Fallece Luis Garcí­a Berlanga

Un genio divertidamente terrible

Hay un hilo de continuidad en la cultura española en la que fácilmente podemos reconocer a un Quevedo, un Goya, un Valle Inclán. Genios que son capaces de hacerte reí­r mientras, simultáneamente, te revuelven las tripas y te hielan la sangre. Garcí­a Berlanga pertenece a este estirpe.

Existen autores terriblemente divertidos. La contemlación de su obra provoca hilaridad, tumultos de risas y al final, una indefinida sensación de bienestar, de alegría. Pero existen otros, como Berlanga, que son divertidamente terribles. Son capaces también de provocar la risa, pero lo hacen sobre un fondo dramático, en ocasiones trágico, que siempre deja, al final, un regusto amargo, la sensación de que nos ha sido dado observar algo terrible mediante la concatenación de secuencias cómicas.La primera condición de la genialidad consiste en la capacidad de crear un universo y un lenguaje –ya sea escrito o visual– propios, intransferibles. Berlanga los poseyó de tal modo que durante un tiempo bastaba decir “eso parece de Berlanga” o “eso es berlanguiano” (acepción que al parecer la Real Academia de la Lengua está a punto de incluir en el diccionario) para que todo el mundo entendiera que se estaba hablando de un sarcasmo rayano con el absurdo, de un humor negro emparentado con el surrealismo, sin caer nunca en su caos.Autor de notables altibajos, deslumbrante en su primera etapa, desfalleciente en la segunda, a su genio pertenecen tres de las obras cumbres del cine español de todos los tiempos. La trilogía Bienvenido Mister Marshall, Plácido y El verdugo –en especial estas dos últimas– son verdaderas obras de arte, incontestables joyas de la cinematografía universal, películas penetrantes cuyo magnetismo y fuerza expresiva son inagotables, a pesar del medio siglo que ha pasado desde su rodaje.Obras con un atractivo que atrapa por igual al espectador ocasional y al cinéfilo. Retratos en apariencia costumbristas, pero en el fondo tremendamente corrosivos, en ocasiones casi esperpénticos, de la sociedad española de finales de los años 50 y comienzos de los 60.Atrapado en un período de transición, donde el cine del nacional-catolicismo imperante hasta entonces está muriendo a la misma velocidad que lo hace la autarquía, y el cine del desarrollismo todavía está por llegar, Berlanga, junto a sus inseparables Juan Antonio Bardem y Rafael Azcona, marca un punto de ruptura, inventa un nuevo lenguaje cinematográfico –tanto en las formas como en el contenido– que acabará convertido en un referente del que beberá la nueva generación de directores que a partir de los años 70 están llamados a revolucionar el cine español.Como ha dicho de ellas el crítico de cine Carlos Boyero, Plácido y El verdugo son un “retrato inmejorable en necesario blanco y negro de una España auténtica, vitalista, sórdida y eterna, fusión de la comicidad y la tragedia a través de un realismo que deriva en el mejor esperpento, feroces y piadosas, relatos en los que no falta ni sobra una imagen ni una palabra, con una atmósfera que transmite sensación de verdad, que esos personajes no interpretan, que lo que hacen y dicen, sus gracias y sus miserias han sido filmadas con una cámara oculta, en las que te olvidas de la prodigiosa puesta en escena que hay detrás de esos inimitables planos secuencia.”Una trilogía impagable, trufada de cargas de profundidad, verdaderos hitos de la historia del cine instalados en la memoria colectiva de varias generaciones de un pueblo al que Berlanga divirtió, criticó y sedujo al mismo tiempo. Como en ninguna otra de sus obras, en esta trilogía aparece con toda su fuerza y vitalidad el espíritu corrosivo de Berlanga, que supo hacer del humor (humor oscuro, casi negro) una de sus armas principales para colocar a los españoles ante el espejo de una realidad rancia y opresiva, en lo colectivo y en lo personal. En la División Azul Nieto del gobernador civil de Valencia e hijo de un diputado de Unión Republicana, Luis García Berlanga nació en Valencia el 12 de junio de 1921 en el seno de una acomodada familia burguesa, propietaria de extensas posesiones en el interior montañoso de la provincia. En su ciudad natal estudió con los Jesuitas y posteriormente en un internado en Suiza. Quiso ser arquitecto, aunque decidió estudiar Derecho y luego Filosofía y Letras, para más tarde, en 1947, dar un giro total e ingresar en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid.Personaje contradictorio donde los haya, durante su juventud se alistó primero