Fujimori y la guerra sucia en Perú

Una historia de asesinos

Así­ como Sendero parecí­a estar en todas partes y saber todo, el mensaje de Fujimori era que él también sabí­a a quién matar y que no iba a detenerse por consideraciones legales.

La guerrilla del rofesor Abimael Guzmán llevaba una década de operaciones y ya habí­a transformado buena parte de los Andes en zona liberada. Perú se habí­a acostumbrado a las masacres en las que senderistas ejecutaban a pueblos enteros ,niños incluidos, por «traidores», volando con dinamita los cuerpos para destrozarlos y clavando a una pared a las «autoridades», lo que en esos pueblitos perdidos significaban el intendente y el cartero.El ejército, por su parte, respondí­a encarcelando y fusilando a todo el que fuera pobre e indio, según la lógica torpe de que dado que los senderistas tendí­an a ser indí­genas andinos, todo indí­gena andino era un guerrillero en potencia. Los ochenta fueron años de asesinatos indiscriminados, emboscadas, represalias y largas prisiones para inocentes.Para 1990, Sendero estaba llevando su guerra a las ciudades, bajo el slogan de «sitiar la ciudad desde el campo». La vida urbana era una pesadilla de cortes de luz, por las voladuras de lí­neas de alta tensión, bloqueos, escasez de todo tipo de productos, medidas de seguridad, presencia militar y, cada vez más, atentados. La vida rural era una sucesión de emboscadas, masacres y fusilamientos. Lo que le quedaba claro a todo el mundo era que tal vez Sendero no estaba ganando su guerra, pero ciertamente el gobierno tampoco.La guerrilla fue para Fujimori lo que la inflación para Menem, el tema con el cual obsesionarse y ganar poder. Montesinos creó una megacentral de inteligencia, con un edificio digno de la CIA que incluí­a un departamento de alta seguridad para el presidente, oficinas, celdas subterráneas y muchos pisos de hackers para interceptar mails de la oposición y llamadas de todo el mundo. Esta fue la estructura que se usó para derrotar a los senderistas primero y para espiar a medio paí­s después.Montesinos y Fujimori decidieron que hacer inteligencia -algo que habí­a fallado sistemáticamente durante la década anterior- no alcanzarí­a, y decidieron golpear a Sendero usando sus mismas técnicas de asesinato selectivo. Para eso crearon un escuadrón de la muerte sofisticado, bien entrenado y absolutamente de acuerdo con la metodologí­a elegida. Con el tiempo, el escuadrón acabó bautizado informalmente como Grupo Colina, en homenaje a un oficial muerto en un atentado. Uno de sus miembros más destacados era el mayor Santiago Enrique Martin Rivas.Cuando era capitán, Martin habí­a sido encargado de manejar al informante Montesinos y ahora era una de las estrellas, dí­scolas pero brillantes, del Grupo. Era respetado por sus colegas por su actuación, como un muy joven oficial, en la guerra de 1981 con Ecuador, y por su brillante paso por los cursos de inteligencia en Colombia, donde habí­a aprendido cómo se maneja «realmente» a la guerrilla.Por ejemplo, en la toma del célebre penal de Lima que Sendero habí­a transformado en una base. La operación fue hecha a plena luz del dí­a, con periodistas y testigos, y fue una encarnizada batalla porque los guerrilleros lo habí­an remodelado y transformado en un bunker que tomó cuatro dí­as doblegar. Fue en el último dí­a en que el Grupo Colina entró en acción, se metió en el penal y ejecutó a los miembros del Comité Central de Sendero que ya se habí­an rendido.Estas muertes seguí­an una lógica polí­tica. Así­ como Sendero parecí­a estar en todas partes y saber todo, el mensaje de Fujimori era que él también sabí­a a quién matar y que no iba a detenerse por consideraciones legales. Las dos «acciones» que hicieron finalmente célebres al Grupo siguieron la misma lógica. La primera fue la de Barrios Altos, un barriada pobre limeña en la que un destacamento del grupo masacró a una célula senderista y se retiró en dos camionetas cuatro por cuatro con luces policiales prendidas. Los muertos eran el núcleo de la formidable red de espí­as senderistas que posaban de vendedores ambulantes y heladeros, marcando blancos y anotando entradas y salidas de edificios clave.La segunda «acción» célebre fue muy similar y ocurrió en los dormitorios de la universidad limeña de La Cantuta. Las facultades peruanas suelen tener campus a la norteamericana, con edificios para alojamiento de los estudiantes, y varias se habí­an transformado en bases operativas y santuario de senderistas, ya que la autonomí­a universitaria impedí­a los allanamientos policiales. En 1993, el Grupo envió un comando que secuestró a nueve estudiantes y un profesor y los fusiló en un descampado.Estos tres fueron los episodios más conocidos y mayores en una campaña de asesinatos de senderistas en todo el paí­s pero sobre todo en Lima. Sendero reaccionó levantando el nivel de violencia a un nivel nunca visto antes.1992 quedó en la historia limeña como el año en que la guerrilla se dedicó a volar edificios residenciales al azar, como para aterrorizar a la población. Pero con sus espí­as callejeros desactivados, con su comité central asesinado y sus redes universitarias en desbandada, Sendero estaba a la defensiva.El final vino con la captura de Abimael Guzmán y su exhibición en una jaula. Pero el Grupo Colina ya habí­a ganado demasiada fama y dentro y fuera del Perú volaban las acusaciones. En 1993 un general desairado por Montesinos hizo pública una acusación detallada contra el Grupo y se exilió en Buenos Aires. Hubo que crear una estrategia y el gobierno decidió negar todo: el Grupo Colina no existí­a y los casos célebres eran «excesos» de subordinados fuera de control.El mayor Martin y sus colegas terminaron aceptando ser acusados, con el entendimiento de que serí­an absueltos. Hicieron mal en confiar en Montesinos, ya que terminaron condenados a largas penas, amnistiados después de meses de cárcel y expulsados del ejército. Con la huida de Fujimori a Japón y la caí­da en prisión de Montesinos, las causas se reabrieron y Martin pasó a la clandestinidad.

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