Condena a Alfredo Sáenz

Un emblema del poder financiero

La decisión del Tribunal Supremo de condenar a 8 meses de cárcel e inhabilitación como banquero a Alfredo Sáenz, número dos y consejero delegado del Banco de Santander, pese a ser una auténtica «bomba», apenas si ha levantado una pequeña polvareda. Y es que, con fundadas razones, prevalece la certidumbre de que, al final, esta casta de privilegiados es impune y jamás paga por sus tropelí­as. También a Botí­n lo condenaron… y ahí­ está.

La historia de Alfredo Sáenz resume a las claras lo que ha sido la constitución y ascenso de un nuevo gruo de banqueros a la cúspide del poder financiero español y, en definitiva, a la cumbre del poder en sí, ya que, si descontamos la influencia y el dominio que ejercen sobre nuestro país, primero EEUU, y luego Francia y Alemania, la verdadera clase dominante española tiene como núcleo de poder esencial al capital financiero. Y, afinando aún más, desde mediados de los años 90, y ya con particular intensidad desde 2004 (con la llegada de Zapatero al gobierno), el capital financiero español, dueño y señor del país, se encuentra bajo la hegemonía casi exclusiva de un banquero, Emilio Botín, que no sólo encabeza el mayor banco de España y de la zona euro (y uno de los diez mayores del mundo), sino que, además, lidera a un nutrido grupo empresarial que integra el selectivo Ibex-35 (las 35 mayores empresas “españolas”), y, como se ha puesto de relieve desde el estallido de la crisis, es quien de hecho marca el rumbo y los objetivos de la política económica del país. Con absoluta desvergüenza, el presidente del gobierno, Zapatero, reconoce abiertamente que ha consultado y sigue consultando con él todas las grandes decisiones, empezando, por supuesto, por la de colocar en el centro de la política “anti-crisis” el rescate bancario, aunque ello haya supuesto llevarse por delante tres millones de puestos de trabajo, el cierre de decenas de miles de empresas y disparar la deuda pública española, hasta el punto de que el país ha entrado ya en los “planes de ajuste” (y control) del FMI y de la UE, planes que implican recortes de salarios y pensiones y un empobrecimiento general del país. Todo ello con la exclusiva finalidad de que Botín, su banco y sus “protegidos” y secuaces salgan de la crisis, si es posible, aún más fuertes.Pues bien, uno de los hombres clave que han permitido a Botín llegar adonde está y ocupar el lugar que ocupa, es sin duda Alfredo Sáenz.Nacido en Getxo (Vizcaya) en 1942, educado por los jesuitas en Bilbao, licenciado en Económicas por la Universidad de Deusto, Sáenz se forjó como banquero en la “escuela” del Banco de Vizcaya (uno de los siete grandes de la banca heredados del franquismo), bajo la dirección de Pedro de Toledo. Cuando en 1985, por un acuerdo político e interoligárquico, se decidió que fuera el Banco de Vizcaya quien se hiciera cargo del rescate de una Banca Catalana que hacía aguas (tras la gestión “patriótica” de un Jordi Pujol que dejó un pufo de 200.000 millones de la época, del que, por cierto, también salió indemne el llamado “padre” del nacionalismo catalán), Pedro de Toledo daría un impulso decisivo a la “carrera” de Sáenz poniéndolo al frente de la operación de rescate. Allí permaneció ocho años y allí forjó buenas y productivas relaciones no sólo con importantes sectores del empresariado catalán, sino también de la política y de la judicatura. Una de esas “amistades” sería la del juez Estevill, que llegaría a ser todo un símbolo de la corrupción judicial, hasta el punto de que acabaría siendo apartado de la carrera judicial por el Tribunal Supremo. Sería con ese personaje con el que Sáenz acabaría maquinando la falsa denuncia que ahora, casi veinte años después, ha de­sembocado en su propia condena.Su “exitosa” experiencia en el rescate de Banca Catalana sería la base para que, en 1993, Sáenz fuera llamado de nuevo, al unísono, por el poder político y el financiero, para hacerse cargo de otra operación de rescate no menos crucial: la de Banesto, uno de los mayores bancos de España en ese momento, y que acababa de ser intervenido por decisión del gobierno de Felipe González a fin de eliminar del panorama financiero y político a un “advenedizo” que se había “colado” sin deber en el sancta santorum de la banca y, para más inri, aspiraba a cambiar ciertas reglas inamovibles del club, amén de incubar “aspiraciones políticas” inaceptables para el gremio: Mario Conde. Sáenz asumió el cargo de presidente del banco tras la “intervención” y llevó a cabo su “reflotamiento”. Fue desde este puesto desde donde -como, por otra parte, debía ser habitual- Sáenz, en colaboración con el juez Estevill, “fabricaron” una falsa estafa que involucraba a un empresario -un vasco, residente en Cataluña-, con el objeto de cobrar una deuda pendiente, ocasionada por la suspensión de pagos de una empresa, de la que aquél era socio. Bajo el dictado de Sáenz, y con la ayuda de Estevill, Banesto de­sató una persecución implacable que acabó con los huesos del empresario en prisión y sus bienes incautados. Para ello urdieron una acusación falsa que acabó avalando el juez. Sáenz demostró que era el ejecutivo implacable que se esperaba de él y que no se paraba en mientes ante nada. En todo caso, ya daba por descontada su impunidad: ¡si el juez del caso era su compinche!Tras la intervención, el gobierno decidió vender el banco en una subasta en la que finalmente se impuso sorprendentemente el Santander, que en 1998 lanzó una OPA hasta hacerse con el 97,5% del capital. Banesto acabó en el zurrón de Botín, y Alfredo Sáenz, ya con dos grandes “servicios” a su espalda, logró al fin un “premio gordo”, integrándose en el Consejo de Administración del Santander, donde no tardaría en ser ascendido hasta el número dos del banco y nombrado consejero-delegado, el hombre, en definitiva, que lleva el día a día del banco de Botín, la mano derecha del gran “capo” de la oligarquía financiera española.La condena del Supremo a Sáenz -tras casi veinte años de proceso- ha sido un inesperado golpe bajo para un hombre que ocupa una de esas cumbres donde se supone que existe absoluta impunidad. Por el momento, la sentencia no es aún “ejecutiva” y, además, el Banco, de inmediato, ha presentado un recurso ante el Tribunal Constitucional para frenar, retrasar y, en última instancia, impedir su cumplimiento. Se abre así un nuevo pulso. ¿Logrará Sáenz lo que ya logró en su día su jefe, Emilio Botín, es decir, salir indemne de un delito reconocido con una artimaña legal hecha ex-profeso para él (aquí, en España, muchos medios no paran de hablar de las leyes y sentencias hechas a medida para Berlusconi, ¿pero por qué jamás recuerdan ni mencionan las hechas aquí a la medida de Botín?). ¿O por una sola vez, y como excepción, se va a cumplir la ley y se va a ejecutar la sentencia?En todo caso, Alfredo Sáenz no tiene mucho de lo que preocuparse: ni entrará en prisión ni va a perder la mejor jubilación de la historia de la banca española.

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