en el ejército republicano para, tras la guerra, apuntarse como voluntario en la División Azul, además de para escapar de una posible depuración por haber estado con los republicanos, con la secreta esperanza de evitar que su padre fuera condenado a muerte por haber ocupado altos cargos durante la IIª República. No llegó, sin embargo, a disparar un solo tiro. Antes incluso de llegar al frente tuvo que ser repatriado por coger unas purgaciones.Su debut como director llega en 1951 con la película Esa pareja feliz, en la que colabora con Juan Antonio Bardem. Inmediatamente después vienen Bienvenido Mister Marshall (1952), Novio a la vista (1954), Calabuch (1956), Los jueves, milagro (1957), Plácido (1961) y El verdugo (1963). Una auténtica década prodigiosa donde Berlanga da lo mejor de sí mismo y se erige como “padre fundacional” del cine moderno español.Y sin embargo, su mismo éxito lo va a condenar al ostracismo. A partir del rodaje en 1963 de El Verdugo, 14 largos años de silencio en España –sólo roto ocasionalmente en 1970 con Vivan los novios–, que finalizarán en 1977 con el inicio de la saga de los Leguineche en La escopeta nacional.En ese largo intermedio, Berlanga dará clases de dirección en la escuela de cinematografía. O mejor dicho, ocupará el puesto de profesor, pues según cuentan sus alumnos, al inicio de curso les confesaba que el oficio de la dirección no es posible enseñarlo sobre el papel, por lo que sus “clases” pasaban a trasladarse a la cafetería del centro. Cinematografía inadecuada “Consideramos la filmografía de Luis G. Berlanga como altamente inadecuada para su exhibición en cines españoles. Su falta de patriotismo es alarmante y rebosa comunismo, masonería y libertinaje, todos impropios de esta regia nación, una, grande, libre, católica, apostólica y romana”.Pese a que hay quien todavía hoy, 41 años después, sospeche que fuera el propio Berlanga el redactor (o inspirador) de este comunicado de la Junta Nacional de Censores, lo cierto es que la inteligencia del cineasta valenciano –en asociación con otro prodigio del cine español, el guionista Rafael Azcona– logró siempre sortear la censura franquista, incapaz de detectar todas las cargas de profundidad que llevaban en su seno sus mejores películas.Y no porque no lo intentaran. El verdugo, seleccionada para participar en el Festival de Venecia de 1963, sufrió la tijera de la censura con tres cortes nada más terminar la grabación y con otros catorce más para permitirle participar en el Festival. En total fueron suprimidos cuatro minutos y treinta y un segundos de la cinta original, ya que el entonces embajador español en Roma, Alfredo Sánchez Bella (que posteriormente sería ministro de Información y Turismo), la acusaba de ser un ejemplo de propaganda comunista no sólo contra el franquismo sino contra todo el régimen social.Su mayor enemigo, sin embargo, no acabarían siendo unos censores con los que el dúo Berlanga-Azcona sabían jugar como nadie al gato y el ratón, sino la nueva orientación que va a tomar la producción cinematográfica nacional, entregada de lleno al desarrollismo franquista y dispuesta a entregar para el consumo público un aluvión de comedias intrascendentes, de más que dudoso gusto y listas para “usar y tirar”.En oposición a este cine chabacano y vulgar, lo que empieza a levantarse en las España de los 60 es un cine de tipo más político, que se ve obligado a realizar abruptas torsiones y oscuras metáforas de denuncia del franquismo, un lenguaje y unas formas totalmente opuestas al vitalismo y el humor ácido de Berlanga.En ninguna de ambas corrientes, la una dominante, la otra minoritaria, podrá encuadrarse el genio de Berlanga, lo que explica su largo silencio de 14 años, con dos infructuosas experiencias en el extranjero.En 1967 en Argentina para rodar Las pirañas, y en 1974 en Francia con Tamaño natural. El genio de Berlanga era, por así decirlo, demasiado español para triunfar fuera. Aunque sus mejores obras tienen sin duda una dimensión universal –Plácido estuvo nominada para los Oscar y El verdugo recibió el premio de la crítica en el Festival de Venecia y el Gran Premio de la Academia Francesa del Humor Negro–, Berlanga se nutre de tal forma de las más profundas raíces hispánicas, que sólo en nuestro país puede llegar a entenderse de forma completa su carácter subversivo y corrosivo envuelto bajo la suave apariencia de un minucioso costumbrismo coral.En sus mejores obras, los protagonistas desaparecen del primer plano atrapados por un prodigioso movimiento coral –en esto fue