«Está claro que el negocio televisivo no está en las audiencias, sino en la publicidad, en la cuota de mercado publicitario. Como dice Paolo Vasile, consejero delegado de Telecinco, «mi obligación no es entretener o educar a la gente, sino conseguir espectadores para vendérselos a los anunciantes». Dos frases para enmarcar la situación de un sector crucial, según la clase política, para domeñar el voto, y que después de casi siete años de Gobierno socialista ofrece una foto fija tan escandalosa que debería provocar, si no una movilización ciudadana, si al menos una reflexión colectiva sobre los caminos por los que transita este país»
El cuadro que se adivina tras el desvergonzado intervencionismo gubernamental en un sector estratégico como el de los medios no uede ser más preocupante en términos de calidad democrática. Dos grandes grupos privados controlando el 83% de la tarta publicitaria; dos ejecutivos italianos (Maurizio Carlotti en Antena 3 y el omnipresente Vasile en Telecinco) decidiendo qué es lo que tienen que ver los españoles en TV cada día, y un practico oligopolio a dos bandas en manos de accionistas extranjeros. Los italianos controlan buena parte de la energía (Enel) y gran parte de los medios de comunicación españoles. PÚBLICO.- Las elecciones parciales en Estados Unidos revelan un nivel de ira, miedo y desilusión en el país que no puedo comparar con nada de lo vivido hasta el momento. Los demócratas, desde que llegaron al poder, cargan con la culpa de la repugnancia que genera nuestra actual situación socioeconómica y política. En una encuesta Rasmussen del mes pasado, más de la mitad de los “americanos convencionales” veían con buenos ojos al movimiento Tea Party (un reflejo del espíritu de desencanto). Los motivos de queja son legítimos. Desde hace más de 30 años, los ingresos reales de la mayoría de la población se han estancado o han disminuido, mientras que las horas laborables y la inseguridad han ido en aumento, junto con las deudas. La riqueza se ha ido acumulando, si bien sólo en unos pocos bolsillos, lo que ha llevado a una desigualdad sin precedentes Opinión. El Confidencial Televisión privada y dinero público: un sector estratégico en manos extranjeras Jesús Cacho “Ahora mismo el negocio de la televisión está en menos manos que nunca, cuando hay más canales que nunca”. La frase pertenece a uno de los mayores expertos del sector, para quien está claro que el negocio televisivo no está en las audiencias, sino en la publicidad, en la cuota de mercado publicitario. Como dice Paolo Vasile, consejero delegado de Telecinco, “mi obligación no es entretener o educar a la gente, sino conseguir espectadores para vendérselos a los anunciantes”. Dos frases para enmarcar la situación de un sector crucial, según la clase política, para domeñar el voto, y que después de casi siete años de Gobierno socialista, después de la literatura desplegada sobre la necesidad de conceder nuevas licencias y repartir canales entre amigos varios, todo ello en aras de la libertad de expresión, faltaría más, ofrece una foto fija tan escandalosa que debería provocar, si no una movilización ciudadana, si al menos una reflexión colectiva sobre los caminos por los que transita este país. Resulta que, tras la decisión adoptada el 29 de octubre por la Comisión Nacional de la Competencia (CNC) aprobando la fusión Telecinco-Cuatro, y con la operación Antena3-laSexta en ciernes, los dos grandes grupos de comunicación citados se van a zampar el 83% de la tarta publicitaria global, que es donde está el meollo. El resto, los tropecientos canales de la TDT que pugnan diariamente por un átomo de audiencia, a verlas venir. A la luna de Valencia. Lo asombroso del asunto es que ambos grupos están en las manos finalistas de Silvio Berlusconi y la familia De Agostini. Un sector estratégico, clave para el normal desenvolvimiento de una sociedad democrática, convertido en un oligopolio en manos extranjeras. Imposible entender la dimensión de la tropelía cometida por este Gobierno sin intentar urgente repaso de lo ocurrido en el mundo de la televisión desde la llegada de Zapatero al poder. En noviembre de 2005, el aludido puso en marcha la gran operación mediática que iba a marcar su Presidencia mediante la creación de grupo audiovisual propio, gestionado por sus amigos Roures, Contreras & Cía. A tal efecto, otorgó un nuevo canal de TV en abierto, La Sexta, cuando ya había fecha fija para el llamado “apagón analógico”. Unos meses antes y en plena desbandada veraniega (30 de julio), el Ejecutivo, violando letra y espíritu de la Ley, había autorizado la conversión de un canal de pago (Canal Plus) en otro en abierto (Cuatro), logrando así cerrar la boca del grupo mediático de Jesús Polanco. El escándalo implícito se vistió con el