SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Una Castellana, casi dos

(…) La unidad de medida madrileña es la Castellana (tú ya me entiendes, Marhuenda). Media Castellana, una manifestación de notables proporciones. Una Castellana entera, un exitazo. Una Castellana y media, el acabose y la centralita del ABC de Anson colapsada. La manifestación del 10 de junio del 2010 en Barcelona posterior a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut fue una Castellana y media. Ayer había más gente. Una manifestación independentista, efectivamente. El lema era inequívoco. Una marcha independentista más tranquila, sin embargo, que la citada manifestación de junio del 2010, caracterizada por la irritación provocada por la sentencia del Tribunal Constitucional. Ambiente festivo, mucha tranquilidad, senyeres y estelades a partes iguales, una reducida pero significativa presencia de banderas europeas (vamos madurando), pocos gritos antiespañoles, algún incidente y un final de fiesta algo naif . No fue una algarabía. No fue un lío. Ni fue el paso previo a la insurrección catalana.En septiembre suelen haber fuertes tormentas en Catalunya. El vapor veraniego se condensa y cae agua a chorro en el litoral. Hay años de tormentas tranquilas y años en que causan estragos. La de ayer fue una tormenta tranquila. Pero venía muy cargada. La política española la ha condensado a conciencia durante los diez últimos años, desde que la acumulación de plusvalías inmobiliarias y la atmósfera de bienestar hizo creer a los partidos políticos -especialmente al PP y PSOE- que podían podían organizar la lucha por el poder jugando a rojos y azules sin que pasase nada. La sociedad vivía bien. Esquerra Republicana, que en su actual reencarnación no se distingue por el don de la inteligencia, se apuntó rápidamente a la fiesta de las viejas pasiones hispánicas.José Luis Rodríguez Zapatero, que llegó a la presidencia sin haber leído seriamente la historia de España, creyó que el dossier Estatut le daría dos jugosos frutos: el voto eterno de Catalunya y una antipática radicalización del PP en una España lúdica. Y la derecha decidió inflamar la calle -y las ondas radiofónicas- al detectar un eco anticatalán interesante entre los electores socialistas menos politizados, especialmente en el Sur. Javier Arenas y Eduardo Zaplana se pusieron las botas. Y Mariano Rajoy, entonces débil, no les frenó. (Rajoy reconocía hace meses en privado que pedir firmas en la calle contra el Estatut fue un error). Ahí empezó la condensación. Ahí tomó forma el català emprenyat. Y desde entonces su enfado no ha dejado de crecer, ahora empujado por una crisis económica e institucional que tiene a la Generalitat al borde mismo de la quiebra. La Diada del 2012 va a tener más interpretaciones que la Torá y en Catalunya algunas van a ser especialmente mesiánicas. Es inevitable en una sociedad mucho más religiosa de lo que suele creerse. Catalunya es la patria del catolicismo difuso. No le demos muchas vueltas. Catalunya ha dicho basta. Los catalanes no quieren ser el chivo expiatorio de la atroz crisis española, han adoptado el grito de protesta que más retumba y han llevado una acción de impacto europeo. Y ahí reside, en mi opinión, la principal novedad de lo ocurrido ayer: Catalunya ha entrado en la agenda de riesgos del statu quo europeo. España e Italia juntas son un peliagudo asunto que Berlín, ni que sea a regañadientes, debe de tratar con cuidado. Desde ayer, un poco más.

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