La maldición del modelo político

Un mapa político extraordinariamente móvil

No está solo en juego quién se quedará con el gobierno de la comunidad de Madrid, o qué sucederá con algunos jerarcas del PP. Lo que ahora se dirime, y por ello escándalos como el de Cifuentes adquieren una dimensión impensable, es como quedará un modelo político todavía en transición tras la caída del bipartidismo. Y que no puede cerrarse porque una de las partes, la mayoría social de progreso, se resiste a quedar excluida o relegada a un papel marginal.

No vivimos en una autarquía. Los que mandan necesitan encuadrar a la población bajo su dominio, en el plano ideológico, social, político… Para ello necesitan implantar un modelo político que fije claramente las reglas, los límites, las exigencias, a las que todos deben atenerse y que no pueden cuestionarse.

Durante décadas el bipartidismo jugó ese papel, garantizando una sólida estabilidad al dominio del hegemonismo norteamericano y la oligarquía española, por encima de alternancias y vaivenes políticos.

A principios de 2010, con una llamada de Obama que obligó a Zapatero a dar un giro de 180 grados en su política, empezó a resquebrajarse. Y se dinamitó por completo cuando Rajoy, tras obtener una cómoda mayoría absoluta en 2011, dio una nueva vuelta de tuerca a los recortes.

Lo viejo ha muerto y lo nuevo encuentra serios problemas para nacer. El nuevo modelo político que debería sustituir al antiguo todavía está abierto.

La última oleada del CIS dibujaba un panorama político complejo y móvil. El PP perdía 8,2 puntos desde que en noviembre de 2016 Rajoy pudo formar gobierno. En pocos meses su ventaja sobre el segundo habría pasado de 13 puntos a tan solo tres. Un escenario donde cuatro fuerzas políticas están separadas por solo siete puntos -el 26-J eran veinte-, en el que ningún partido puede aspirar a gobernar en solitario, y donde la correlación de fuerzas entre ellos cambia permanentemente.

Las últimas encuestas publicadas colocan en primer lugar a Ciudadanos, algo impensable hace pocos meses. Y señalan que ninguna fuerza podría alcanzar el 30% de los votos.

La movilidad no afecta solo al PP. EL PSOE se muestra incapaz de capitalizar la caída del partido de Rajoy. Mientras que Unidos Podemos ha pasado en un año de ser la segunda fuerza a la cuarta. Si su oposición a la formación de un gobierno de progreso le costó un millón de votos entre el 20-D y el 26-J, su cuanto menos tibia posición ante los proyectos de fragmentación en Cataluña le ha vuelto a pasar factura.

Este es el marco en el que escándalos como el de Cifuentes, aparentemente menores, se convierten en un terremoto capaz de dar un vuelco al escenario.

La razón de toda esta inestabilidad y movilidad está en una de las condiciones que ineludiblemente debe cumplir el nuevo modelo político.

No es suficiente que las principales fuerzas -desde PP y PSOE a Ciudadanos y Podemos- acaten como ineludibles nuestra participación en la OTAN y en la Europa alemana, transijan con el aumento de la penetración del capital extranjero en la economía nacional, o no cuestionen los enormes beneficios de la banca.

Es necesario que en el nuevo modelo político se contenga la movilización popular, evitando que puede tener un peso y una representatividad relevante.

Y eso es precisamente lo que no pueden evitar. La mayoría social de progreso, que rechaza los recortes, exige regeneración democrática y defiende la unidad, no solo se manifiesta en la calle, defendiendo las pensiones públicas o enfrentándose en Cataluña a los proyectos de fragmentación. También acude masivamente a las urnas, e influye en las posiciones de los principales actores políticos.

En España -un país de enorme importancia geoestratégica para los planes norteamericanos y clave para la estabilidad de la UE- la expresión política de la voluntad popular, aun bajo las formas más moderadas, supone un peligro.

Todas las veces que la voluntad popular puede expresarse le genera serios problemas al FMI, a Bruselas, al Ibex 35.

Esto es lo que provoca que el nuevo modelo político no haya acabado de cuajar, y que genere una permanente inestabilidad.

Deja una respuesta