lenguaje falsario de las grandes ocasiones: la concesión de nuevas licencias se hacía en aras de “aumentar el pluralismo e incrementar la oferta”, porque, además, había “espectro de sobra”, y los nuevos canales cabían en un mercado publicitario que a la sazón atravesaba un boom. La vicepresidenta De la Vega, mandatada por ZP, cerró un pacto con los dueños de los grupos multimedia a base de promesas de dinero público, logrando que Alechu-Vasile (Telecinco) y Lara-Carlotti (Antena3) se tragaran sin rechistar el sapo de dos nuevos competidores, y metiendo en el mismo paquete a Unidad Editorial (Veo TV) y a Vocento (Net TV). Tutti contenti. Pero, a lo largo de 2009, a cuenta del drástico cambio de tendencia del mercado publicitario motivado por la crisis y del nivel de endeudamiento asumido por los prohombres del sector, la situación se tornó tan dramática que el Gobierno tuvo que salir al rescate de todos, amigos y menos amigos. De pronto no había cartas para tantos jugadores, porque la tarta publicitaria no daba más de sí, y había que proponer fusiones a toda velocidad, juntar meriendas a uña de caballo. Para hacerlo posible, el Ejecutivo eliminó en febrero 2009 el tope (5%) que limitaba la participación de un mismo accionista en más de una cadena. Con el habitual desparpajo socialista a la hora de retorcer la ley, De la Vega aseguró que el nuevo Decreto venía a “avanzar en la liberalización del sector y garantizar la transparencia y el pluralismo…”. Pero ese era solo la mitad del regalo. La otra mitad llegaba en julio del mismo año: para que se fusionen con garantía, vamos prohibir la contratación de publicidad por parte de TVE (unos 500 millones de euros), de modo que ustedes puedan repartirse esa pasta en comandita. Abrir la caja de la televisión pública y repartir su contenido entre unos cuantos. Fusiones privadas con dinero público. No sin ciertas dosis de sorna, el atraco fue bautizado oficialmente como “Ley de financiación de TVE”. Fernández de la Vega hasta las cachas En hacer realidad este engendro se ha empleado con total dedicación la ex vicepresidenta del Gobierno, Fernández de la Vega, se supone que gratia et amore, ahora premiada con un puesto vitalicio en el Consejo de Estado. El resultado del escándalo tiene cifras frescas: solo en los nueve primeros meses de este año Telecinco ha facturado más de 622 millones de euros, un llamativo 45,2% por encima del mismo periodo de 2009, mientras Antena3 ingresó 570, con incremento del 15%. Se entienden los elogios encendidos de Alechu Echevarría, presidente de Telecino, a De la Vega caya vez que asistía a un acto público con la vice. “Estamos muy contentos por las cosas que el Gobierno está haciendo por nosotros”, dijo el citado, presidente de la patronal Uteca, en ocasión reciente. Parodiando la frase de la desdichada Jeanne Manon Philipon camino del patíbulo, cabría decir aquello de ¡Oh Democracia, cuántos abusos se cometen en tu nombre! El proceso culminó hace unos días con la CNC -ahora integrada en exclusiva por consejeros del PSOE- rubricando la fusión entre Telecinco y Cuatro. Ambas cadenas convivirán por separado bajo el control único de Mediaset, el holding Berlusconi. El acuerdo plantea que la italiana comprará Cuatro y el 22% de Digital+ a Prisa, a cambio de 500 millones de euros en efectivo y el 18,3% de Telecinco. Como Telefónica no ha tenido más remedio que hacerse cargo de otro 22% de Digital+, que para eso -un roto y un descosido- está el gigante que preside Alierta, tito Berlusconi ha ideado una jugada meravigliosa: “tú pones la pasta, César, que de eso vas sobrao, y yo me encargo de la gestión, que en España no sabéis hacer televisión de pago”. De modo que hemos acabado con la TV de pago y, además, hemos entregado la tele en abierto a los gentiluomi transalpinos. La operación era vital para la supervivencia de Prisa. Han bastado 9 días para que Pérez Rubalcaba, hombre fuerte del nuevo Gobierno e íntimo de Cebrián -buen amigo de Vasile también-, acabara de un plumazo con los casi ocho meses de dudas de Luis Berenguer, presidente de la CNC, que ha tenido que soportar presiones sin cuento de De la Vega, además de tener que recibir al citado Vasile y al propio hijo de Berlusconi, ahora cuasi residente en Madrid. Nada ha podido contra Rubalcaba. Nada, tampoco, ZP contra Paolo, a quien se ha querido cepillar por culpa de unos comentarios despectivos pronunciados en 2004. No lo ha permitido Berlusconi. La venganza ha consistido en no recibirlo en Moncloa desde entonces. El creciente poder italiano en España Y al caer está el anuncio de fusión entre Antena3 y laSexta (con la mexicana Televisa presionando para poner en valor su 40%), y con más motivo aun que el anterior: María Teresa se ha empleado a fondo tratando de evitar la quiebra del Grupo