Diez años de la implantación del euro en España

Un lazo que nos tira hacia Berlí­n

Este uno de enero se cumplieron diez años desde que jubilamos a la peseta y adoptamos, junto al resto de paí­ses de la UE, al euro como moneda única. Reportajes de prensa y televisión glorifican la efemeride, y nos pregonan que la fortaleza del euro nos ha servido como mecanismo defensivo ante la crisis. ¿Realmente la implantación del euro nos ha reportado tantos beneficios? ¿O es la expresión de un nuevo lazo de dependencia que del cual pueden tirar las principales potencias europeas?

Resulta obvio que la adoción del euro -pasando a carecer de moneda propia- supuso una pérdida de soberanía económica. Aspectos tan esenciales como la cotización de la moneda o el precio del dinero dejarían de ser decisiones nacionales para pasar a depender de Bruselas. Ya no es posible, por ejemplo, utilizar la devaluación de la moneda para impulsar las exportaciones (recordemos que España sufre uno de los mayores déficits comerciales). Pero nos repiten constantemente que estos son pequeños inconvenientes sobradamente compensados por el hecho de estar protegidos bajo el paraguas de una de las monedas más poderosas del mundo. Lo que nunca nos cuentan es que el euro fue la expresión de la hegemonía económica de Alemania sobre el continente europeo. El euro tomó como modelo al marco alemán, la moneda más poderosas. La implantación de una moneda única exigió una armonización económica entre el conjunto de países de la eurozona, un auténtico proceso de ajuste estructural (privatizaciones, recortes sociales, cierre de industrias…) implantado a través del tristemente famoso tratado de Maastricht, cuyo resultado fue colocar la economía europea al servicio de los grandes bancos y monopolios. Los hilos del euro están dominados por el Banco Central Europeo, cuya sede -no se pararon a guardar las apariencias- está en Frankfort, en el mismo edificio que el Bundesbank, el banco central alemán. Para pasar de uno a otro ni siquiera es necesario salir a la calle. El funcionamiento del BCE copió casi literalmente los estatutos del Bundesbank. Ahora quien decide si suben o bajan los tipos de interés es el Banco Central Europeo. De aquí se derivan aspectos cruciales como el precio del dinero (que determina la liquidez y la cantidad de masa monetaria disponible), el euribor (que luego se refleja en las hipotecas)… Durante años, permaneciendo sordo a las imprecaciones de muchos economistas, el BCE mantuvo una rígida ortodoxia monetaria, manteniendo unos tipos de interés excesivamente altos. A la sociedad española le hubiera venido muy bien una rebaja de los tipos -aliviando con ello las cuotas de las hipotecas-, pero el BCE sólo transigió… cuando los bancos alemanes empezaron a tener problemas. Y es que el presidente del BCE es conocido en el mundillo económico como “Herr Quince Minutos” porque ese es el lapso de tiempo que tarda en reproducir las decisiones del Bundesbank alemán. Esta es la herencia que nos ha dejado el euro.

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