenarios de guerra de Siria y Oriente Medio, así como en el Sahel y en el África subsahariana. Y no sólo de Francia: tras ella, los países europeos de la OTAN. La sangre de los 130 parisinos inocentes ha acelerado la completa integración europea en las operaciones militares en Oriente Medio y el Norte de África que EEUU necesita para fortalecer su dominio sobre una de las áreas estratégicas del planeta. Y que antes encontraban serias resistencias entre las sociedades y algunos gobiernos europeos, especialmente el francés, justo donde se han concentrado los atentados.

El viraje del Eliseo de un año a esta parte ha sido de 180º. Si en enero de 2015 Hollande mostraba sus reservas a participar en las sanciones contra Putin por la guerra de Ucrania o en los conflictos de la otra ribera del Mediterráneo, los atentados contra el satírico Charlie Hebdo y sobretodo la masacre parisina del 13-N han sumergido a Francia -la fuerza militar más potente de la UE- y trás ella a las potencias europeas, en la “guerra contra el terrorismo”.

«Los criminales atentados de Paris han tenido una consecuencia política clara: la total inmersión de Francia -y tras ella los países europeos de la OTAN- en los escenarios de Oriente Medio, el Sahel y el África subsahariana. «

El gobierno de Hollande se ha convertido en el principal defensor de intervenir militarmente en Siria, aplicando un recorte de libertades en su propio país y desplegando una intensa actividad diplomática para armar una coalición internacional que actúe no sólo en Oriente Medio, sino en el Sahel o el África subsahariana. La gira de Hollande ha recabado el apoyo explícito de Reino Unido, EEUU, Alemania e Italia, pero también ha pasado por Moscú e incluso por Pekín para intentar sumarlos en un gran “frente antiyihadista”. Las misiones diplomáticas francesas han llegado a la misma Damasco, explorando una cada vez más probable colaboración con el ejército de Al-Assad en el castigo al EI.

Los atentados de París han provocado que Francia despliegue una gran parte de su fuerza militar, dejándola al límite de sus capacidades. El refuerzo de la Operación Chammal frente a las costas sirias implica a 3500 efectivos, el portaaviones Charles de Gaulle y 38 cazabombarderos que le ha permitido desde el 15 de noviembre, realizar 106 vuelos sobre Siria e Irak y llevar a cabo 20 bombardeos contra el ISIS. Son operaciones que se desarrollan en paralelo en otro polvorín terrorista, el Sahel, donde Francia tiene desplegados a 4.500 soldados. Paris y Washington buscan que más países de la OTAN -entre ellos España- sustituyan a las fuerzas francesas de Mali, para que el ejército galo pueda concentrarse en Siria.

Se cumplen así, al menos en una primera etapa, los designios del Pentágono. El potente músculo militar francés, y tras él los otros vasallos de la OTAN -entrenados y oportunamente puestos a punto gracias a las maniobras ‘Trident Juncture’ realizadas recientemente en suelo español- están firmes y en orden de batalla para participar en los escenarios de Oriente Medio, el Sahel o el resto del continente africano.

De repente ¿todos contra el ISIS?

Un frente contra el EI que para el que los bombardeos aéreos necesitan la intervención de tropas terrestres. Pero para eso Francia se niega a prestarse, sabiendo del alto coste militar, político y social que eso tendría en la opinión pública europea. En un sorprendente giro, el ministro francés de exteriores ha planteado la necesidad de usar tropas de tierra árabes, kurdas… o incluso apoyarse en el ejército de Bashar Al-Assad.

A pesar de las reticencias de cara al público de Obama o de Hollande, parece que el rumbo más probable de los acontecimientos pasa por que Washington y la OTAN renuncien de momento a derribar el régimen de Al Assad. Moscú se ha mostrado favorable a “cualquier nivel de cooperación al que esté dispuesta la coalición liderada por EEUU” para destruir al Estado Islámico, ha dicho el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov. «Intensificaremos nuestro compromiso diplomático para establecer confianza mutua y lograr un acuerdo inclusivo para el pueblo de Siria. Esto incluye la labor con Rusia e Irán para crear un consenso para aumentar lo máximo la eficacia y la coordinación de la campaña internacional contra el EI», ha dicho la declaración de Cameron a la Cámara de los Comunes, buscando la autorización de su parlamento para participar en los bombardeos en Siria.

Donde parecía que había un conflicto irresoluble, ahora aparenta haber un consenso -desde Washington a Moscú, desde Paris y Ankara a Damasco, desde Teherán a Riad. ¿Todos unidos contra ISIS?. Sólo son eso, apariencias. La realidad es otra bien distinta.

Washington: mejor un empate que una derrota

El conflicto, la verdadera lucha de poderes imperialistas sigue tan abierta y descarnada como antes. La tregua solo esconde un movimiento táctico del hegemonismo norteamericano para evitar un desarrollo de los acontecimientos potencialmente catastrófico para sus intereses en la región.

A pesar del momentáneo avance de los designios norteamericanos, no todo es favorable para Washington, ni mucho menos. Todo lo contrario: su incapacidad para derribar rápidamente -como en el caso de Gadaffi en Libia- al régimen de Al-Assad desembocó en provocar una sangrienta guerra civil, armando a los yihadistas y a los “rebeldes” del Ejercito Libre Sirio. Pero Damasco no sólo no ha caido tras tres años de guerra, sino que la contundente entrada de Rusia en su auxilio, golpeando duramente tanto al Estado Islámico como al resto de los “opositores” prooccidentales ha cambiado radicalmente el panorama.

