Kirchner

Una piedra contra el escaparate

Vayan a ver la exposición de Kirchner. No pueden perdérsela. Pero olví­dense de quienes le anuncian a un mero «virtuoso del color», y vayan dispuestos a dejarse perturbar, a sufrir una inexplicable pero inquietante sensación, extraordinariamente liberadora.

¿El “artista del color” o el “artista degenerado”?

El capitalismo suele utilizar la táctica de deglución. Intenta pervertir nuestra percepción de los movimientos más revolucionarios –sociales, políticos o artísticos-, eliminando las aristas más peligrosas para sus intereses, y convirtiendo, por ejemplo, a los artistas más radicales en suaves emblemas que pueden ser asimilados por el poder con tranquilidad.

Un ejemplo lo tenemos en como presentan la obra de Ernst Ludwig Kirchner, uno de los fundadores del expresionismo alemán. La exposición organizada por la Fundación Mapfre en Madrid nos permite acercarnos, por primera vez en España, a una visión integral de la obra de uno de los máximos exponentes de las vanguardias pictóricas.

Y se nos presenta a Kirchner como “el artista del cromatismo exuberante”, el que alcanzó “el dominio del color”, e innovó a través de “la búsqueda de nuevas técnicas, estilos y formas”.

¿Es eso verdad? ¿Podemos valorar a Kirchner como un mero “virtuoso del color y las formas”? ¿Podemos ver sus cuadros sosegadamente, con una mirada aséptica que apenas nos inquieta y que no revuelve nada en nuestro interior?Los nazis –una de las imágenes más “puras” del capitalismo, despojado de todas las capas de hipocresía con que suele disfrazar sus desmanes- nos demuestran exactamente lo contrario.

Kirchner fue, juto a Georges Grosz, una de las bestias negras de los nazis en el arte. Hasta 639 obras suyas fueron consideradas “arte degenerado”. Kircher fue expulsado de la Academia de Artes prusiana. Hasta tal punto llegó la persecución de los nazis, que Kirchner, ante el temor de que los nazis cruzaran la frontera suiza, donde vivía exiliado, destruyó buena parte de su obra y se suicidó el 15 de junio de 1938.

¿Qué tenía Kirchner para infundir tanto temor en los nazis, hasta el punto de que buscaron la exterminación física de su obra y de su persona? ¿Por qué este pintor era tan peligroso para unos nazis que en ese momento aplastaban toda Europa?

Pulverizar el viejo arte burgués

En junio de 1905, un grupo de nuevos pintores, estudiantes en Dresde, fundan el grupo Die Brücke (El Puente). Estaban encabezados por Kirchner, junto a Fritz Bleyl, Erich Heckel y Karl Schmidt-Rottluff.

Es uno de los momentos claves que señalan la ruptura con la vieja época dominada por el arte burgués oficial y la puerta de entrada a las más rabiosas vanguardias.

Se unen con el objetivo explícito de protestar contra los academicismos y los “ablandamientos” del amanerado arte oficial. Proclaman su voluntad de “desligarse de la educación oficial”, de “realizar una crónica de la vida cotidiana y sus significados”, y de “unirse contra la sociedad burguesa”.«¿Qué tenía Kirchner que lo hacía tan “peligroso” para los nazis, dispuestos a destruir toda su obra?»

La “declaración de guerra” contra el poder estaba sobre la mesa. Tal y como expresó Paul Klee, “el arte ya no debe reproducir lo visible, sino hacer visible lo que está oculto”. Mediante la deformación con la que reforzaban la expresión, este nuevo y radical grupo de pintores querían representar “la realidad real”, es decir, la esencia de las cosas, lo que no puede verse, sino solo sentirse. Por eso en 1911, el galerista Herwarth Walden dio a esta concepción artística el nombre de expresionismo.

Y volvamos ahora al “cromatismo exuberante” de Kirchner. ¿Se trata de un mero juego formal con el color? Nada de eso. La intensificación del color es un cuchillo que Kirchner utiliza para romper en mil pedazos el castrante escaparate del arte burgués.

Los colores chillones, virando al verde y rojo, de un solo trazo, sin matiz previo, actúan a la manera de manchas y parecen reflejar, en su contundencia, las alucinaciones y el imaginario de una época convulsa, llena de intuiciones.

La intensidad de los colores impacta en nuestras conciencias. Kirchner difumina las formas a las que estamos acostumbrados y nos arroja una llamarada de color que se dirige directamente a nuestra moral. Por eso es tan inquietante, tan incómodo, tan verdadero.

Junto a la nueva energía y capacidad expresiva otorgada a los colores, los perfiles angulosos –quebrados y por eso inquietantes, opuestos a las formas redondeadas, más tranquilizadoras- , las perspectivas distorsionadas, o la elección de “temas escabrosos” –prostitución, el bullicio de la vida callejera y marginal de las grandes ciudades… alejándose al máximo posible del “buen gusto” burgués- son una manera de deformar la realidad para “hacerla más real”.

Eliminar la capa de costumbre que aturde nuestras conciencias y nuestra sensibilidad, para que podamos ver más allá, para que podamos descifrar el fondo de verdad que se esconde tras las mentiras oficiales.

¿Un “virtuoso del color y de las formas” o un pintor radical, que nos inquieta porque nos obliga a enfrentarnos a la verdad?«Vayan a la exposición dispuestos a dejarse perturbar y sufrir una inquietante y liberadora sensación»

¿Sosegado retiro… o explosión de todas las contradicciones?

Y, como colofón a la tarea de “deconstrucción” de Kirchner –en realidad deberíamos hablar de “demolición”, para que los cascotes sean más digeribles para las conciencias bienpensantes que el original- llegamos al “descubrimiento del nuevo estilo” adoptado por el artista en su retiro en la localidad suiza de Davos.

Allí nos dicen que adoptaría un estilo más sosegado, centrado en la reproducción de los idílicos paisajes alpinos, opuesto a la virluencia de su etapa inicial.

Pero nos ocultan que el retiro alpino de Kirchner fue de todo menos “sosegado”. En su origen está la Iª Guerra Mundial, la gran carnicería donde aparecerá a los ojos del mundo la auténtica naturaleza criminal del imperialismo.

Kirchner es llamado a filas en 1914, pero no puede resistir la visión descarnada del horror. Sólo un año después, debe ser licenciado, psicológicamente desquiciado.

A partir de entonces, se refugia en sanatorios psiquiátricos, y finalmente se refugia en Davos, en un intento desesperado de huir de la realidad.

Kirchner es mucho más consciente que los demás de lo que significa el terror visto en las trincheras. Lo había dibujado en sus distorsionados cuadros. Pero una cosa es pintar el horror desde la distancia, y otra participar directamente de él.

Los desquiciados autorretratos, o las surreales representaciones de médicos y enfermeras, son el reflejo pictórico de la brutal escisión personal que la guerra ha provocado en Kirchner.

Nunca podrá dejarlo atrás. Incluso los más bucólicos paisajes alpinos siempre esconden una llamarada inquietante, un aviso de que no será posible escapar del infierno.

El ascenso de los nazis al poder confirmará los temores de Kirchner, que acabará suicidándose, incapaz de soportar la perspetiva de tener que enfrentarse otra vez en primera persona al horror.

Vayan a ver la exposición de Kirchner. No pueden perdérsela. Pero olvídense de quienes le anuncian a un mero “virtuoso del color”, y vayan dispuestos a dejarse perturbar, a sufrir una inexplicable pero inquietante sensación, extraordinariamente liberadora.

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