Trump ante los ataques fascistas de Charlottesville

Una nueva grieta en la Casa Blanca

Una nueva brecha se ha abierto bajo el suelo de la presidencia de Donald Trump despues de que los enfrentamientos en Charlottesville (Virginia) hayan desembocado en un atentado donde un supremacista blanco embistiera con su coche la marcha antifascista, dejando una víctima y 19 heridos.

Las declaraciones del presidente, en los que guardaba una explícita equidistancia y repartía la culpa «en ambos bandos», ha generado un aluvión de críticas en su propio partido y la dimisión de importantes sectores empresariales y sindicales que hasta ahora lo habían apoyado.

Charlottesville era hasta ahora un plácido municipio de 45.000 habitantes en el corazón de Virginia, al sur de EEUU, sin tensión racial ni política significativa. La mayor marcha de grupos neonazis y supremacistas blancos de los últimos años -que protestaban bajo el lema ‘Unir a la Derecha’ contra la decisión del alcalde de retirar una estatua del general Lee, cabeza del Ejército Confederado durante la Guerra Civil y símbolo para la ultraderecha racista- ha roto para siempre esa tranquilidad y ha puesto sangrientamente a la localidad en el mapa. A la marcha de cabezas rapadas y miembros del Ku Klux Klan -armados con rifles y antorchas, y coreando consignas racistas y hitlerianas- se les opusieron diversos grupos de izquierda y defensa de los derechos civiles.

La tensión en Charlottesville no tardó en desembocar en agresiones y enfrentamientos. Fue entonces cuando James Field Jr, un joven neonazi de Ohio, cogió su vehículo y -a la usanza del ISIS- lo enfiló a toda velocidad contra la marcha antiracista, asesinando en el acto a la joven Heather Heyer e hiriendo a 19 personas más.

El execrable suceso podría no haber tenido más trascendencia política, pero entonces el presidente Trump decidió hacer una de sus declaraciones. Con la vehemencia con la que acostumbra a pronunciar sus declaraciones, dijo: «Condenamos en los términos más contundentes esta atroz muestra de fanatismo, racismo y violencia por múltiples partes. Múltiples partes». La escogida y explícita equidistancia entre racistas y antiracistas, incluso después de que una manifestante de los segundos hubiera sido asesinada por el odio fanático de uno de los primeros, hizo estallar de indignación las redes sociales.

El aluvión de críticas, lejos de hacerle enfundar, hizo que Trump se radicalizara. Los disturbios “fueron culpa de ambos bandos. Había gente mala en un lado y también muy violenta en el otro; había gente muy buena en ambos lados”, dijo en rueda de prensa, señalando que los activistas de la «alt-left» o izquierda alternativa, eran tan responsables por la violencia en Charlottesville como los del «alt-right».

Contra las declaraciones de Trump no sólo clamaron los portavoces demócratas y los medios de comunicación hostiles a Trump, sino la toda batería de voces del Partido Republicano. “Debemos ser claros. La supremacía blanca es repulsiva. La intolerancia va en contra de todo lo que defiende este país. No puede haber ambigüedad”, declaró el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Paul Ryan (tercera figura política de EEUU). Hasta los dos Bush -padre e hijo- hicieron una declaración conjunta desmarcándose de Trump.

Las declaraciones sobre los sucesos Charlottesville le han costado a Trump significativas deserciones en sus órganos asesores. La mayor central obrera de EEUU -la poderosa Federación Estadounidense del Trabajo (AFL-CIO), con más de 12 millones de afiliados- que hasta ahora había respaldado al republicano, anunció que abandonaba el Consejo de Fabricantes (creado por Trump para asesorar sus políticas industriales y de empleo) como gesto de repulsa con un presidente que «tolera el fascismo, el terrorismo local, los neonazis y al Ku Klux Klan». Junto al sindicato, cuatro directores generales de importantes grupos monopolistas -la tecnológica Intel, la farmacéutica Merck, la textil Under Armour y la Alianza para las Manufacturas Americanas- han abandonado el Consejo.

La posición tomada por Trump y su equipo presidencial ante el conflicto racial ha abierto una fisura que tiene dos filos. Por un lado, ahonda la contradicción entre la política de Trump hacia las minorías raciales y los derechos civiles. Las proclamas xenófobas del republicano han animado a la extrema derecha racista, que está en claro crecimiento. Pero además, los sectores monopolistas y del establishment opuestos a la presidencia de Trump saben muy bien que ésta es una grieta en la que hurgar para desestabilizar, condicionar y limitar las políticas del inquilino de la Casa Blanca.

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