El nuevo tablero mundial (3)

Una emergencia intolerable para EEUU

Japón, absolutamente dependiente e intervenido por Washington, tuvo que asumir la factura de la crisis, y eso le ha costado quince años de recesión. Pero esta vez, la potencia emergente económicamente es una China absolutamente hermética a la intervención norteamericana, y que defiende celosamente su independencia. Es esta autonomía, unida a un fulgurante desarrollo, lo que transforma la emergencia de China en un factor inasumible para Washington, y capaz de desestabilizar la misma arquitectura de la hegemonía norteamericana.

Un desarrollo acelerado

Cuando tras la implosión soviética se inició el periodo de expansión capitalista conocido como “globalización” -y que ha llevado a duplicar el PIB mundial en la última década-, pocos podían imaginar que el principal ganador sería China. Pero la velocidad del desarrollo chino no tiene precedentes en la historia, sólo seria comparable con la de la Alemania y la de los propios EEUU de finales del XIX y principios del XX, sólo que partiendo de un nivel más bajo que ellos. Entre 1999 y 2008, en tan sólo nueve años, China duplicó su participación en el PIB mundial, pasando de representar el 3,5% a suponer el 7,3% de toda la nueva riqueza global. La crisis no ha hecho sino agudizar ese desarrollo desigual. Mientras la economía norteamericana sigue decreciendo -a un ritmo del 1% en el primer semestre de 2009-, y los economistas europeos están alborozados porque el PIB de Alemania y Francia avanza un insignificante 0,3%, China ha presentado en la primera mitad del año un crecimiento del 7,9%. Las proyecciones del PIB realizadas por el Fondo Monetario Internacional dibujan la aceleración de la emergencia china. Si en octubre de 2008 se le adjudicaba a China un 9% del PIB mundial para 2013, en abril de 2009 ese porcentaje se elevaba ya al 12%. Es decir, en tan sólo seis años, y mientras las principales potencias arrastrarán todavía un escaso crecimiento, cuando no continuarán en recesión, Pekín volverá a duplicar su peso relativo en la economía mundial. Y no se trata solamente de un desarrollo económico. Todos los medios coinciden en calificar el crecimiento chino como la “locomotora mundial” que va a presidir la recuperación. Si en anteriores crisis, era necesario mirar a EEUU para encontrar la salida, hoy todos los ojos se dirigen inevitablemente hacia China. No es sólo un reconocimiento del cada vez mayor peso de la economía china, sino la constatación de la expansión de la influencia global de Pekín en los principales asuntos mundiales.

El valor de la independencia

¿Pero cuál es el factor principal que ha hecho posible esta fulgurante emergencia china? ¿Se trata de un milagro económico que ahora está trasladándose al plano político? ¿O, por el contrario, la independencia política de China ha hecho posible su crecimiento económico? Cuando Washington ha pretendido cargar las pérdidas de la crisis sobre China -utilizando diferentes medios, desde el chantaje financiero hasta los intentos de desestabilización en Xinjiang-, Pekín ha dado una enérgica respuesta, proponiendo, por ejemplo, la sustitución del dólar como divisa de reserva internacional. China es un país hermético a la intervención norteamericana, que defiende celosamente su independencia. Y es esa autonomía la que le ha permitido jugar sus cartas, primero en la expansión de la globalización y más tarde ante la crisis o la agudización del declive norteamericano. Cuando el conjunto de países siguen una misma receta contra la crisis -salvar el sistema financiero a través de multimillonarios planes de rescate-, Pekín ha emprendido justamente el camino contrario, abriendo la mano de los créditos y obligando a que ese dinero se destine al desarrollo de la economía productiva. Los efectos de la “receta china” contra la crisis son palpables en los índices de crecimiento del gigante asiático. Es esta conjunción -un fulgurante crecimiento económico y una férrea independencia política, siendo este último el factor esencial- lo que convierte a China en la principal amenaza para la hegemonía norteamericana. Todos los pasos de la extensión de la influencia china, decididos de forma autónoma y soberana por Pekín, acaban chocando inevitablemente con la arquitectura de la hegemonía norteamericana. Pekín, junto a Rusia, ha convertido la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) en el principal referente económico -y cada vez más también político- de Asia Central, la mesa regional más importante del planeta. Una organización donde están presentes China y Rusia, pero no EEUU. El dinero y el mercado chinos, junto al apoyo diplomático de Pekín en los principales foros mundiales, se han convertido en uno de los principales sostenes de aquellos países que -en Hispanoamérica, como Venezuela, o en Oriente Medio, como Irán- intentan salirse del redil norteamericano. Encauzar el crecimiento chino, en unos límites que no cuestionen la hegemonía norteamericana, es la principal preocupación de Washington. Pero la emergencia independiente de Pekín es un factor cada vez más desestabilizador para el dominio de la superpotencia de las barras y estrellas.

La tortuga de acero

El desarrollo del periodo de transición entre el ocaso imperial y el ascenso de los reinos combatientes, dependerá de como gestione sus cartas EEUU, a través de Obama, pero también de la posición que adopten los nuevos centros emergentes, especialmente China. Durante los últimos años, Pekín ha sido una especie de “tortuga de acero” cuya independencia, voluntad y efectividad le ha permitido aprovechar las oportunidades que ofrecía la situación internacional. En primer lugar, blindando su independencia a través de la centralización de la toma de decisiones en torno al Comité Central del PCCH. En segundo lugar, asegurando la unidad del conjunto del país y la sociedad en torno al proyecto de desarrollo emprendido. Y en tercer lugar, trazando un camino independiente a largo plazo -que tiene fijada la fecha del 2050 como el momento donde se culmine el desarrollo chino-, de cuyos objetivos fundamentales Pekín no se ha desviado a pesar de enfrentar problemas y amenazas tan serias como la guerra global desatada por Bush o la peor crisis económica desde 1929. Autonomía blindada, unidad en torno a un proyecto a largo plazo, voluntad para llevarlo adelante a pesar de las dificultades. Estas características han permitido que lo que hace tres décadas era todavía un modesto país del Tercer Mundo, hoy se haya convertido en el centro de poder mundial emergente por excelencia. El caso chino es, sobre todo, el ejemplo de que no todo se decide por la voluntad del hegemonismo norteamericano, y que para los países y pueblos del mundo es posible trazar un camino propio y llevarlo con éxito a la práctica.

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