El debate en torno a las claves que han permitido el triunfo de España en el Mundial ha de extenderse en el tiempo, y es importante que así sea. Pero no solo por la victoria deportiva sino por lo que ésta ha transcendido más allá de lo estrictamente futbolístico. Un fenómeno social y estructural.
En una rueda de rensa previa al Mundial David Villa, señalaba algunos de los elementos que después han sido sometidos a unas cuantas vueltas de tuerca: la posesión del balón, el juego en el centro del campo… El asturiano señaló a Xabi Hernández como el arquitecto en el terreno del juego de España, la “batuta”, como decía Reina en la fiesta en Madrid, que distribuye el balón “por aquí, por allá”: "El estilo de la selección no es para un delantero que esté fijo, que esté esperando el remate, sino que tenga movilidad, que ayude en las bandas, que se intercambie posiciones con los otros dos delanteros que juegan más en las bandas. Intentar estirar el campo para que jugadores que juegan en esa línea de medio campo ocupen el espacio creado más o menos para el media punta y cuando el equipo está muy cerrado y el doble pivote de ellos no sale a presionar venir y ayudar un poco más en la construcción" Un tipo de juego que depende de cada uno de sus miembros y que obliga a la versatilidad, al análisis activo de la estructura de desarrollo del juego, y al disfrute de la posesión. España juega a la estocada. Cuando una Alemania goleadora es derrotada, una Holanda desahogada durante el Mundial recurre al mamporro y, mientras, la Selección no chorrea goles y sin embargo gana, debe considerarse este un resultado de una particularidad propia de su juego. En el año 2009 y 2008 solo Austria, Bosnia, Bélgica, Nueva Zelanda y Azervayán fueron goleados por España con más de dos goles, de un total de 30 partidos disputados. Período en el que podemos ya considerar a España parte del actual proyecto. Seguramente la paciencia y concienzudez de dos entrenadores muy parecidos en su actitud, el sabio de Hortaleza y el sabio de Salamanca, como ya le llaman a del Bosque, han tenido mucho que ver. Como también hemos podido apreciarlo en los giros de una mitad a otra de muchos de los partidos disputados por la Selección, como si en el descanso, una vez tomada la temperatura y valorado los puntos fuertes y las grietas del contrario, hubieran decidido corregir los errores y golpear en el punto más débil de su oponente. Al igual que ocurrió con Italia en los penalties, con Alemania en la final de la Eurocopa o con Holanda, el equipo nos ha arrastrado a la histeria colectiva y al exceso de estrés en los últimos minutos, sabiendo que hasta ese momento el partido era nuestro por derecho, pero que el gol se hacía esperar. Los hechos Hay quien todavía califica la derrota ante Suiza como un mero accidente. Y no solo porque no ha existido ninguna otra selección que haya perdido el primer partido de la competición y haya acabado con el trofeo en sus manos, sino porque el juego español se mostró sideralmente superior a sus contrincantes. Todo y que fuera cogiendo forma y adaptándose a los contrincantes. No hay que olvidar que la suerte o los accidentes lo son en la medida en que acompañan unos resultados. Y eso es así. Pero desde donde estamos ahora aquel primer partido es solo un mal recuerdo, la angustia inicial. España es también el único país que ha jugado los cuatro últimos partidos en las fases eliminatorias sin encajar ni un solo gol. Como decíamos antes ninguna selección había obtenido la victoria en la final con tan pocos goles acumulados a su favor. La rentabilidad de esta selección es notable. Lo que nos lleva a otro aspecto estructural deportiva y moralmente hablando: a medida que avanzaba la competición era inevitable acordarse de la resistencia titánica de la que deportistas como Nadal o Indurain han hecho gala como arma deportiva. España jugó acaparando el 60% del control del balón en todos los partidos. Incluso con Suiza alcanzó el 70% del tiempo de posesión. De los siete partidos, los cuatro últimos se ganaron por un gol marcado más allá del minuto 60 de juego (min. 63 con Portugal, min 83 con Paraguay, min. 73 con Alemania, y min. 116 con Holanda). En esos mismos partidos, contra la táctica utilizada en los anteriores, el 50% de los ataques los realizó avanzando por el centro del campo. Posesión, juego