un maestro– de actores y protagonistas secundarios, pero sin los cuales perderían todo su valor. El humor vitriólico que desprenden no proviene de gags ingeniosos o diálogos brillantes, surge de la misma situación, de la concatenación e interposición de secuencias que, una a una, no resultan deslumbrantes, pero que todas juntas revelan la maestría de un director muy pegado a su pueblo. Enormemente crítico con sus defectos y que no duda en señalárselos, pero que al mismo tiempo es capaz de tratarlos con una ternura exquisita que contrasta vivamente con el esperpéntico tratamiento que da a las llamadas entonces “fuerzas vivas” del régimen franquista.Con la transición y la llegada de la democracia, Berlanga retoma su oficio de director. Pero el país y la sociedad están cambiado demasiado y demasiado rápidamente. Y Berlanga, aunque lo intente, es incapaz de seguir su ritmo.Con La escopeta nacional da inicio su decadencia. Aunque dirigida de forma brillantemente divertida, a diferencia de sus películas de los años 50 y 60, se dirige contra unas fuerzas sociales que son ya definitivamente irrelevantes en la España de finales de los 70 y principios de los 80. Todo lo que antes había sido disparar certera y corrosivamente contra los pilares ideológicos del orden social, ahora apunta contra lo que no es ya sino un cadáver en descomposición: la rancia aristocracia terrateniente que está a punto de desaparecer para siempre. Aunque en 1993 intentará retomar con Todos a la cárcel algo de su pasado pulso, arremetiendo contra una izquierda que ha abandonado lo principal, intentando ocultarlo bajo un nuevo discurso progre-humanista, el resultado será irregular y fallido. No importa. Su obra ha pasado ya a la historia como una de las más altas cumbres que ha dado el cine español de todos los tiempos. Asignatura obligatoria Santiago Segura Se ha ido un gigante del cine español, probablemente junto a Buñuel el director más importante y trascendente que ha dado este país. Es genial que para conseguir su titulación los estudiantes tengan que conocer la obra de Cervantes y Quevedo, que deban examinarse sobre La colmena, que sea obligado saber de qué va el Lazarillo de Tormes, y por supuesto, distinguir la generación del 98 de la quinta del Buitre. Pero creo que sería un crimen dejar que nuestros estudiantes acabaran sus estudios sin ver El verdugo como parte fundamental de la historia del cine de nuestro país, como obra maestra del séptimo arte. Sé que tras ver El verdugo, los estudiantes buscarán más Berlanga y entonces caerán Plácido, ¡Bienvenido, míster Marshall!, Los jueves, milagro… El humor negro, la retranca, la chufla, la chapuza, la coña, lo berlanguiano, todo lo que da forma a esas obras de arte únicas e irrepetibles, estoy convencido de que calarán en los corazones de los jóvenes en busca de formación. Caos inteligente Manuel Vicent Luis García Berlanga se definió a sí mismo como un anarquista burgués independiente. En el fondo esta etiqueta no era más que otro de sus juegos, porque Berlanga en vida se divirtió mucho más enmascarándose que haciendo películas. A la hora de definirlo, ahora que ha muerto, nadie sabe decir si se trataba de un tipo holgazán o trabajador, casto o erotómano, despierto o despistado, activo o abúlico, esnob o fallero. Pudo ser todo eso a la vez, pero su cine no admite discusión. Partiendo de los sainetes del valenciano Escalante, en apariencia Berlanga se propuso en cada rodaje montar un pequeño circo rodeado de amigos de confianza, a la manera de un capricho de señorito, que al final dio como resultado la creación un mundo propio, inteligente, fresco e intuitivo, entre la sátira risueña y el sarcasmo negro.Esto parece de Berlanga, dice la gente, ante cualquier caso surrealista, dramático y al mismo tiempo divertido. No es nada fácil crear unos personajes a los que uno reconoce en la calle. Ser amo y señor de unas criaturas es un privilegio que solo se da en el paraíso.Por otra parte el talento de Berlanga radicaba en el caos y en esto se notaba que era valenciano, más allá de la lata que daba con las paellas y el punto del arroz. Convertir el caos en inspiración: eso es exactamente el Mediterráneo. Ser libre dentro de la confusión y dar la apariencia de un exceso cuando se está atado a una férrea disciplina. Esa ha sido su obra de arte.Con la libertad, el caos, el talento y el sarcasmo, este cineasta ha construido un juguete inteligente con marca de fábrica, con el que ha pasado a la historia del cine.

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