Sobre la Salud Mental

‘Un lugar en el mundo’

Cuarta entrega del serial sobre salud mental en el que profesionales entrevistan a profesionales. Cada número el entrevistado se convierte en entrevistador

[Como director de Foros21, y ‘confabulador’ de este iniciativa con Fabián Appel, tengo el privilegio de ‘colarme’ en las introducciones de las entrevistas de este serial. Normalmente sin presentarme o para hablar como ‘redacción’. En esta ocasión quiero hacerlo para felicitar de forma directa a los protagonistas. A lo largo de cuatro entrevistas se ha dibujado la Vía Augusta de un espacio de diálogo con una extraordinaria riqueza y un pensamiento revolucionario en un sentido científico. Espero sean el principio de algo más. Muchos lectores lo esperan.

No es gratuito recordar, por eso, la cadena de profesionales protagonistas que ya hicimos en el número anterior, porque la iniciativa de esta serie de entrevistas tiene sentido ‘por acumulación’.

Empezamos con el psicoanalista Fabián Appel, promotor de la pregunta germinal en estas páginas sobre la salud mental, el psicoanálisis y la crisis. Después Appel entrevistó al psicoanalista José Luis Mellado, este entrevistó en el pasado número a Luisa Borondo, psiquiatra y psicoanalista, que entrevista en el presente Foros21 a Roque Hernández.]

Joanen Cunyat, director Foros21

Roque Hernández es psicoanalista y psicólogo clínico, miembro de Análisis Freudiano y de AFPresse, ha dirigido el Centro público de Orientación Sociolaboral y Clínica “El Molinet” (M.I.V.V) en Monóvar (Alicante) durante 36 años. Es profesor del Master de Arte-terapia de orientación psicoanalítica desde 2004. Coordina un ciclo de cine, psicoanálisis y cultura en la sede universitaria Ciudad de Alicante desde 2006. Ha organizado jornadas, congresos y seminarios europeos, así como publicaciones en el ámbito de la infancia, la juventud y el cine desde el psicoanálisis.

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Sé de tu interés por el cine, y sé que mantienes abierto un espacio de cine y psicoanálisis. ¿Cuál es la vinculación que ves entre uno y otro? ¿te parece que ambos estarían de una u otra forma concernidos por la salud mental?

Leí la serie de entrevistas que se inició con Fabián Appel. El concepto de serie se vuelve interesante y paradójico; por un lado, las series están de moda, se producen en serie para el mercado de las imágenes; por otro lado, el circuito capitalista diluye sin embargo lo que hace serie para los sujetos y para un colectivo cualquiera, es decir, lo que articula su historia, sus costumbres, sus vínculos, su memoria, su experiencia, y dicta lo que hay que hacer para no quedar al margen, fuera de juego.

Cartel de la película «Un lugar en el mundo» (1992) de Adolfo Aristarain

Lo contrario del juego no es lo serio, sino lo real imposible con lo que chocamos y para el que siempre nos faltan las palabras. Es gracias al lenguaje, incluido el lenguaje de las imágenes, como podemos decir algo, aunque no-todo. Sin lo real no habría invenciones como la poesía, el arte y el cine. Todo en la vida es cine y los sueños cine son, cantaba Aute. En cuanto a mi interés por el cine reposa posiblemente en esa frase que aludía al “cine de las sábanas blancas”, con la que los padres, a nuestro pesar, nos mandaban a la cama.

Un psicoanálisis nos enseña que es con el lenguaje y con las series incompletas, con las que buscamos “un lugar en el mundo”, título de una estupenda película de Adolfo Aristarain. A mi modo de ver, un psicoanálisis nos permite encontrar nuestro lugar en el mundo y nos conviene no olvidar que en este mundo que se pretende global, siguen existiendo nuestros pequeños mundos, aquellos sin los cuales la vida deja de serlo.

Freud, a propósito del sueño y del inconsciente hablaba de “eine anderer Schauplatz”, traducido como la otra escena, que fue el título de la primera publicación de cine realizada con la Universidad “Ciudad de Alicante”, lugar donde se ubica el ciclo que coordino desde el año 2006. La frase de Freud condensa cuestiones importantes como la dimensión del Otro (anderer), ya que necesitamos de los otros para vivir; también incluye la cuestión del lugar (platz) que podríamos poner en relación con el acontecimiento alegre del 15M y los indignados, movimiento que permitió, de manera inesperada, tomar las plazas y soñar durante un tiempo con un mundo mejor.

Siguen existiendo nuestros pequeños mundos, aquellos sin los cuales la vida deja de serlo’

Sabemos que, si bien no basta con soñar para cambiar las cosas, sin ficciones tampoco hay acción posible. Reducir las cosas al pragmatismo del coste-beneficio, tiene efectos en la salud mental de las personas y en particular en los niños y adolescentes saturados de imágenes y abocados al imperativo de un goce sin límites. También está presente en la frase, la mirada (schau), esa que buscan los jóvenes en el panóptico de las redes sociales donde se enredan y se pierden por falta de perspectiva, aunque decir esto no implica demonizarlas.