Planeta de José Manuel Lara (espléndido el esfuerzo desplegado por su embajador plenipotenciario en Madrid), y no vamos a dejar en la estacada a los amigos del Presidente, con Roures a la cabeza. El cuadro que se adivina tras el desvergonzado intervencionismo gubernamental en un sector estratégico como el de los medios no puede ser más preocupante en términos de calidad democrática. Dos grandes grupos privados controlando el 83% de la tarta publicitaria; dos ejecutivos italianos –Maurizio Carlotti en Antena 3 y el omnipresente Vasile en Telecinco) decidiendo qué es lo que tienen que ver los españoles en TV cada día, y un practico oligopolio a dos bandas en manos de accionistas extranjeros. Los italianos controlan buena parte de la energía (Enel) y gran parte de los medios de comunicación españoles. Y sin reciprocidad ninguna, que ahí está Telefónica, por ejemplo, empantanada con Telecomn Italia, para demostrarlo. En la sombra, aliados tan poderosos como Fainé (Caixa), Rato (Caja Madrid) y Pérez (ACS), unidos todos por la argamasa de Borja Prado (presidente de Enel y del italiano Mediobanca en España). Queda una TVE cada día más abocada al declive, regida de facto por un Consejo cuyo control se arroga Miguel Angel Sacaluga, hombre del apparatchik socialista que apadrinan José Blanco y De la Vega, porque el poder no está en manos del venerable Oliart. Los rectores de la cosa, además, han decidido que la tele pública no compita con los canales privados en los grandes eventos deportivos, seguramente porque en Moncloa han decidido darle la puntilla. Y quedan las televisiones autonómicas, endeudadas hasta las cejas, y multitud de pequeños negocios y negocietes digitales que, a base de las migajas publicitarias que dejan los grandes, malviven en espera de algún despistado con pasta que aparezca de la nada dispuesto a comprar, pues que nadie ve tales canales porque a nadie interesan. Y bien ¿qué dice la izquierda del espectáculo a grandes rasgos aquí descrito? ¿Qué, los señores de la ceja, esa progresía patria del mundo del arte afincada en la subvención? Todos callan cual muerto, en espera del próximo reparto. ¡Porca miseria! EL CONFIDENCIAL. 7-11-2010 Opinión. Público Indignación errónea en las elecciones de EEUU Noam Chomsky Las elecciones parciales en Estados Unidos revelan un nivel de ira, miedo y desilusión en el país que no puedo comparar con nada de lo vivido hasta el momento. Los demócratas, desde que llegaron al poder, cargan con la culpa de la repugnancia que genera nuestra actual situación socioeconómica y política. En una encuesta Rasmussen del mes pasado, más de la mitad de los “americanos convencionales” veían con buenos ojos al movimiento Tea Party (un reflejo del espíritu de desencanto). Los motivos de queja son legítimos. Desde hace más de 30 años, los ingresos reales de la mayoría de la población se han estancado o han disminuido, mientras que las horas laborables y la inseguridad han ido en aumento, junto con las deudas. La riqueza se ha ido acumulando, si bien sólo en unos pocos bolsillos, lo que ha llevado a una desigualdad sin precedentes. Estas consecuencias se derivan principalmente de la financiación de la economía desde los años setenta y del correspondiente vacío en la producción doméstica. El proceso se ve acelerado por la locura desreguladora que propicia Wall Street y que apoyan los economistas fascinados con los mitos del mercado eficiente. El público observa cómo los banqueros a los que salvaron de la bancarrota, y que fueron en gran parte responsables de la crisis financiera, se regodean en beneficios récord y enormes bonus. Al mismo tiempo, las cifras oficiales de desempleo continúan cercanas al 10%. La fabricación está en los mismos niveles que durante la Gran Depresión: uno de cada seis no tiene trabajo, y es poco probable que vuelvan los buenos empleos. Es normal que la gente quiera respuestas, aunque no las obtenga y sólo se oigan las voces que cuentan cuentos con cierta coherencia interna (siempre que uno se vuelva un crédulo y participe en su mundo de irracionalidad y engaño). Sin embargo, ridiculizar las maniobras del Tea Party es un grave error. Es mucho más adecuado llegar a comprender qué hay detrás del atractivo multitudinario del movimiento y preguntarnos por qué gente que tiene todo el derecho a sentirse enojada está siendo movilizada por la extrema derecha y no por el tipo de activismo constructivo que surgió durante la Gran Depresión (como el Congreso de Organizaciones Industriales, COI). Los simpatizantes del Tea Party oyen que todas las instituciones (Gobierno, empresas y profesionales) están podridas, y que nada funciona. Entre el desempleo y las ejecuciones hipotecarias, los demócratas no se pueden quejar de las políticas que condujeron al desastre. El