3.128.963 millones de parados en 2008. 999.416 más que el año anterior. 2.700 trabajadores condenados cada uno de los días del año al pozo del desempleo. Esta es la draconiana factura que los trabajadores y el país estamos obligados a abonar, gracias a la imposición de un modelo económico basado un «monocultivo» de la construcción, que ha supuesto para grandes bancos y monopolios ingentes beneficios, pero ha convertido a España en el país más vulnerable a las sacudidas de la crisis.
¿Recuerdan cuando Zaatero, en la pasada campaña electoral, prometía rebajar el desempleo al 7% y anunciaba la inminente llegada del pleno empleo? Hoy, cuando se han hecho públicas las cifras del paro de diciembre, parece un trágico sarcasmo. Un millón de trabajadores (999.416) ha sido arrojados al paro durante el 2008. Hemos superado los tres millones de desempleados, y todas las previsiones anuncian que en el año que apenas hemos iniciado se superarán los cuatro millones. La construcción lidera el ránking de destrucción de empleo, con 491.800 parados más, pero el cáncer se ha extendido ya a los servicios (306.863 empleos liquidados) o la industria (con un incremento de 119.891 desempleados). Hemos escuchado hasta la saciedad que España había protagonizado un “milagro económico” que nos acercaba a la altura de los principales países europeos. Y, como un mantra adormecedor, nos repetían que el crecimiento experimentado en la última década nos había dotado una fortaleza que carecíamos en anteriores crisis. Pero la realidad ha dinamitado la propaganda. Duplicamos la tasa de paro de la UE (un 13,4% frente a un 7,2%). Y España es, sólo superada por Letonia, el país europeo donde el paro más se ha incrementado durante el último año. La destrucción de empleo durante el pasado año es la mayor desde que 1987. Y casi triplica los 345.436 parados registrados durante 1993, el peor año de la última recesión. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué el “milagro económico” español se ha trasformado en un infierno? Zapatero ha desarrollado el modelo económico heredado del tándem Aznar-Rato, que en 1996 abrió una fulgurante expansión para los bancos y monopolios españoles. Renunciando por completo a desarrollar un tejido productivo nacional, a fortalecer una base industrial propia, se apostaron todas las fichas a la ruleta del boom de la construcción. El desorbitado incremento del precio de la vivienda (hasta un 18% anual) aseguraba ingentes plusvalías para bancos y constructoras. El desproporcionado número de viviendas construidas -superando la suma de Alemania, Francia e Italia- exprimía hasta el tuétano la gallina de los huevos de oro, e impulsaba altas tasas de crecimiento. Pero cuando la fachada del boom inmobiliario se ha desmoronado, nos hemos tropezado bruscamente con la cruda realidad de que España es un país más dependiente, con menor capacidad productiva, y por ello mucho más vulnerable a las tormentas desatadas. Mientras otros países desarrollaban sectores punteros de alto valor añadido, en España la actividad estaba monopolizada por la construcción una rama atrasada y escasamente productiva de la producción, de cuya actividad pasaban a depender cada vez más empresas auxiliares. Paralelamente al desorbitado crecimiento inmobiliario, se destruía tejido productivo en sectores básicos y estratégicos. La enorme cantidad de créditos pedidos a bancos extranjeros para alimentar el boom inmobiliario incrementaba nuestra deuda y nos hacía más dependientes de las principales potencias. La construcción se basa en la explotación intensiva de mano de obra que caracteriza a la construcción (alimentándose de la masiva llegada de inmigrantes, ultraexplotados durante los años de bonzanza, aprovechando su situación ilegal o semilegal, y ahora escupidos al paro como material deshechable). Nuestro papel de taller subsidiario de los grandes monopolios en sectores tan importantes como el automóvil, ha hecho disparar la tasa de temporalidad e incrementado la flexibilidad laboral. Factores que han propiciando un incremento de la tasa de explotación, forzando un gigantesco trasvase de rentas de los bolsillos de los trabajadores a las cuentas de bancos y monopolios, y haciendo más vulnerables a los trabajadores ante la voracidad del capital. Banco de Santander, Telefónica, Iberdrola, ACS, Acciona… han sido los grandes beneficiados de este modelo económico, que ha llevado al país al borde del abismo. Estas son las razones que explican el millón de trabajadores condenados al paro durante el último año.