La lucha entre Washington y Moscú se cobra su precio en muertos

Ucrania desgarrada

Después de decenas de muertos y centenares de heridos, el caos polí­tico se ha adueñado de Ucrania. La oposición ha tomado el Parlamento, destituido al presidente y se dispone a nombrar un gobierno interino. Pero es una incógnita si el nuevo gobierno tendrá la capacidad de controlar a los manifestantes de la plaza Maidán, a cuya cabeza se sitúan ahora auténticas fuerzas paramilitares fuertemente armadas, en gran parte vinculadas a la extrema derecha y cuyas fuentes de entrenamiento y financiación son un misterio.

Por el otro lado, el ex-presidente Yanukovich se encuentra en paradero desconocido, su propio partido le acusa de “traición a la patria” por haber huido y en las regiones del este y el sur del país ha empezado a organizarse la resistencia al nuevo gobierno, al que acusan de haber dado un golpe de Estado violando la Constitución. La partición del país en dos, e incluso el estallido de una guerra civil se han convertido en un inquietante escenario que una chispa incontrolada podría desatar en cualquier momento.» Lo peculiar de lo ocurrido en Ucrania es la nueva y agresiva táctica adoptada por el hegemonismo norteamericano para forzar la reconducción del país»

Mientras Alemania observa con temor cómo el caos y la desestabilización se instalan en su frontera oriental, Rusia, que ha llamado a consultas a su embajador en Kiev, permanece a la expectativa, valorando las opciones que se le presentan en la nueva situación para mantener a Ucrania en su esfera de influencia. Y EEUU asiste complacido al triunfo momentáneo de su nuevo modelo de insurrecciones prefabricadas para remover regímenes hostiles o no lo suficientemente adictos a sus intereses.

La disputa entre Washington y Moscú por alinear a Ucrania en sus respectivas órbitas de dominio —con Berlín actuando poco más que de convidado de piedra o de tonto útil de la Casa Blanca— ha conducido al país a una tensión extrema, provocando heridas y desgarros de impredecible desarrollo y resolución.

Sin embargo, lo peculiar de lo ocurrido estos días en Ucrania es la nueva y agresiva táctica adoptada por el hegemonismo norteamericano para forzar la reconducción del país y el cambio de su régimen político. Hasta ahora, EEUU había optado por el modelo de impulsar levantamientos masivos y pacíficos, como los desatados en la primavera árabe o en la propia Ucrania, con la llamada Revolución Naranja de 2004 que llevó momentáneamente a las fuerzas pro-yanquis al gobierno. Una táctica que allá donde se ha llevado adelante ha cosechado un fracaso tras otro. Y esto es lo que parece haber aconsejado a los estrategas de Washington a llevar a radicalizar las protestas, buscando en el mismo cambio de gobierno la liquidación completa del régimen anterior.

El hecho de que los manifestantes atrincherados en la plaza Maidán de Kiev, el corazón de las protestas opositoras, poseyeran más recursos de combate que las mismas autoridades ucranianas, la perfecta organización de un movimiento multitudinario capaz de permanecer durante semanas concentrado, la aparición de fuerzas paramilitares en el seno de los manifestantes, el control por parte de las fuerzas políticas derechistas y ultranacionalistas de la movilización, el asalto al Parlamento y la instauración de un nuevo régimen político en apenas unas horas son elementos que dibujan no una insurrección espontánea del pueblo, sino un escenario perfectamente calculado y organizado hasta en sus más mínimos detalles.

Que coincidiendo con la insurrección de Ucrania, acontecimientos de cariz similar se hayan intentado poner en juego a miles de kilómetros de distancia, en Venezuela, habla a las claras de lo premeditado del asunto y permite desvelar la mano yanqui que se mueve tras ellos. Dos escenarios muy distintos, pero enlazados por un idéntico guión.

La gran diferencia entre uno y otro es que mientras Yanukovich no ha encontrado a nadie, ni dentro ni fuera del país, que saliera a defender su gobierno autoritario, depredador y corrupto hasta la médula, el régimen bolivariano de Maduro ha encontrado inmediatamente el respaldo de millones de venezolanos y el apoyo de la práctica totalidad de países iberoamericanos, denunciando las maniobras desestabilizadoras de la oposición como una auténtica intentona golpista.

Desde Egipto a Ucrania pasando por Venezuela, el hegemonismo norteamericano parece estar lanzado a una contraofensiva reaccionaria de grueso calibre con el que trata de recuperar o ganar terreno perdido. Pero la misma agresividad con la que se ve obligado a hacerlo, muestra las resistencias y dificultades cada vez mayores con los que se encuentra su hegemonía mundial.

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