Artur Mas se ha decidido por fin. Un acuerdo al límite del tiempo con Oriol Junqueras le permitió ayer anunciar que convocará elecciones para el próximo 27 de septiembre. Había quien veía más razonable agotar la legislatura y quien prefería darla por liquidada, pero lo que no era aceptable era mantener la incógnita mucho tiempo más. Una vez fijada una fecha relativamente lejana, corremos el peligro de sumir a Catalunya en una larga carrera electoral en la que se superpondrán, además, las elecciones municipales del 24 de mayo.
Junto a un acuerdo de estabilidad parlamentaria, que a buen seguro ha de permitir aprobar los presupuestos del 2015, causa cierta inquietud el anuncio del ‘president’ de que en los próximos meses la actividad del Parlament va a centrarse en la creación de las «estructuras de Estado». A nadie se le escapa que esta decisión va a suponer un desafío a la legalidad española y por lo tanto, un nuevo foco de confrontación con el Gobierno central, además de una dura polémica con los grupos no soberanistas de la Cámara catalana. Y van a ser ocho largos meses en los que con este clima habrá que gobernar para el conjunto de los ciudadanos, que siguen padeciendo las consecuencias de la crisis.
Si tenemos presentes las posiciones que tanto Mas como Junqueras han defendido en estas últimas semanas, y que les habían llevado al bloqueo de la situación, lo anunciado ayer por el líder de CiU -pluralidad de listas, sin condiciones en su confección y con coincidencia en el programa independentista (paraguas)- podemos concluir que las tesis del líder de ERC han prevalecido, aunque haya cedido en que las elecciones no se celebren de forma inmediata. Un elemento adicional a constatar al escuchar ayer a Mas -una persona que suele medir muy bien sus palabras-, es que en ningún momento pronunció el polémico concepto «elecciones plebiscitarias», aunque sí se refirió a unos comicios que han de servir para conocer la opinión de los catalanes sobre la hipótesis de una Catalunya independiente.
Por último, y como en otras ocasiones en que el ‘president’se ha dirigido a los catalanes, puede decirse que sus palabras habrán satisfecho en buena medida las expectativas de los soberanistas, pero habrán provocado en otra parte también muy importante, la sensación de sentirse ignorados.