Una invitación al pesimismo

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Texto y dirección: Juan Mayorga

Reparto: César Sarachu

Título: Intensamente azules

A estas alturas está de más introducir a un autor tan laureado y prestigioso como el dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 1965), ningún adjetivo es suficiente para calificar la ambición y el mérito de su trayectoria. Su obra (impresa y representada) habla por sí misma y siempre, con cada estreno, supera las expectativas. Acaso lo que nos queda a los mayorguianos sea un ligero temor a que su trabajo, tras la consagración y canonización de su figura (recordemos que hace unos meses fue electo para ocupar la silla M de la Real Academia), caiga, como el de otros, en esa suerte de conformismo que suele pasar desapercibido en quienes llevan a sus espaldas un aval de calidad tan inmenso. No obstante, conformismo es una palabra insólita para este autor y no habría una forma más inexacta de calificar así su nueva obra, Intensamente azules, un himno a la inconformidad.

El pasado viernes 8 de junio algunos tuvimos la fortuna de presenciar un verdadero despertar de la conciencia en el Teatro Bulevar de Torrelodones, donde se estrenó este indómito monólogo, interpretado por el genial César Sarachu, quien encarna con maestría, como ya había hecho en Reikiavik, un desfile de excéntricos personajes extraviados en el laberinto de la incomprensión del mundo real. Como si se tratara de un giro kafkiano, el protagonista nos indica desde la primera línea en qué consiste su transformación, conflicto central de la obra: «Esta mañana, al levantarme, encontré rotas las gafas normales y tuve que ponerme las de nadar. Elegí una corbata a juego —las gafas son intensamente azules— y, tras asegurarme de que no había nadie en el pasillo, salí de casa».

De inmediato, su entorno reacciona de manera negativa al cambio de aspecto, pero el protagonista descubre que a través de estas gafas es capaz de entender aspectos de la realidad que antes se le escapaban. Relee El Quijote y se percata de significados insospechados, acude al Museo del Prado a contemplar Las Meninas asombrado por los nuevos detalles que encuentra, ve siete veces Un perro andaluz e incluso comprende por fin la obra magna de Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, que convertirá en su libro de cabecera.

Se desata entonces una hilarante comedia sobre las diferentes formas de ver el mundo. El protagonista se niega a quitarse las gafas de natación (con su familia acuerda que sólo hará una excepción en bodas, bautizos y funerales) y sale a las calles como un Quijote que, en vez de libros de caballería, predica el pesimismo schopenhaueriano. Acude al bar donde se emborracha con otros individuos que también llevan gafas de natación graduadas, rojas, negras, amarillas, y le cuenta a su esposa que acude al Palacio Real donde se dedica a leer pasajes de El mundo como voluntad y representación con el Rey.

Como en toda la obra de Mayorga, las capas de ficción producen nuevos significados que trastocan la realidad, contradicen lo cotidiano y se dejan llevar por la imaginación del demiurgo. Entonces lo que era una comedia sobre las perspectivas se convierte en una fábula apocalíptica sobre cómo percibimos los acontecimientos y en qué momento la originalidad se consolida como otro producto para enajenar a las masas. Una posible lectura podría considerar a Intensamente azules una alegoría de cómo adoptamos las ideologías y las transmitimos. Es difícil tenerlo claro, ya que la mente del protagonista confunde recuerdos reales y fantaseos en un delirio constante. ¿En verdad se reúne con el Rey en los sótanos del Palacio Real para leer la obra de Schopenhauer? ¿Sus amigos del bar que también llevan gafas de nadar son predicadores de un pesimismo filosófico o sólo son pesimistas de ocasión?

Cuando el Rey, en su mensaje navideño en televisión, cita textualmente a Schopenhauer, el pesimismo se masifica y se vuelve trending topic. Surgen imitadores, su vecina se pasea por el edificio con aletas, la gente va a las iglesias con máscaras de buceo y demás artilugios, preparándose para un “gran diluvio”. El Rey regala un ejemplar de El mundo como voluntad y representación al presidente de los Estados Unidos y el pesimismo como ideología se vuelve tendencia al otro lado del Atlántico. Disney prepara una adaptación de El mundo como voluntad y representación con la aparición estelar de Justin Bieber. Quién sabe cuál sería el resultado de esa producción, pero se convierte en un éxito, gana todos los Oscar, la gente imita y reproduce, edulcorado, el pensamiento del filósofo alemán.

Mayorga recrea el espacio en el que se desarrolla la obra mediante lugares genéricos que solemos habitar a lo largo de nuestro día: la cama matrimonial donde discute con su esposa antes de irse a dormir, las habitaciones de sus hijos a los que, sin necesidad de más actores, caracteriza con objetos (un balón, una videocámara), el pasillo de su edificio, el supermercado, el bar donde se emborracha cada noche. También localiza ciertas escenas en sitios característicos de su natal Madrid: el Palacio Real o sus sótanos, la línea 6 del metro, cuyo recorrido es circular, y donde le protagonista se dedica a dar vueltas incesantes para ordenar sus pensamientos.

Intensamente azules trata de describir el proceso en el que metamorfoseamos nuestros ideales en la edad adulta. Si bien cuando se suele tratar la pérdida de ideales se patenta la inoperancia de la vejez, en este caso se trata de una obra extrañamente esperanzadora. Las gafas de natación, símbolo de la nueva lectura de la realidad, le devuelven al protagonista las incertezas y, sobre todo, la curiosidad por los pequeños acontecimientos. Con las gafas se vuelve inconforme, lúdico, quisquilloso y algo neurótico. Apoyado en la bibliografía de Schopenhauer, interroga la esencia de los sucesos más ordinarios: conversaciones que escucha en la calle, el comportamiento de sus hijos, discusiones cotidianas con su esposa. En una ocasión ella le reclama: No se puede ser como eres. Dicho comentario, en apariencia inocuo, sume en un terrible insomnio al protagonista, quien se repite la oración una y otra vez para refutarla con premisas schopenhauerianas. ¿Cómo que no se puede ser como soy? En verdad, cavila nadie puede ser como es, puesto que todos estamos condenados a una voluntad superior.

El viernes 8 de junio, en el teatro Bulevar de Torrelodones, los espectadores nos sentimos igual de condenados, no sólo por la voluntad de la que hablaba Schopenhauer, sino por la voluntad inventiva de Juan Mayorga, quien, como de costumbre, nos sometió a una hora y media de interrogatorio existencial tras el cual ninguno de los asistentes se levantó de su butaca siendo el mismo que creía ser.

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