SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

¿Un cambio radical? ¡Sí­, gracias!

La actual crisis sistémica no solo no ha terminado sino que la probabilidad de una reactivación, continuación y profundización en la misma es cada vez mayor. Ello supone un auténtico problema que va más allá de la asfixia y miseria que se está infligiendo a las vidas de millones de personas. Después del fracaso más absoluto de la ortodoxia, de quienes aún a fecha de hoy no saben que el dinero es endógeno, de aquellos que desconocen que primero es la inversión y luego el ahorro, ¿qué herramientas disponemos para hacer frente a esta nueva crisis?

Sólo hay una opción posible, reestructuración de la deuda global, y reordenación, a costa de gerencia y acreedores, de quien la concedió, el sector bancario. Necesitamos además inversión productiva urgentemente, pero ésta solo es posible mediante el desarrollo de un vasto programa de inversión en infraestructuras global por parte del sector público, que sirva de arrastre y de señal de reactivación de una inversión productiva privada que está en parada cardiorrespiratoria. La política monetaria y la devaluación salarial han fracasado. El progreso tecnológico actual es insuficiente. Necesitamos recuperar a los clásicos, a Michal Kalecki, ¡ya!

Buscando el catalizador

Para identificar la reactivación de la actual crisis sistémica tenemos que conocer las condiciones actuales. Aunque no sabemos qué es lo que van a hacer los agentes económicos, y qué eventos se producirán en un futuro cercano, sí que podemos discernir la topografía y el paisaje futuro. Lo primero que debemos tener en cuenta es que, de nuevo, la próxima será otra crisis de deuda. La deuda es otra vez la moneda de curso legal y el mecanismo de financiación global. La diferencia es que ahora ya se ha esparcido alrededor del planeta.

La desinformación y la mentira, difundidas por las élites políticas y económicas, y jadeadas a través de sus voceros mediáticos, se han convertido en la moneda de curso legal. La carga de la deuda soberana de la mayoría de las naciones al comienzo de la actual crisis no estaba fuera de control. Solamente después de que los bancos sistémicos quebraran y se rescataran con dinero de los contribuyentes, la deuda pública empezó a ser un grave problema.

En casi todos los países de la OCDE la deuda sobre el PIB se mantenía a niveles razonables, e incluso en algunos casos bajando, antes de que los bancos fueron rescatados. Posteriormente, cuando se rescató a los bancos con dinero de los contribuyentes más que se duplicó. Esta es la realidad, en lugar de la propaganda de lo que pasó y por qué.

La repentina explosión de la deuda soberana europea es el resultado directo e indiscutible de que la mayoría de los partidos políticos del «establishment» decidieron que se salvaguardase su propia riqueza personal y las de sus amiguitos del alma. Nos referimos a aquella correspondiente al 10% más rico, que poseen la mayor parte de su riqueza en productos financieros, y que se hubiese evaporado en un colapso bancario. Por eso el rescate de los bancos privados, acumulando sus deudas pendientes de pago a costa de las arcas públicas.

Así que sea cual sea el desencadenante de la próxima crisis, nuestros políticos deberían ser conscientes que cualquier solución que quiera mantener de nuevo la riqueza y el poder de la superclase ya no es posible. El volumen de deuda soberana hace inviable querer trasladar de nuevo el problema a la ciudadanía.

Cambio radical

Sin embargo es necesario un cambio radical. Mientras el 1% de la superclase está pensando en su futuro, muchos del restante 99% siguen paralizados, en estado de shock. Se les ha dicho una y otra vez que no es posible ningún cambio radical en nuestro sistema financiero y político actual, y si se intenta sólo traería el desastre sobre nosotros.

Lo importante para ese 1% es que la dirección de cualquier cambio les beneficie de nuevo a ellos y que el resto de la gente ni se dé cuenta de lo que está sucediendo. Y eso hasta ahora ha funcionando. La buena noticia, sin embargo, es que cada día el número de personas que realmente creen en la propaganda del «Totalitarismo Invertido», descrito magistralmente en 2003 por el profesor Sheldon Wolin, es menor. Además, la mayoría de aquellos que lo hacen es por miedo. Hay que perder el miedo, reactivar la movilización cívica y política. Es vital una mayor implicación de la ciudadanía que poco a poco vaya abandonando y marginando a unos medios de comunicación cada vez más concentrados y aduladores con el poder.

Desde un punto de vista económico, el nuevo pensamiento que va emergiendo debe tener muy claro que la continua aplicación de regulaciones, o re-regulaciones a favor de la movilización del capital es una constante histórica, que desdice la visión ingenua que alude a los problemas de codicia desatada para explicar la actual crisis. Por ello cualquier ejercicio de prospectiva debe tener en cuenta las posibles estrategias de las clases dominantes y las configuraciones históricas que dan forma operativa y real a los intereses de las elites. Éstas siguen pensando que aún puede continuar extrayendo rentas especulativas, aprovechando los escenarios de geoescasez energética y alimentaría, y diseñar, a espaldas del poder democrático, nuevas arquitecturas financieras globales. Esperemos que esta vez, sin embargo, por el bien de todos, y el de ellos, ni lo intenten.

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