Diez años de Ibarretxe en el gobierno. La década ominosa (III)

Un plan nazi

¿Es un exceso verbal trazar un paralelismo entre Ibarretxe y Arzallus y el terror de la Alemania hitleriana? ¿O se corresponde exactamente a la realidad? La presentación del Plan Ibarretexe -el punto más negro de esta década ominosa que nos han entregado los gobiernos de Ibarretxe- tiene la virtud de clarificar las cosas. La limpieza étnico- polí­tica trazada en el Plan Ibarretxe coincide, en sus bases ideológicas y polí­ticas, con la ejecutada por el partido nazi en los años treinta.

«¿Qué es, ues, lo que respecto de la pureza de la raza se contiene en el programa nacionalista? 1) Los extranjeros podrán establecerse en Bizkaya bajo la tutela de sus respectivos cónsules; pero no podrán naturalizarse en la misma. Respecto de los españoles, las Juntas Generales acordarán si habrían de ser expulsados, no autorizándoseles en los primeros años de independencia la entrada en territorio bizkaino, a fin de borrar más fácilmente toda huella que en el carácter, en las costumbres y en el idioma hubiera dejado su dominación. 2) La ciudadanía bizkaina pertenecerá por derecho natural y tradicional a las familias originarias de Bizkaya, y en general a las de raza euskeriana, por efecto de la confederación; y, por cesión del poder (Juntas Generales) constituido por aquéllas y éstas, y con las restricciones jurídicas y territoriales que señalara, a las familias mestizas euskeriano-extranjeras». (Sabino Arana)“… Nadie, fuera de los miembros de la nación, podrá ser ciudadano del Estado. Nadie, fuera de aquellos por cuyas venas circule la sangre alemana, sea cual fuese su credo religioso, podrá ser miembro de la nación. Por consiguiente, ningún judío será miembro de la nación. Quien no sea ciudadano del Estado, sólo residirá en Alemania como huésped y será como sujeto a leyes extranjeras. (…) En el caso de cada “súbdito del Estado”, habrá de examinarse la raza y la nacionalidad.” (Mein Kampf, Adolf Hitler)«Sólo quienes ostenten la nacionalidad vasca tienen derecho a participar como electores o elegibles en los procesos electorales, así como a votar en las consultas populares que se celebren. No obstante, los ciudadanos y las ciudadanas de Euskadi que sean nacionales de cualquiera de los Estados que integran la UE, así como los españoles y las españolas que no ostenten también la nacionalidad vasca, podrán participar en las elecciones municipales y en las consultas populares de ámbito local». (Fragmento del proyecto de ley de EA, base del artículo 4 del Plan Ibarretxe) El plan Ibarretxe colocaba como sujeto político al Pueblo Vasco, cuya mención encabeza cada uno de los puntos del preámbulo. ¿Pero quién formará parte de ese indeterminado “Pueblo Vasco”? Joseba Eguibar –mucho menos versado que Ibarretxe en las prestidigitaciones jesuíticas– lo desveló al asegurar en el parlamento autonómico que “el plan no discrimina a nadie, todos los vascos tienen que sentirse a gusto con él, si es que son vascos”. Para Eguibar es necesario ser “de los nuestros”, o por lo menos aceptar sus planes, para formar parte del “Pueblo Vasco”. Una definición que elimina la condición de vascos al 66% de los habitantes de Euskadi, que no comparten el plan Ibarretxe. No es un exceso verbal individual. Estaba en perfecta sintonía con el contenido del plan Ibarretxe. El punto del proyecto del lehendakari que mayor oposición generó fue la distinción entre ciudadanía y nacionalidad. El artículo 4 hacía derivar la ciudadanía de “la vecindad administrativa en alguno de los municipios de la Comunidad de Euskadi”, pero ésta no necesariamente tiene que coincidir con la auto-creada “nacionalidad vasca”, que tendrá “plenos efectos jurídicos”, cuya “adquisición, conservación y pérdida, así como su acreditación, será regulada por una ley del Parlamento vasco”. Habría vascos que sólo tendrán la nacionalidad vasca, vascos que la compartirían con la nacionalidad española y –aunque cueste creerlo– habría vascos que no tendrían la nacionalidad vasca. Lo que pretendía el plan Ibarretxe es oficializar, “con plenos efectos jurídicos”, la fragmentación de la sociedad vasca que habita en la mente del nacionalismo étnico. ¿Cómo serían tratados en el futuro Estado de Ibarretxe los vascos que no hayan querido renunciar a ser también españoles? ¿Y los vascos que, por obra y gracia de Ibarretxe, no tengan la nacionalidad vasca? Pero esta concepción, totalitaria en sustancia, no es original de Ibarretxe. El partido nazi, en su congreso de 1920 en Nuremberg, también distinguía entre nacionalidad y ciudadanía, donde todos los nacidos en Alemania no tienen por qué tener los mismos derechos ni acceso a la nacionalidad. Los nazis se reservaban el derecho a designar quién podía ser alemán, sobre la base de criterios étnicos –la sangre germana–. El acceso a los cargos públicos debía estar reservado a los alemanes puros –al igual que Arzallus exige que los jueces en Euskadi “sean vascos”–. Las consecuencias de esta doctrina son de sobra conocidas

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