"Un Dios salvaje" de Roman Polansky

Un bisturí­ hacia la verdad

Con «Un Dios salvaje», Polansky quiere rasgar la cortina de lo «polí­ticamente correcto», esa maraña de eufemismos destinada a ocultar y suavizar los violentos antagonismos que esconden las sociedades de capitalismo desarrollado.

¿Pero no éramos “civilizados”?

¿Qué ocurre cuando encierras a cuatro bienpensantes burgueses a dirimir una querella en apariencia intrascendente… y los muros de contención de la “educación civilizada” se erosionan hasta desplomarse?

Simplemente, que aparece la verdad en toda su crudeza. Toda la violencia soterrada, todos los antagonismos camuflados, todas las relaciones de dominio… estallan hasta mostrarnos su auténtico rostro.

Esta es la sencilla premisa de “Un Dios salvaje”, un auténtico “tour de force” cinematográfico e ideológico donde Polansky vuelve a empuñar con precisión certera su cámara como un bisturí, destilando sabiduría narrativa e higiénica mala leche a partes iguales.

Basada en la exitosa obra de teatro de Yamina Reza -una de las autoras más interesantes del panorama escénico, y que colabora en el guión de la película-, “Un Dios salvaje” comienza con una trivial pelea entre dos muchachos, donde uno de ellos acaba golpeando al otro.

Los padres del agresor acuden a casa de los progenitores de la víctima para “solucionar civilizadamente” la disputa. Un propósito, aparentemente, de sencilla resolución. Ambos son matrimonios de clase media-alta, de buenos modales y selecta educación, instalados en el éxito social.

Pero -y aquí es donde la trama empieza a retorcerse-, algo inexplicable impide a los cuatro marcharse de la casa. Recogiendo un motivo que Buñuel utilizara con surrealista mordazidad en “El ángel exterminador” o “El discreto encanto de la burguesía”, las sucesivas despedidas frustradas convierten a las dos parejas en prisioneros dentro de su propia casa.

«Entonces aparecen la violencia soterrada, la subterránea lucha de clases, los yugos de dominio»

La reclusión y el exceso de alcohol actúan como un cóctel explosivo, y progresivamente los buenos modales, las maneras civilizadas, se diluyen, y la máscara de hipocresía social va desapareciendo.

Y entonces aparecen la violencia soterrada, la subterránea lucha de clases, los yugos de dominio, las relaciones de poder impuestas a través de la fuerza. Entonces aparecen la violencia soterrada, la subterránea lucha de clases, los yugos de dominio.

Siempre habían estado ahí, como un “Dios salvaje” que determina nuestra conducta. Pero permanecían enmascaradas bajo la fachada de una educación respetable.

El abogado de la multinacional farmacéutica trasluce en cínico que intenta descargarse responsabilidades sobre un fármaco defectuoso, la broker destila a pequeña escala la implacable perversidad de las altas finanzas, el ama de casa progresista y cultivada saca a pasear su cara más reaccionaria…

Polansky sabe rasgar las cortinas, con esa maestría en el arte de narrar historias que le permite transmitir como emociones como nadie.

Se autoimpone la aparentemente anticinematográfica obligación de rodar del modo más teatral posible. Sólo hay un escenario, la casa donde transcurre toda la historia. Toda la acción se desarrolla en tiempo real, sin permitirse siquiera una ligera elipsis o un pequeño flashback que descargue la intensidad de la narración.Pero entonces, en esas condiciones extremas, surge el gran cine, el que sale de la verdad y de la imperiosa necesidad de contarla.

Cada movimiento de cámara, cada diálogo, cada gesto, contribuye a incrementar la intensidad, se transforma en una de las gotas que colmarán el vaso.

Todo servido a través de cuatro magníficos actores en estado de gracia. Desde dos consagradas estallas como Jodie Foster y Kate WinsletWinslet, a dos de los mejores secundarios del cine moderno, como John C. Reilly y Cristoph Waltz, todos responden de la mejor manera al exigente desafío interpretativo que les propone Polansky.Resuelto siempre de forma imprevista, sorprendiendo en cada momento, conduciendo certeramente la tormenta hacia una saludable catarsis final. Y regalándonos un epílogo que, como alguien ha señalado acertadamente, es “Polansky en estado puro”.¿”Corrección política” o narcotización masiva?

En una reciente entrevista, Roman Polansky nos desvela que “lo que me atrajo de la obra es su denuncia de lo políticamente correcto. Los personajes revelan su naturaleza humana verdadera, o sea, que son capaces de odiar, de ser egoístas, aunque al principio todo transcurra bajo el educado barniz de ciudadanos de clase-media que quieren ser respetables”.

Efectivamente, “Un Dios salvaje” es una trituradora dispuesta a dinamitar todas y cada una de las convenciones e imposturas de lo que se ha venido a llamar lo “políticamente correcto”.

¿Pero qué hay detrás de la dictadura de lo “políticamente correcto”? Y sobre todo, ¿qué objetivo se persigue con su extensión?

«Polansky sabe rasgar las cortinas, combinando sabiduria narrativa e higiénica mala leche»

omo “políticamente correcto” nos referimos a una maraña de eufemismos, medias verdades o mentiras completas, cuyo propósito es dulcificar, ocultar o enmascarar los rabiosos antagonismos, el violento sometimiento que impera en las sociedades de capitalismo desarrollado.

Especialmente dirigido hacia “ámbitos de izquierdas ilustrados” y sectores de pequeña burguesía acomodada -pero que dispone de poderosos altavoces para penetrar en todo el cuerpo social, y convertir sus máximas en lugares comunes de fácil difusión-, se ha creado todo un ideario pseudoprogresista y bienpensante.

Dándole un nuevo ropaje al más rancio pensamiento socialdemócrata, y haciendo pasar por novísimas sentencias viejas máximas reaccionarias.

Todo, todo, para ocultar la sangre bajo toneladas de azúcar indigesto. Son necesarias toneladas de buenos modales, de palabras dulces, de gestos amables… porque, como la crisis ha puesto de manifiesto -tan solo por ahora en una pequeña parte-, el antagonismo larvado en las sociedades desarrolladas entre la gran mayoría y una ínfima minoría que vive a nuestra costa no puede sino generar una constante violencia que acaba impregnando todas las relaciones sociales y personales.

Lo “políticamente correcto” es el azúcar suministrado para que no notemos el veneno, una especie de “narcotización masiva” para ocultar el gigantesco atraco que supone la explotación.

Esta es la cortina que Polansky intenta rasgar, a través de su bisturí cinematográfico, en “Un Dios salvaje”. Un empeño por dinamitar la mentira, no dejarse confundir ni extraviar por ella, porque esa es la premisa necesaria para poder estar en disposición de buscar la verdad.Bocadillo 1.-Bocadillo 2.-

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