Los números están llenos de sangre, expresan toda una posición ante el mundo. Los números de las pensiones cristalizan el brutal antagonismo de clase entre un ínfimo puñado de plutócratas y el conjunto de la población.
Ellos, los dueños de los grandes bancos y monoolios, quieren obligarnos a trabajar dos años más y recortar nuestras ya miserables pensiones. Son vampiros que se alimentan de nuestras horas de vida, trituran nuestro futuro para sostener sus ingentes ganancias, y no les importa incrementar ese 30% de pensionistas que viven bajo el umbral de la pobreza.Nosotros, el pueblo trabajador, exigimos que, tras toda una vida de trabajo, no exista una sola pensión por debajo de los 1.000 euros.Para ellos, los propietarios del capital, la vida humana sólo tiene valor en la medida en que su fuerza de trabajo puede ser explotada. Cuando, tras la jubilación, deja de poseer esta cualidad de incrementar el capital, la consideran poco menos que material desechable.Sólo a regañadientes, y obligados por la lucha popular, están dispuestos a destinar una parte de la plusvalía arrancada al obrero a sufragar las pensiones.Para los pueblos, nuestros mayores son un tesoro que cuidar y del que aprender. Son nuestras madres o nuestros abuelos.El capitalismo, con el sometimiento de cualquier sentimiento al frío interés de la ganancia, valora más a una máquina capaz de incrementar la productividad, y con ello sus beneficios, que a un jubilado al cual ya no es posible arrancar más plusvalía.Son dos posiciones ante el mundo concentradas en los números de las pensiones.La de quienes producimos toda la riqueza. Y la de quienes tienen como condición de existencia la vampirización de la vida, de las horas de trabajo de la inmensa mayoría de la humanidad.