Cine

Un profeta

Estamos, sin duda, ante uno de los mayores logros de la filmografí­a francesa de esta última década. Casi dos horas y media, llenas de una fuerza narrativa sin desmayos, tensas y reflexivas a la vez, cuidadas hasta el menor detalle y pobladas de un material explosivo, que Audiard exhí­be con una máxima objetividad, pero también con los más poderosos instrumentos de la ficción. Todo al servicio de una de las indagaciones más arriesgadas y de las calas más hondas que hemos visto hasta ahora en Europa sobre lo que acontece en las entrañas más profundas, escondidas y hediondas de nuestra realidad: en esas «universidades del mal» que son las cárceles, metáforas concentradas de la sociedad y sus desgarros más hondos.

De "Un rofeta" podría afirmarse que se trata de un típico "thriller" carcelario. Pero también que es un clásico "relato de formación". O una extraña mezcla de géneros, en la que cabe hasta una pequeña historia de fantasmas. Pero no seguiremos por este camino, del que la crítica ha abusado hasta la saciedad: es decir, hasta prácticamente borrar y hacer casi olvidar lo que el filme dice, dándole interminables vueltas al cómo lo dice.En "Un profeta" se nos narran los cinco años de condena de un joven delincuente de origen árabe (Malik el Djebena) en una cárcel francesa. Cuando entra es un guiñapo casi sin identidad: no sabe si es francés o no, no recuerda a sus padres, no sabe cuál fue su lengua materna, no sabe qué contestar cuando le preguntan por su religión, no sabe ni leer ni escribir. Cuando sale, cinco años después (curiosamente justo el tiempo en que se realiza una carrera universitaria: el tiempo canónico, pues, de una buena formación), Malik sale transformado en un poderoso y experimentado "capo" al que temen, respetan y cortejan todas las mafias.La "formación" de Malik corre ante todo a cargo de la tenebrosa (pero muy avejentada) mafia corsa, uno de cuyos capos, César Luchino, es todavía el verdadero "amo" de la prisión. Con sobornos y amenazas controla a los funcionarios de prisiones, lo que le permite no sólo dominar a todos los grupos internos de presos, sino seguir al frente de sus actividades legales e ilegales, de sus casinos y de sus vendetas. Una de éstas es la que va a poner a Malik al servicio de "los corsos". Malik no tiene más remedio, para sobrevivir, que jugar al papel del árabe servicial. Pero Malik no tiene alma de esclavo, sino la inteligencia y la astucia del superviviente, y agarrado a ellas, va a ir aprendiendo lo necesario para dar un cambio radical a su situación.Ante la mirada inocua, miope y ritual de un Estado (sumido y entregado a sus formalidades burocráticas, cuando no cegado por la corrupción) que literalmente no ve crecer ante sus narices al "enemigo" que está involuntariamentando cobijando, Malik va asimilando una a una todas las lecciones que esa magnífica cátedra que es la prisión le va ofreciendo. En esa Sorbona del mal, César es el catedrático honorario: y Malik acaba convirtiéndose en el discípulo favorito, en el discípulo aventajado, pero también en un audaz aprendiz dispuesto a poner en marcha sus propios negocios con todo lo aprendido.Audiard va preparando así poco a poco el terreno para explicarnos la sustancial mutación que va a tener lugar en la prisión (y fuera de ella). Mermada por la excarcelaciones, las disensiones, querellas y luchas internas y los conflictos con los italianos, la "legendaria" mafia corsa va a ir viendo como la hegemonía cambia a manos de un nuevo grupo que, como capta perspicazmente César en el patio de la prisión, cada día es más numeroso, más fuerte, más resuelto, más homogéneo, más decidido: los "barbudos": los islamistas. Con su ya bien forjado instinto de supervivencia, su inteligencia (más oportunista que maquiavélica, como aclara Audiard) y una audacia (criminal) cada vez más afilada, Malik va a captar a la perfección los signos del cambio que está teniendo lugar, y que le van a llevar a abandonar y traicionar a un César envejecido, aislado y en decadencia, para pasarse a las filas de los nuevos detentadores del poder.Fiel a su ritual y a sus formalidades, el Estado acaba poniendo en libertad a Malik: ni siquiera sospecha la "bomba" que acaba de fabricar y que inevitablemente, tarde o temprano, habrá de estallarle en sus entrañas.

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