El pasado 9 de noviembre, después de años de noviazgo y varios meses de promesas y amenazas, Putin se reunía con el presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, en un aeropuerto militar cerca de Moscú. Antes de la reunión, tan clandestina que los rusos negaron inicialmente que hubiera tenido lugar en absoluto, estaba previsto que Yanukovich firmara un acuerdo de asociación, una especie de contrato de compromiso que preveía el ingreso en un futuro indeterminado de Ucrania en la Unión Europea.
Pero sorpresivamente -y ante incapacidad de los burócratas europeos de mantenerse al día de las maniobras del Kremlin-, Putin sellaba una alianza con Ucrania, adelantándose a sus rivales de Bruselas. A continuación, Yanukovich pospuso la firma del acuerdo de la UE de forma indefinida.Al parecer, el presidente ruso habría prometido a su homólogo ucraniano varios miles de millones de euros en forma de subvenciones, importantes condonaciones de la deuda que mantiene con Moscú, importaciones libres de impuestos y, sobre todo, precios preferentes para el envío de gas ruso y el compromiso de no volver a dejar a Ucrania sin gas en pleno invierno como ya ha ocurrido por dos veces en los últimos 10 años.«Con su hábil maniobra política y diplomática, Putin ha conseguido una cuarta victoria sobre Occidente» Para Rusia, ganar Ucrania no es sólo mantener su influencia geopolítica o tratar de retener el control sobre una región que fue el núcleo del imperio ruso hace un milenio -la palabra Ucrania se traduce como “país de frontera”, y muchos eslavos sienten que Kiev es la madre de todas las ciudades rusas-, sino que allí se está jugando su condición de ser un imperio euroasiático, con influencia por tanto sobre Europa Occidental, o si por el contrario queda confinado a la condición de imperio regional sobre sus antiguas repúblicas asiáticas.Después de tres victorias políticas y diplomáticas consecutivas, el oso ruso se ha sentido con la suficiente fuerza como para atreverse a lanzar también un zarpazo en Europa. Primero fue el conceder asilo temporal a Edward Snowden, el ex analista de la CIA que reveló el espionaje mundial llevado a cargo por el gobierno norteamericano. Más tarde, ha obtenido dos sonoras victorias políticas y diplomáticas que volvían a colocar a Rusia en el centro del escenario mundial: primero, al poner en marcha una iniciativa que bloqueó la fallida pretensión de Obama de desencadenar un ataque militar contra Siria, y apenas unas semanas después apadrinando otro acuerdo internacional de gran calado, la firma de un acuerdo nuclear entre Irán y las potencias, que permitirá al régimen iraní librarse de las sanciones occidentales y reintegrarse, de forma activa, a la comunidad internacional.Moscú pretende incorporar Ucrania a la futura Unión Económica Euroasiática, una alternativa rusa para recuperar parte de su antiguo “hinterland” perdido tras la desintegración de la Unión Soviética. Bielorusia y Kazajistán ya han dado su beneplácito a la formación de esta unión política y económica, diseñada a imagen de la UE, en la que Rusia jugaría, como Alemania, el eje central.La adhesión de Ucrania sería una enorme victoria rusa, que haría bascular de nuevo al país bajo la órbita de Moscú, arrebatándoselo a la influencia de EEUU y la UE. Un desafío tan inquietante que ha provocado la inmediata reacción por parte de Europa (con Merkel a la cabeza), de EEUU, e incluso de la OTAN. Y que como ya ocurriera años atrás con la llamada “revolución naranja” ha hecho que decenas de miles de partidarios de la unión con Europa salieran a la calle protagonizando protestas, manifestaciones y acampadas contra Yanukóvich, reprimidas duramente por la policía, y que han hecho temblar los cimientos del régimen.Con su hábil maniobra política y diplomática, Putin ha conseguido una cuarta victoria sobre Occidente. Pero todavía tendrá que luchar duro para conseguir que sea permanente. Después de todo, su acuerdo con Yanukovich es un matrimonio de conveniencia, no un matrimonio por amor.