Joan Manuel Serrat se despide de los escenarios

Una patria llamada Serrat

Las canciones de Serrat son una patria mestiza y libre en la que nos reconocemos millones de personas en Madrid y en Barcelona, en Valencia y en Buenos Aires, en Sevilla y en México.

18 de febrero de 1965, un jovencísimo cantautor ofrece su primer concierto público, acompañado tan solo de una guitarra. 57 años después, Joan Manuel Serrat ha ofrecido en Barcelona su último concierto, dentro de una gira de despedida cuyo título sintetiza toda una manera de entender el mundo: “el vicio de cantar”.

En cada una de las canciones de su último recital está condensado lo que hace a Serrat grande, y lo que lo conecta, por encima de diferencias de edad o lugar de nacimiento con los millones de ciudadanos -cada vez son más- que conforman esa patria llamada Serrat.

Con “Aquellas pequeñas cosas”, que Gabriel García Márquez consideraba una de las mejores canciones jamás escritas. Da igual las veces que la hayamos escuchado o que nos sepamos de memoria su letra. Siempre nos emociona, siempre es capaz de cogernos el alma por la solapa y zarandearla. Su letra, su melodía, la inconfundible voz de Serrat… Gabo supo reconocer la inmensidad de esas pequeñas cosas en las que está concentrado lo mejor de nuestras vidas.

Con “Cançó de bressol”, donde están fundidas magistralmente dos lenguas, cantada en catalán pero abierta con la jota aragonesa que le cantaba su madre.

Con la sencilla y profunda “Paraules d´amor”, que ha hecho emocionarse en catalán a varias generaciones en el conjunto de España y en toda Iberoamérica.

Con cada una de las canciones de “Mediterráneo”, un disco ya mítico que no para de crecer. Desde ese himno, “Mediterráneo”, que le da nombre, hasta sacudidas sentimentales como “Aquellas pequeñas cosas” o “Lucía”. Desde la fuerza impactante de “Pueblo blanco” al huracán de libertad de “Qué va a ser de ti”, o la identificación, de la mano de León Felipe, del pueblo español con un Quijote vencido pero jamás quebrado. Y, recorriendo cada una de ellas, un ramalazo de vida y de libertad, primigenio y revolucionario.

Con el particular y machadiano modo de enfrentarse a la vida de “Cantares” -que han memorizado varias generaciones-, o con la energía de los versos de Miguel Hernández que vuelan en la voz de Serrat, desde la confianza en el poder de la vida de “Para la libertad” a el amor brutal y radicalmente verdadero de “Nana de la cebolla”.

Es casi imposible encontrar a otro cantante cuyo impacto cruce y una generaciones, lenguas y territorios.

Y nos sigue conmoviendo su capacidad para convertir canciones en historias que te atrapan y acaban desarmándote, como “Penélope” o “De cartón piedra”, o de expresar en “Fiesta” -censurada por el franquismo- la médula del carnaval, desde su sensualidad al anhelado deseo de volver del revés todo el orden social.

Serrat es un gigante en Barcelona y en Madrid, en Sevilla y en Buenos Aires

Ya en 1976, Vázquez Montalbán anunciaba que “Serrat es inmenso”, gracias a su “capacidad de identificación con la gente”, y a saber conectar “con los sentimientos más íntimos del hombre de la calle”.

Y Manuel Vicent ha definido sus canciones como “un caudal de belleza y de placer compartidos con su público durante más de 50 años”. Remarcando como “sus canciones quedarán en el aire como una lección que el Mediterráneo ofrece de placer, de equilibrio y de locura de un amor olvidado tras las cañas”. Y señalando como “este mar le enseñó a un chaval del Poble Sec a ser un catalán de Barcelona, de Madrid, de Buenos Aires, de México, de Santiago de Chile”

De Belchite. Poble Sec. Viña de Mar

Cuando Serrat participó en 2010 en la inauguración del monumento a las víctimas del franquismo en el cementerio zaragozano de Torrero, recordó cómo hasta 30 miembros de su familia materna fueron asesinados por los fascistas en Belchite, acusados de “pertenecer a las filas marxistas”.

En su madre, Ángeles, en su padre, un lampista de la CNT, en su barrio, el Poble Sec, obrero y popular, está el hilo que une a Serrat con la lucha y anhelos de todo el pueblo español. Al que “el noi de Poble Sec” será siempre fiel.

Serrat se negó a participar en Eurovisión si no se le dejaba cantar en catalán. Denunció las últimas ejecuciones del franquismo, y por ello el fascismo le prohibió regresar a España, iniciando un exilio en México que utilizó para impulsar una gira que recorrió todo el país azteca.

Las canciones de Serrat te sacuden íntimamente cada vez que vuelves a escucharlas

En Serrat, en su obra y en su vida, está la lucha de un pueblo español que se niega a bajar la cabeza.

Pero Serrat es grande a ambos lazos del Atlántico. Cuando en 1970 actuó en Viña del Mar para respaldar a la Unidad Popular de Salvador Allende. Cuando en Argentina, en plena dictadura, uno de sus conciertos se convirtió en un acto político todavía recordado, con el público puesto en pie gritando “‘¡Se va a acabar, se va a acabar, la Junta Militar!”. Cuando estuvo, en los peores momentos de la oleada de fascismos sembrada desde Washington, firmemente al lado de la lucha de todos los pueblos hispanos.

Serrat se convirtió en algo más que un cantante, alcanzando para los pueblos y la izquierda del mundo hispano la categoría de símbolo de vida, de lucha, de libertad.

Sellando en esos momentos un vínculo irrompible entre el aragonés pueblo de Belchite del 36, el barcelonés barrio del Poble Sec y la inmensidad de toda la Patria Grande, desde Río Grande a Tierra de Fuego.

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