Siria, Rusia y el rompecabezas de Oriente Medio

Una caldera en plena ebullición

La Fuerza Aérea es extremadamente importante. Puede hacer mucho, pero no todo. No puede ocupar territorios y, lo que es más importante, no puede gobernarlos. Es en este aspecto que necesitamos desplegar soldados sobre el terreno».

La intervención rusa en Siria ha alterado por completo el papel de las fuerzas en presencia en el conflicto. Irán, cuyo apoyo militar sobre el terreno no había sido capaz de impedir el continuo retroceso del régimen de Assad, ha dejado de ocupar un papel decisivo en la crisis siria. Turquía ha visto cómo la intervención rusa hacía saltar por los aires su proyecto de crear una “zona de protección” en la frontera turcosiria desde la que aniquilar a las fuerzas guerrilleras kurdas, su principal objetivo. Arabia Saudí, atascada en su intervención militar contra Yemen, ve como EEUU se aleja de sus intereses mientras sus aliados más estrechos en la región (Jordania, Egipto…) vuelven sus ojos hacia Moscú como la única fuerza que parece capaz de ofrecer una salida al conflicto. El régimen sirio, que hasta hace solo unas semanas parecía herido definitivamente de muerte, se rehace al ritmo de los bombardeos rusos y recupera posiciones clave en el noroeste del país.

Rusia prosigue con implacable y aparente éxito sus ataques contra el ISIS y las fuerzas opositoras al régimen sirio. El movimiento, sin embargo, también está teniendo un enorme coste para Moscú. Y no solo económico. Ha puesto a Rusia en el disparadero del Estado Islámico, como pone de manifiesto el mortífero atentado con bomba contra un avión civil en la península del Sinaí.

«Las acciones rusas y su aparente avance obligan a EEUU a reaccionar, so riesgo de perder más influencia»

A pesar de ello, Putin ha movido sus piezas con mucha astucia, sorprendiendo al Pentágono sobre el tablero. La apuesta geopolítica de Moscú por fortalecer su presencia en Oriente Medio como potencia de primer orden es muy fuerte. Y de momento le está saliendo bien. Pese a las abismales diferencias y los duros conflictos que actualmente enfrentan a Moscú y Washington, el enemigo es común. Siria es una pieza esencial en el tablero de la región. Se busca a toda costa evitar que quede dividida en tres partes: suní, chií y kurda. Y en ese objetivo Rusia coincide con EEUU. Si Siria se fragmentara en varios Estados y cayera en un “escenario balcanizado”, la expansión del fundamentalismo y el Estado Islámico sería imparable en la región.

Mientras tanto, EEUU observa y, de momento, calla. Sin embargo, las acciones rusas y su aparente avance le obligan a reaccionar, so riesgo de perder más influencia y posiciones en una región estratégicamente tan vital para sus intereses. La administración estadounidense parece dividida entre la opción reclamada por sectores del Pentágono, que exigen una mayor implicación militar –y no solo con ataques aéreos, también con fuerzas sobre el terreno– y la política de Obama de rehuir al máximo la intervención directa, descargando esa responsabilidad en sus aliados y fiándolo todo a una solución política del conflicto a medio plazo.

En esas condiciones, Siria se convierte cada día que pasa en una caldera sometida a un creciente grado de ebullición. La resolución de la crisis se presenta, a día de hoy, imprevisible.

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