en el centro, estrategia y mucha resistencia. Así podía observarse a los Paraguayos, a los Alemanes o a los Holandeses rozar la extenuación y especialmente la de sus dos o tres principales pivotes, mientras la selección apoyaba su juego en once manteniendo el nivel de juego sin más altibajos que los provocados por la táctica del contrario. Por eso la única forma de superar a España, alternativa estéril evidentemente, fue la de golpear, golpear, y golpear. Lo que inevitablemente agotaba más al golpeador. Hasta 134 faltas, a una media de 20 por partido, sufrió España en el Mundial (24 tarjetas amarillas y dos rojas). Manda el corazón No cabe ninguna duda de la excelente calidad de los 23 miembro de la Selección. De todos y de cada uno. No en vano el seleccionador alemán, Low, decía antes del partido con España, que esta selección no tenía un Messi sino varios. Pero para entender el estilo de juego de la Selección no basta con los metódicos análisis que atribuyen al estilo holandés la génesis del buen fútbol español, haciendo referencia a la aportación de Cruyff a nuestro fútbol a través del Barcelona. Y sin duda, el partido contra Holanda es un buen ejemplo. Pese a que la prensa se ha apresurado en señalar que Holanda se había apartado de su estilo tradicional jugando a la patada en la puerta y la zancadilla, nadie puede pensar que las cosas caen del cielo. Ni para España, ni para Holanda. Los españoles han sabido mantener la concentración, su estilo de juego, respetando al contrario hasta en las formas, y persistir hasta el final. Todo haciendo gala de un sistema de valores tan exquisito que nada tiene que ver con las “estrategias corporativas” de plantilla y espíritu de empresa, como algunos se han cansado de señalar. Incluso el abrazo que tras la final le dedica Iker a Robben, con la patada más que fácil y la estrategia explícita de desgastar al árbitro de los holandeses, es expresión de otra base de principios, otro espíritu de competición que los españoles han exhibido durante el Mundial. Solo la voluntad por conciliar y evitar grandes polémicas explica que Webb, el árbitro, tardara tanto en sacar la roja. Y sin embargo muchos nos acordamos de un Nadal abrumando a Federer a base de elogios después de derrotarlo. Un grupo de gente unida en la conquista de un objetivo que se sabe pertenece a mucha más gente a la que se representa; la humildad de someter los intereses personales al triunfo colectivo; y la sencillez de identificarse con cada español frente a su televisor cuando sus condiciones se elevan muy por encima (no hay más que ver las primas millonarias que se ha llevado por la victoria). Las continuas menciones a los 47 millones de españoles, a sus pueblos de origen, a sus compañeros en la liga nacional, a los que nos han dejado, a sus predecesores sin los que no podrían haber construido un proyecto de tal envergadura… Hay que señalar aquí la dedicatoria que los jugadores le pusieron a Zapatero en la camiseta firmada que le regalaron: “Tú eres uno más”. Aunque sepamos que no lo es, y menos en los tiempos que corren, viendo quien lo dice… Un equipo con el corazón grande, la cabeza serena y el pulso firme. La piel de todos. Pero como decíamos al principio todo este fenómeno es inexplicable si nos limitamos a los parámetros hasta ahora expuestos en dos pinceladas, aún superficiales, pero en el ámbito estrictamente deportivo. Y es inexplicable porque lo que ocurrió el lunes 12 en Madrid debe quedarse entonces en una mera explosión de entusiasmo por la liberación de frustración acumulada durante tantos mundiales, siendo además en los últimos años, la mejor liga del mundo con una Selección que no pasaba de cuartos. Hemos de recurrir aquí al collage que se ha ido componiendo en los días, ya semanas, posteriores a la victoria a través de crónicas, entrevistas, curiosidades, anécdotas e historias de fútbol. Un collage que toma forma si uno se para a observar “desde arriba”. Nuestra selección ha conseguido dar forma como en pocos ámbitos “públicos” al espíritu de unidad y conquista colectiva, apoyo mutuo, y trabajo duro. Desde la historia de un Iniesta recorriendo 48 kilómetros hasta cuatro veces por semana para entrenar en Albacete, y dejando desde muy joven a la familia para entrenar en la Masía del Barcelona, hasta los orígenes de Villa o la tradición familiar de Busquets. Durante el concierto y espectáculo del lunes Reina, “este humilde speaker” como él mismo se presentaba, hizo de maestro de ceremonias aprovechando la ocasión para hacer un homenaje de profundo cariño a cada uno de sus compañeros y a Vicente del Bosque. Especialmente, al llegar a Valdés, el portero del Barcelona, se preocupó de dejar claro: “y decían que nos llevamos mal… ¡pues mirad!”