Una moción de censura tiene como objetivo unir a la mayoría de fuerzas del Parlamento para proponer un cambio de Gobierno. La pantomima que ha presentado la extrema derecha ni podía ni pretendía lograr este objetivo, sino otro muy distinto: llenar durante días de fango, insultos, griteríos, bulos y difamaciones el Congreso, las tertulias y los tabloides. Que se hable y se discuta sobre lo que no es más que una repetición de la venenosa propaganda del trumpismo y de la alt-right norteamericana.
Han sido varias horas de los exabruptos de siempre: «Gobierno socialcomunista», “criminal”, “ilegítimo”, “totalitario”, “inconstitucional”, “socio de golpistas y filoterroristas”, para referirse a un gobierno de coalición que, según Abascal, es «el peor en 80 años» (algo que incluye, obviamente, a la dictadura fascista de Franco).
Pero otras partes de su delirio verbal -«el virus chino», «China tiene que pagar», «invasión de inmigrantes», o en las diatribas antieuropeístas- ha salido a relucir el tufo de la verdadera esencia de Vox. Una sucursal de Trump y de Steve Bannon, mentor de la alt-right norteamericana y ex-asesor del presidente, hoy en prisión.
Porque pese a la parafernalia verbal fascista, la indisimulada nostalgia franquista y las constantes y cansinas referencias nacionalcatólicas a «España» y «los españoles», la «Patria», esta extrema derecha no tiene nada de patriota. Ni siquiera de autóctona. Aunque intente coger parte de sus formas, para arrastrar a los sectores más reaccionarios y casposos del espectro sociológico, Vox no es la «vieja» ultraderecha del búnker franquista.
No, estamos ante una «nueva» extrema derecha… una ultraderecha made in USA, directa y profundamente vinculada con los nódulos más reaccionarios del establishment de Washington. Una herramienta del hegemonismo para golpear, sacudir, condicionar y degradar la vida política nacional.
No sólo porque para nacer y ser patrocinada en los medios, Vox recibió casi un millón de dólares de unos extraños iraníes -el Consejo Nacional de Resistencia Iraní (CNRI)- vinculado a los servicios de inteligencia norteamericanos. Sino porque son los nódulos más tenebrosos de la plutocracia norteamericana los que han sacado a Vox de las catacumbas de los partidos no parlamentarios, los que lo utilizan para intervenir en la política española a modo de ariete tóxico.
Por algo en marzo de este año los líderes de Vox acudieron a Washington, a un encuentro de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), el cenáculo que reúne a las más tenebrosas y derechistas élites del establishment norteamericano. El mismo club de la oligarquía yanqui que promueve las formaciones de extrema derecha en Europa y en el mundo.
Se habla mucho del discurso faccioso, machista, homófobo o xenófobo de Vox. Pero muy poco de su verdadero programa social y económico. «No es función del Estado proveer de ningún bien ni de ningún servicio. Salvo tres o cuatro, como justicia criminal, policía y Ejército. Todo lo demás, sanidad, educación, deben ser decisiones de consumo», es decir, deben ser privatizadas. Quien así se expresa es Rubén Manso, gurú económico de Vox.
Vox es la primera fuerza política que se ha atrevido a poner encima de la mesa la necesidad de desmantelar el actual sistema público de pensiones. Y que proponen abiertamente su sustitución por un sistema de capitalización, donde la mitad o más (entre un 50% o 60%) de las cotizaciones vayan a parar a fondos privados en manos de bancos.
Esta es la “función” de Vox en el debate político. Poner encima de la mesa cuestiones e intereses que ni el Partido Popular se atreve a plantear. O al menos tan cruda y descarnadamente. Son un ariete, un escuadrón de choque para el Ibex35, la patronal… y sobre todo para Wall Street.
Son un altavoz del trumpismo en España. La quinta columna del proyecto de saqueo norteamericano sobre nuestro país.