SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

¿Una polí­tica industrial para España?

Así, con signos de interrogación. La respuesta corresponde al Gobierno de la nación y por lo anunciado en fechas recientes parece dispuesto a ir por el camino afirmativo. Habrá que esperar a ver los hechos pero entretanto tenemos algunos elementos de juicio a la vista de declaraciones oficiales u oficiosas.

Primer aspecto es el de la preocupación oficial por la caída del peso de la industria como tendencia muy clara en magnitudes como participación del sector en el PIB total o en la mano de obra empleada, incluso en unidades productivas. Hay claramente lo que se llama un “vaciamiento industrial”. Preocupación compartida por la UE y así se lo ha hecho saber al gobierno español.

El objetivo comunitario, coincidente con el español, es el denominado 20-20: que en el año 2020 el VAB industrial suponga en ambos espacios esa proporción. Objetivo más difícil en nuestro país porque aquí ese valor está en el entorno de poco más del 15 por ciento.

No va a ser fácil alcanzar ese objetivo ni mucho menos. La estructura industrial del país adolece de muchos y enraizados defectos. Es insuficiente, a pesar del incremento en los últimos años, el número de grandes empresas industriales (otra cosa es en sectores como el bancario, construcción y multiservicios, enérgetico) y es excesivo el número de pequeñas empresas y microempresas, la mayor parte de ellas con mínima capacidad de competir. Empresas tecnológicamente avanzadas en sus procesos y productos así como productoras de tecnología también escasean. Hay inputs claves para el sector industrial como la energía situados entre los más caros de la OCDE. Otros, como la financiación, prácticamente inexistentes o, en el mejor de los casos, a un precio altísimo, desde el comienzo de la actual crisis. Faltan empresarios, empresarios auténticos, sobran captadores de rentas vía BOE. Los emprendedores, tema de moda, siendo valiosos y dignos de apoyo no pueden llenar el hueco y aspirar a crear miles de puestos de trabajo.

Hacer política industrial supone estar convencido de la importancia que tiene la industria (trabajos más estables y mejor remunerados, posibilitar un sector servicios más sólido, mejor y más sólida internacionalización), tener voluntad política (desechar aquello que se dijo hace años por un ministro socialista de que “La mejor política industrial es la que no existe”, eso ya ni Obama se lo cree) y recursos para llevarla a cabo. La experiencia de los hechos nos mostrará si esos deseos del actual gobierno se hacen realidad.

No es tarea fácil en una economía mundial globalizada y en su vertiente europea bajo la disciplina de una UE alemana y “austericida”. Muchas variables escapan al control gubernamental. Y sobre todo está ahí la muy difícil inserción de nuestra economía en la rápidamente cambiante división internacional del trabajo. Ni somos ni previsiblemente seremos una economía tecnológicamente avanzada (hace años se hablaba de ser como California, ahora ni como Florida) ni podemos aspirar a competir, como pretenden algunos, mediante salarios y costes laborares bajos. La devaluación por esa vía tiene límites en el espacio (siempre hay alguien más barato) y en el tiempo (caída de la demanda interna, recesión, peligro de deflación). Eso puede servir como parche temporal pero nada más.

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