. Los medios ya se habían encargado de echar leña al fuego a su lógica y sana rivalidad. La Selección no solo refleja ese complejo y rico entramado en el que millones de inmigrantes se sienten como en casa – solo hay que haber visto las imágenes que han hecho a más de uno cambiar sus palabras y su tono a la hora de hablar de la “integración” -, sino que se ha convertido en un canal a través del que expresar todo ese entusiasmo y unidad que recorre toda España, en torno a una base de principios ajena a lo peor de nuestra sociedad, manifestado especialmente ahora en la crisis. Poco ha tardado la victoria de la Selección en salir a la palestra en el Parlamento como arma arrojadiza, como si el entusiasmo y la euforia pudieses trasladarse súbitamente al ámbito de nuestras condiciones de vida: “como hemos ganado el Mundial no pasa nada porque nos roben y tengamos la certeza de que lo van a seguir haciendo” ¡No, hombre!. Como si fuéramos tontos, “a Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es del Cesar”. Iker vs Florentino Tal y como pasa en todos los aspectos de la vida, la Selección encuentra su reverso dentro mismo de la Liga y, contradictoriamente, en los mismos equipos de los que vienen los jugadores, el Barcelona y principalmente el Real Madrid. Equipos construidos sobre la base del estrellato, el protagonismo, la promoción de la personalidad, de la individualidad elevada a mito y de la rentabilidad, no de los goles, sino de la imagen y el conflicto permanente. Los galácticos y, en menor medida, los de Guardiola – recordemos el enfrentamiento entre el Míster y Ronaldinho o los actuales roces con Ibrahim – son egos exacerbados en una maquinaria de hacer dinero. Nadie puede dudar hoy de que los dos grandes clubes juegan un papel fundamental, no ya en representar al mejor fútbol del mundo dentro y fuera de nuestras fronteras, sino en haber construido dos de las más potentes plataformas de negocios de nuestro país. Inevitablemente, se mire por donde se mire, esto determina el juego y el espíritu deportivo. La correa de transmisión Dicen algunos de los que saben de esto y llevan muchos años que Fernando Hierro, pese a que no encuentre reflejo ni en una sola línea de las cientos de miles que se han escrito, es uno de los artífices de la esencia que ha cohesionado a la Selección cristalizando en un juego como no se había visto en mucho tiempo. Sea por él o por las, determinantes evidentemente, direcciones de “los sabios” al timón de la Roja, lo cierto es que nunca el deporte había dado tantas lecciones sobre lo que hace falta para conquistar los objetivos más altos colectivamente. En una entrevista previa al Mundial, Fernando Hierro afirmaba: “De Luis Aragonés he aprendido mucho y con Vicente tengo a una persona con la que anteriormente compartí trabajo y filosofía de fútbol.” Hierro ha servido de correa de transmisión para dar continuidad al proyecto, incorporando el papel de director deportivo a la Selección, puesto que hasta su llegada no existía. Y ha sido decisivo en dos aspectos: En el de la concepción del trabajo técnico huyendo de los aspectos promocionales y mediáticos, centrándose en la concepción y diseño de la plantilla, y en poner en práctica la sensibilidad del que ha sido uno de los mejores jugadores de la historia de nuestro deporte, retirado recientemente y con la capacidad de comprender a los jugadores, transmitirles sus objetivos, y entender las contradicciónes que todavía a él le resultan cercanas. Hablamos en definitiva de un fenómeno social y deportivo cuyo resultado interesa comprender para mantener, desarrollar y, sobre todo para apreciar aquello que lo ha hecho posible. Al mismo tiempo que en el terreno estrictamente técnico aporta enseñanzas respecto a qué es aquello que convierte al deporte en la conquista de las más altas montañas o en un circo de ombligos millonarios y contratos comerciales. No es solo fútbol, es también una cuestión de pensamiento y línea.