En 1986, en pleno proceso de integración de España y Portugal en la UE, el Nobel luso José Saramago ideó una ficción literaria por la cual la península ibérica era transformada en una inmensa balsa de piedra que se desgajaba del continente, intentando escapar de las fauces de las potencias europeas para unirse a los pueblos hermanos hispanoamericanos. La XXIV Cumbre Hispano-Lusa es una nueva oportunidad para la balsa de piedra, para que la unidad entre España y Portugal se transforme en una herramienta preñada de posibilidades.
Los royectos que la cumbre hispano-lusa pretende impulsar dan la medida de las posibilidades de la unión conjunta entre España y Portugal.Se abordarán los proyectos de Alta Velocidad ferroviaria de España y Portugal, con especial atención al trazado entre Madrid y Lisboa. Del mismo modo, se analizarán las conexiones transfronterizas por carretera que aún están pendientes de concluir, así como el desarrollo de redes conjuntas de fibra óptica y las plataformas logísticas de uso común y sus puertos de referencia. Se estudiará el desarrollo de los mercados ibéricos de la electricidad (MIBEL) y del gas (MIBGAS).La anterior cumbre hispano-lusa en Braga puso la primera piedra de dos importantes proyectos: el Laboratorio Internacional de Nanotecnología y el Centro Ibérico de Investigación de Energías Renovables, cuyo objetivo es fortalecer la investigación científica puntera y las alternativas a la dependencia energética.La balsa de piedra de Saramago se refería, en palabras del Nobel portugés “a Portugal y al conjunto de pueblos españoles, que siento que comparten una cultura común, una cultura que no es rigurosamente europea: es otro mundo, un mundo con un carácter tan fuerte, tan propio que los pueblos de la Península Ibérica deberían hacer un gran esfuerzo de entendimiento mutuo para resistir las presiones de la cultura europea, que no es sino la cultura de los tres países dominantes: Francia, Alemania e Inglaterra”.La intervención de Francia en 1640 separó a Portugal de España, Inglaterra, que redujo a Lisboa a mero satélite y sometió a nuestro país a estricta dependencia, enfrentó y enemistó a los vecinos.Pero el sueño de una península ibérica unida, y con la fortaleza suficiente para conquistar la independencia de los centros de poder mundiales, y poder así jugar un papel autónomo en el mundo, alimentó los proyectos iberistas republicanos del siglo XIX, y pervive en la conciencia de sectores progresistas, como demuestra el caso de Saramago.