Me parece que un psicoanálisis nos permite encontrar, abrir y ajustar nuestra perspectiva, así como hacer algo con nuestro propio vacío, explorando el límite de lo posible. Freud y Lacan nos proponen aprender de los artistas, a sabiendas del poder transformador del juego en el niño y de la creación artística como modos de anudar lo real, lo simbólico y lo imaginario, anudamiento que no viene dado por la fijación a las pantallas, pues requiere de la respuesta de un sujeto.

Durante años has dirigido y expandido, más allá de su espacio físico, el Centro de Orientación Socio-laboral y Clínica El Molinet. ¿Ha ido cambiado a lo largo de estos años tu idea de lo que se debería hacer en relación a lo social, lo patológico y lo saludable? ¿cuál ha sido tu experiencia en ese terreno?

Evidentemente, algo ha ido cambiando desde 1987 en que comenzamos, tanto para las personas que tratábamos y que venían estigmatizadas y segregadas por los diagnósticos de discapacidad psíquica, psicosis o autismo, como para los profesionales cuyos referentes en España eran fundamentalmente asistenciales, cognitivos y biologicistas. Por eso, fue importante plantear una orientación y sostener la ficción de un Centro como lugar de paso y lugar de puertas abiertas a lo social, lo laboral, la cultura y también a la clínica psicoanalítica, precisamente para que las personas que atendíamos se preguntaran por ese término que los nombraba y a la vez los marginaba, y para que también los profesionales nos preguntáramos por los modos en que las instituciones fijan a los sujetos a posiciones que los enferman.

Roque Hernández en una conferencia

Había que subvertir el hecho de que los sujetos muchas veces se acomodan al sistema, quedando fijados al servicio de las instituciones y no al revés. Nos encontramos así con instituciones donde todo está protocolizado y donde se evita el vacío, el conflicto, la pregunta que daría ocasión para pensar. En nuestro caso, apoyándonos en experiencias francesas como la escuela experimental de Bonneuil, fundada por la psicoanalista Maud Mannoni y otras entre las que cabe nombrar el trabajo de Françes Tosquelles, tratamos de favorecer recorridos singulares cuya lectura pudimos hacer, acompañando a cada sujeto en singular. Si el Centro se constituye como un lugar de paso, es porque hay un más allá posible, pero también una pérdida sin compensación de la que hay que hacer el duelo.

No basta con soñar para cambiar las cosas, pero sin ficciones tampoco hay acción posible’

Sin embargo, la administración de la locura produce compensaciones sintomáticas. Conseguir un diagnóstico da derechos, una pensión, una plaza en un Centro, lo cual fija al mismo tiempo a ese espacio destinado a arrinconar la patología, pues una vez se entra, es difícil salir. En ese sentido un sitio no es un lugar, por el contrario, sitia; un lugar implica más bien el vacío que apremia a cada uno a dar una respuesta singular y las instituciones podrían favorecer que los sujetos fueran más allá de ellas. Entonces la pregunta por el lugar, por el tiempo y por el movimiento, se vuelven imprescindibles.

Este movimiento nos llevó a organizar desde muy pronto, varias Jornadas, Congresos y Seminarios nacionales e internacionales promoviendo espacios de investigación e intercambio entre profesionales y experiencias diversas desde el psicoanálisis. La última de estas experiencias muestra bien cómo, a partir de un conflicto en la frontera entre dos instituciones (el Molinet y el colegio vecino), ocurrido entre un joven autista y los niños de preescolar, pudimos inventar lo que se nombró como “Proyecto de innovación educativa”. Proyecto visitado por inspectores de educación de 7 países europeos y por pedagogos de renombre que intentaban extrapolar la experiencia, como si eso fuera posible. Lo que se olvida es que este conflicto que estuvo a punto de zanjarse con un rechazo que pasaba por la construcción de un muro entre los dos centros, fue gracias a que pudimos hacer algo con la angustia propia, cómo la segregación viró hacia un proyecto educativo y terapéutico. Vemos así, como Freud ya señalaba, que lo singular y lo social se encuentran articulados, de tal modo que podríamos decir que, gracias al conflicto producido por una persona autista, toda una comunidad ha podido realizar una experiencia que se prolonga en el tiempo hasta la actualidad y cientos de niños han podido venir al Molinet y sus talleres a realizar actividades artísticas haciéndole un lugar a la opacidad del otro, a lo extraño de la enfermedad mental, cuando antes era rechazada sin más.

En los últimos años y agravado por la pandemia y la crisis económica y social, los temas relacionados con la salud mental han adquirido protagonismo. ¿Cuál crees que ha sido la respuesta desde las instancias públicas, Ayuntamientos, Comunidades o incluso a nivel nacional?

Diría que la maquinaria política se mueve por intereses electorales, por los grupos de influencia y por la lógica del coste-beneficio. En este sentido, hay sectores de la población que interesan sólo si son noticia o producen alarma social, en tanto que pueden afectar positiva o negativamente, tanto a lo social, como a los votos. Se parchean así los agujeros en lugar de construir propuestas que tengan permanencia e interés para la comunidad.