presidente Ronald Reagan y sus sucesores republicanos pueden haber sido los mayores culpables, pero las políticas comenzaron con el presidente Jimmy Carter y se precipitaron con el presidente Bill Clinton. En los comicios presidenciales, donde primero buscó apoyo Barack Obama fue en las instituciones financieras, las cuales han logrado un dominio considerable de la economía durante la última generación. Adam Smith, ese radical incorregible del siglo XVIII, observó, refiriéndose a Inglaterra, que los principales arquitectos del poder eran los propietarios de la sociedad (en sus tiempos, mercaderes y fabricantes), quienes se aseguraban de que las políticas gubernamentales servían fielmente a sus propios intereses, al margen de un posible impacto “perjudicial” para el pueblo de Inglaterra; y aún peor, para las víctimas de “la brutal injusticia de los europeos” en el extranjero. Una versión más moderna y sofisticada de la máxima de Smith es la “teoría de la inversión en política” del economista político Thomas Ferguson, según la cual las elecciones son ocasiones en las que grupos de inversores se unen para controlar al Estado seleccionando a los arquitectos de las políticas que estarán al servicio de sus intereses. La teoría de Ferguson ha demostrado ser una buena predicción política a largo plazo. No debería extrañarnos. Las concentraciones de poder económico buscarán de forma natural expandir su influencia sobre cualquier proceso político. En Estados Unidos ocurre que dicha dinámica es extrema. No obstante, se podría decir que los pesos pesados corporativos cuentan con una defensa lícita ante cualquier denuncia de “avaricia” y desprecio por el bienestar de la sociedad. Su tarea consiste en maximizar los beneficios y la cuota de mercado. De hecho, es su obligación legal. Si no satisfacen ese mandato, serán reemplazados por otros que lo hagan. Al mismo tiempo, ignoran el riesgo sistémico: la posibilidad de que sus transacciones terminen dañando a la economía en general. Dichos “efectos externos” no les conciernen (y no porque sean mala gente, sino por cuestiones institucionales). Cuando la burbuja explota, el agente económico que ha asumido el riesgo puede correr a refugiarse bajo el ala de papá Estado. Los rescates financieros (una especie de póliza de seguro gubernamental) se encuentran entre los muchos incentivos perversos que aumentan las ineficacias del mercado. “Cada vez son más lo que reconocen que nuestro sistema financiero se mueve en un ciclo apocalíptico”, escribían los economistas Peter Boone y Simon Johnson en el Financial Times el pasado enero. “Siempre que fracasa, confiamos en que el dinero laxo y las políticas fiscales acudirán al rescate. Lo que esta respuesta enseña al sector financiero es: hagan grandes apuestas para que se les pague magníficamente y no se preocupen de los costes, que correrán a cargo del contribuyente” mediante rescates financieros y otros recursos. El sistema financiero “resucitará de esta forma para apostar de nuevo (y fracasar de nuevo)”. La metáfora apocalíptica también se puede aplicar fuera del mundo financiero. El Instituto Americano del Petróleo, respaldado por la Cámara de Comercio y otros grupos de presión empresariales, ha redoblado sus esfuerzos por convencer al público de que no es necesario preocuparse por el calentamiento global antropogénico (con gran éxito, como reflejan las encuestas). Entre los candidatos republicanos al Congreso en las recientes elecciones, la negación del calentamiento global era casi generalizada. Los ejecutivos que hay detrás de esta propaganda saben que el calentamiento global es una realidad, y que nuestras perspectivas son nefastas. Pero la suerte que corran las especies es un factor externo que los ejecutivos han de ignorar, en la medida en que el sistema de mercado prevalece. Y el público no podrá acudir al rescate cuando se materialice el peor de los casos. Tengo justo la edad suficiente como para recordar aquellos escalofriantes y ominosos días de la caída de Alemania de la decencia a la barbarie nazi, por utilizar las palabras de Fritz Stern, el distinguido académico de Historia alemana. En un artículo de 2005, Stern decía que tiene en mente el futuro de Estados Unidos cuando revisa “un proceso histórico en el cual el resentimiento contra el mundo secular decepcionado se hizo eco en la fuga extasiada a la sinrazón”. El mundo es demasiado complejo para que la historia se repita y, sin embargo, hay lecciones que se deben tener en cuenta ahora que vemos las consecuencias de otro ciclo electoral. No son pocas las tareas que aguardan a quienes quieren ofrecer una alternativa a la cólera errónea y la indignación, ayudando a organizar a innumerables personas insatisfechas y a liderar el camino hacia un futuro mejor. PÚBLICO. 7-11-2010