Si por un lado la valerosa resistencia del pueblo kurdo había conseguido contener el avance del Daesh en el norte de Irak y de Siria, el brutal castigo aéreo de Rusia ha causado estragos en las fuerzas del Estado Islámico. En un súbito cambio de tendencia, la posibilidad de que una coalición Moscú-Damasco-Bagdad-Teherán-Hezbolláh (con o sin el PKK) bajo la batuta del Kremlin obtenga una gran victoria militar ha encendido todas las alarmas de los estrategas norteamericanos.

«¿Todos unidos contra ISIS?. La realidad es otra bien distinta»

Washington no puede aceptar que Moscú obtenga un triunfo militar que multiplique su influencia en la zona, que refuerce el vínculo con Irán, que siga atrayendo a Irak a esta alianza y que desplace significativamente a EEUU y su sistema de alianzas en Oriente Medio.

Que Putin llegara a tener éxito militarmente en Siria sería un duro golpe para EEUU, que erosionaría aún más su posición como superpotencia y que daría posiblemente a Moscú la capacidad de moldear -o al menos de influir muy significativamente- los acontecimientos en Oriente Medio en los próximos años. Impedir que tal cosa ocurra es la urgencia táctica del momento. Es mejor quedar en tablas a que el enemigo gane la partida.

Para Washington es preferible estabilizar coyunturalmente la zona con un equilibrio de fuerzas que pueda dar paso a la renegociación política entre potencias. Ese es en realidad también el verdadero objetivo oculto del Kremlin, cuya prioridad es usar el terreno ganado en Oriente Medio -e incluso el propio régimen de Bashar Al-Asad- como moneda de cambio para que Washington renuncie a seguir interviniendo en Ucrania.

Una situación que -pese a las reiteradas negativas ,hasta el momento, de Obama a negociar con el régimen sirio- no sería contradictoria con los actuales objetivos norteamericanos para la región. Objetivos que pasan en primer lugar por estabilizar la zona, aunque sea a costa de un reequilibrio de fuerzas que reconozca los intereses estratégicos de Irán (en Irak, Líbano, Siria, tal vez Yemen,…) y de Rusia (en Siria, Chipre, el Cáucaso,..) Preservar su preeminencia a través del fortalecimiento de su sistema de alianzas con Israel, Arabia, Saudita, los Emiratos del Golfo Pérsico, Egipto y, en lo que pueda, Turquía, dejando en sus manos (con el refuerzo, en todo caso, de sus socios y peones militares europeos, entre ellos nuestro país) la tarea de intervenir, pacificar y estabilizar los choques que un equilibrio tan inestable necesariamente generaría.

Una nueva situación en la que, en definitiva, EEUU no se vea obligado a distraer y malgastar sus menguantes capacidades y energías en un conflicto tan interminable como irresoluble para poder pasar a concentrarse en lo que es su verdadero objetivo estratégico: el desplazamiento del grueso de sus fuerzas a la región de Asia-Pacífico para la contención de China.

El equilibrio del terror.

Que Washington se vea obligado a forzar unas “tablas” coyunturales en esta sangrienta partida de ajedrez en Oriente Medio no debe confundirnos acerca de promesas de estabilidad, ni que la superpotencia renuncie a sus proyectos para la región.

«Washington no puede aceptar que Moscú obtenga un triunfo militar que multiplique su influencia en la zona. Es mejor quedar en tablas a que el enemigo gane la partida.»

Mientras sean los intereses hegemonistas de EEUU o de potencias imperialistas como Rusia las que imponen un “equilibrio”, sólo podemos esperar que en el futuro estallen -cuando sus intereses así lo dicten- mayores carnicerías. La táctica norteamericana ha sido y sigue siendo la de crear un conflicto de “todos contra todos”, una especie de equilibrio del terror en que la duración y la intensidad de los conflictos provoque que los distintos actores locales se desgasten mutuamente entre ellos, para que ninguno adquiera capacidades superiores. Mientras EEUU juega el papel último de árbitro regulador, prestando mayor o menor asistencia a unos u otros en función de cómo se vaya desarrollando la correlación de fuerzas: chiíes contra sunníes; salafistas contra islamistas moderados, el ISIS contra Al Qaeda, turcos contra kurdos… todos contra todos. Y, al mismo tiempo, tolerando (o más bien induciendo) la existencia de una fuerte presencia del islamismo radical con la vista puesta en impulsar su expansión hacia el Cáucaso –puerta de entrada a Rusia– y hacia Asia Central, puerta de entrada a China. De ningún modo es pensable que Washington haya renunciado a este diseño del horror para Oriente Medio.

Un “equilibrio inestable del terror”, una “paz explosiva” que el hegemonismo podría estabilizar o dinamitar a conveniencia a través del terrorismo yihadista o mediante la presencia militar en la zona de Francia y otros miembros de la OTAN. Una falsa y macabra paz imperialista de intereses entrecruzados, que dejaría el escenario preparado para futuras y sangrientas escaladas.

Es preciso que los pueblos del mundo detengamos la guerra en Siria y en Oriente Medio, y que la ONU convoque inmediatamente una Conferencia de Paz en la que participen todos los actores locales y regionales: el régimen de el Assad y la oposición siria (con la excepción de los terroristas del ISIS) junto a los gobiernos de Irán, Irak, Arabia Saudí, Turquía y los representantes del pueblo kurdo. Una solución diplomática que ponga las bases para una paz duradera y justa, y para un desarrollo económico autónomo y próspero de los pueblos y países de la región. Esa es la solución que se corresponde con los intereses de los castigados pueblos de Siria, del Kurdistán y de Irak, y con las ansias de paz de toda la Humanidad.

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