Sigmund Freud, «padre» del psicoanálisis

Pienso, sin embargo, que hay también una responsabilidad de los ciudadanos y en nuestro caso de los profesionales, para revelar y hacer oír lo que hace síntoma en la subjetividad de nuestra época, comprometiendo así a los que gobiernan a dar respuestas ajustadas a las necesidades, y a sostenerlas en el tiempo. Para ello, los profesionales hemos de concretar asimismo propuestas y proyectos, de modo que permitan introducir cambios a partir de la lectura de los síntomas o conflictos sociales. Problemáticas actuales de las que habéis ido hablando y otras como el suicidio en jóvenes, el bullying, las adicciones y anorexias, el abuso infantil, la violencia sexual, las llamadas fobias sociales, el abuso de la cirugía plástica o de la pornografía, la migración, la ecología, etc, no pueden abordarse sin preguntarnos por los modos de hacer lazo social, de conectarse y desconectarse, de enclaustrarse o abrirse, en un mundo sin horizontes que no es uno, sino diverso; no podemos eludir el cuestionar un discurso que se instala en nuestras vidas y reduce nuestra participación al click, al like o a look; esto es, a la debilidad mental. Cada vez más se inoculan términos en inglés que parasitan nuestra propia lengua y recortan nuestro decir y pensar.

Nos encontramos con instituciones donde se evita el vacío, el conflicto’

¿Te parece el camino idóneo para abordar los temas relacionados con las psicopatologías, recurrir a la opinión o saber de los expertos? ¿Cómo evitar una sociedad de zombis, sea por efecto de los psicofármacos, o por los programas de acción en la vida, promovidos por determinadas terapias, o por los consejos para el buen vivir, cada vez más abundantes en los medios de difusión?

Imagen de una actividad en el CO El Molinet

Me parece que la idea del experto surge precisamente de esa alianza, alienante para todos, entre la ciencia y el circuito capitalista que, desvalorizando el síntoma como manifestación de la división del sujeto y estimulando la renuncia a su responsabilidad frente a lo real, establece las formas del buen vivir, clasificando las desviaciones de dicha norma, con el fin de erradicarlas o corregirlas mediante terapias que se anuncian como eficaces para todos, basadas en la evidencia. Vemos bien cómo los expertos son convocados cuando las cosas van mal, como si gozaran de cierta videncia sobre lo que está sucediendo. A los especialistas en niños y adolescentes se les supone un saber específico, actualizado y total sobre una conducta o un síntoma y así surgen especialistas y centros especializados en TDH, TOC, PAS; TEA, bipolares, discapacitados, psicóticos, etc. Se acaba así, como se hizo siempre, homogeneizando y segregando a niños y jóvenes según sus conductas no adaptadas.

Por lo general, la gestión de estos centros, es cedida por el Estado a entidades privadas, aparentemente supervisadas, para evitarse responsabilidades; éstas se dotan de los llamados sistemas de calidad, sin cualidad, que reducen la tarea a protocolos que, como divanes de Procusto, no dejan lugar para aprender nada de la singularidad de cada sujeto.

El síntoma pone en cuestión el orden establecido, el del superyó, la familia o lo social’

Por el contrario, el psicoanálisis, con Freud a la cabeza, propone que lo que vale para un sujeto no vale para todos, que no se puede generalizar, que hay una irreductible singularidad del sujeto que es la que le permite a éste extraer un saber nuevo a partir de su propio síntoma, en tanto que éste es una respuesta a su propio malestar y al malestar en la cultura. Por eso no podemos reducir un síntoma a una conducta o a una enfermedad. El síntoma pone en cuestión el orden establecido, sea el del superyó, el de la familia o el de lo social; por eso el psicoanálisis lo escucha y lo acompaña en su delicada transición.

Atender a los problemas que la infancia y la adolescencia nos plantean en nuestra época, no se puede hacer sin su participación, ni aplicando terapias adaptativas de moda para que todo vuelva a ser como antes, porque precisamente esa transición, como lo hizo siempre, cuestiona de cabo a rabo, cuanto tiene que ver con la vida y la muerte, el amor, la sexualidad, el trabajo, la familia y la falta de sentido. Un niño irrumpe y descoloca la vida de quienes lo acogen, altera la homeostasis de su familia y obliga al contexto a cambiar, lo que no siempre es bien recibido. Es entonces cuando surge la tentación en la institución o en la familia, de anestesiar esa nueva vida con cualquiera de los productos derivados de la técnica. Acallamos entonces el ruido de la vida y producimos de este modo, atontados que se comportan como autómatas, según la definición del término zombi, aunque también podríamos hablar de consumidores consumidos. No todo vale entonces y hay que volver a apelar a nuestra responsabilidad respecto del porvenir de los niños y jóvenes en este mundo, que tenemos que hacer nuestro y que no nos pertenece.

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