El Festival de Almagro

¿Una nueva mirada?

A lo largo de 25 dí­as, 32 compañí­as y un total de 102 representaciones han dado forma, un año más, al Festival de Almagro. Un espejo universal de la palabra dramática española en el que se reflejan Lope, Calderón, Cervantes, Tirso…

Natalia Menéndez se ha estrenado en esta edición como nueva directora del festival, en una doble relación con su antecesor, rofundizando su carácter internacional con Shakespeare o Molière, y acercándose a Iberoamérica, a través de la compañía chilena Teatro Camino, que representaban a Calderón, y la argentina Los del verso, que han hecho lo propio con Lope. Que duda cabe, Natalia Menéndez ha hecho bien, como anunciaba hace meses, en concentrarse en tan titánica tarea. Porque pese a que la atención oficial ya empieza a ser costumbre en esta cita, el teatro clásico español, al contrario que por ejemplo el anglosajón, ha tenido que emerger de capas de polvo y olvido al que se le había desterrado. Y no será evidentemente por circuitos como el de Almagro en marcha desde 1978. En esta línea el festival se acerca a los nuevos creadores creando un premio que busca como objetivo promover nuevas promesas, descubrir perlas y servir como canal de expresión en un ámbito en el que la hondura del teatro impregna y se respira. Una puerta a esa nueva mirada que se espera y a veces parece que nunca llega. Pero al mismo tiempo la nueva dirección se escurre en la estética de la no-violencia, en un espacio con el que se espera que surja el debate en torno a la necesidad de transformar los símbolos estéticos, los códigos marcados por la violencia histórica y presente. Quizás porque se confunda el qué con el quién y para qué. ¿Es que puede entenderse a Lope sin el Lope soldado de las campañas militares, de los destierros, las penurias y el abandono, sin su “volcánica” y violenta vida amorosa y sentimental – casado dos veces, con infinidad de amantes y catorce hijos -?, ¿pudo llegar a ser de otra forma un verdadero experto en tejer y destejer en escena enredos amorosos y conflictos sentimentales, a mezclar la comedia y la tragedia con tal maestría? El objetivo del arte ha de ser, y siempre ha sido, transformar el mundo, y para ello hay que afrontarlo como es y no como nos gustaría imaginar que fuese. En una entrevista afirma la directora: “El barroco es un momento de nuestra cultura pleno de violencia y evidentemente acompañado de su estética. El crimen, la barbarie, la intimidación y el terror están presentes en la mayor parte de sus páginas. El teatro respira su época. ¿Pero los autores lo hacen para enseñarnos a convivir de otro modo o sencillamente porque esa ética y estética les entusiasma y se emborrachan con ella?Hoy sucede algo parecido en nuestra cultura y con nuestro teatro. Puede que no sea tan evidente o tan frontal, pero sucede.” Es evidente y es frontal, hoy más que antes. Salvo que uno gire la cara al mundo en el que vivimos y pretendamos hacerlo todavía en los espejismos narcotizantes de los “felices años 90”… “felices” por otra parte para una pequeña parte del mundo.Los clásicos son eternos porque conmueven el alma, revuelven las entrañas e inyectan vida al espíritu. No pueden confundirse las formas con el contenido. Lope expresa dramáticamente el cuestionamiento del orden moral de la época, lo destruye, y lo hace violentamente. Porque sin destrucción no puede haber construcción. Como diría Lorca, sin muerte no puede haber duende.Ésta sí es una nueva mirada… enterrada en el pasado, sepultada en el presente, pero nueva. El alma viva de nuestros clásicos, la esencia del Festival de Almagro.

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