Miguel Ángel Blanco: la batalla de la memoria

Dos días que galvanizaron a España

Aquel 10 de julio de 1997 una esquirla de metralla, un soplo de horror gélido, atravesó el corazón de todos los españoles.

ETA secuestraba a un joven anónimo -que ya nunca jamás volvería a serlo- y anunciaba su ejecución a cámara lenta; como un paseíllo de los de la Falange en el 36, pero anunciado con 48 horas de antelación, para estirar la agonía de sus familiares y amigos, pero también del resto de los ciudadanos. No podían sospechar siquiera que además de firmar la sentencia de muerte de Miguel Angel Blanco -un héroe que decidió ser concejal del PP en Ermua, en la época en la que eso equivalía a plantar cara al miedo- estaban prendiendo la mecha del propio fin de la banda terrorista. Hoy ETA está derrotada y no volverá. Y lo está porque en aquellos dos días de julio del 97, millones de gargantas -de esperanza vibrante o de angustia afónica- salieron a la calle para decir ¡basta ya!.

Veinte años después, todos los que vivimos aquello lo hacemos con una agridulce mezcla de dolor y emoción. Las lágrimas brotaron y las gargantas se desgañitaron, pero nadie se quedó impertérrito. Aquel chaval de Ermua, aquel perfecto desconocido, era tu hermano, tu amigo, tu hijo o tu vecino. No podías ver cómo lo mataban sin hacer nada.

Aquella fué una de las grandes movilizaciones -unitarias, heroicas, puras- de la sociedad española, una de esas raras ocasiones en la que las gentes de toda la geografía, como un solo hombre, se arrojan de los balcones de sus casas y salen en tromba de sus portales para encontrarse en las plazas, para desfilar por las avenidas, para compartir su quemazón, su indignación, su fortaleza y su esperanza. ¿Quién es el necio que dice que en España nadie se mueve, o que las movilizaciones no sirven de nada?

Las movilizaciones por la matanza de Atocha dieron un enorme empellón a la Transición democrática, e hicieron comprender a algunas élites que el movimiento obrero y popular no se conformaría con algunas migajas aperturistas; las movilizaciones tras el 23-F blindaron la unidad contra el golpismo e hicieron que las libertades y derechos conquistados no tuvieran marcha atrás; las movilizaciones del No a la Guerra, las más masivas de toda Europa, mostraron la voluntad de la sociedad española por la Paz y contra la participación en aventuras bélicas… Cada vez que los españoles, golpeados por alguna amenaza, hemos saltado eléctrica, masiva y unitariamente a las calles, un terremoto de avance ha conmovido la Historia.

El Espíritu de Ermua, aquellas 48 horas de manos blancas, de carteles, de “sin pistolas no sois nada” o de “aquí estamos, nosotros no matamos”, de lágrimas y silencio frente al televisor, de vigilia y ansiedad, y sobretodo de lucha, de fuerza y unidad -desde Cádiz a Bilbao, desde Barcelona a Madrid-… galvanizaron a una sociedad española en su determinación de derrotar al terrorismo con la democracia en la mano.

Aquellos dos días de chantaje terrorista fueron el principio del fin de ETA. En aquellos momentos los vascos más valientes, inflamados de coraje e indignación- perdieron el miedo y se concentraron frente a las sedes de Herri Batasuna para gritarles que el miedo había cambiado de acera. En aquellas horas muchas vendas se rasgaron en los ojos horrorizados de muchos abertzales, muchas lágrimas corrieron, muchas autocríticas fueron pronunciadas en la intimidad, y muchos decidieron que el terror y la fuerza no podían ser una herramienta para alcanzar la independencia.«Aquellas 48 horas de manos blancas, de “sin pistolas no sois nada” o de “aquí estamos, nosotros no matamos”, de lágrimas y silencio frente al televisor, de vigilia y ansiedad, de lucha, de fuerza y unidad… galvanizaron a una sociedad española en su determinación de derrotar al terrorismo»

Ahora los mediadores internacionales entregan sus credenciales, considerando que ya han hecho su trabajo; los presos terroristas buscan en la negociación individual -y no en el tratamiento de ‘combatiente’ o de ‘preso político’- un alivio de su condena o un acercamiento al País Vasco; los alcaldes y concejales abertzales -aunque sin ninguna autocrítica bajo el brazo- acuden a los actos de recuerdo a Miguel Angel Blanco, y hasta el ayuntamiento de Errenteria (EH Bildu) homenajea a sus tres concejales asesinados por ETA.

No lo duden: ETA está derrotada, quebrada y arrodillada. Policialmente, políticamente y socialmente. No va a volver. Su lugar está en el estercolero de la Historia.

Pero eso no quiere decir que el veneno de la serpiente y el hacha haya sido escupido, ni que sus nauseabundos vástagos hayan renunciado a tener un nicho entre nosotros. Lo que se libra ahora es una batalla por la memoria, por poder celebrar la memoria de las víctimas y de la lucha contra ETA con orgullo… o que esté empañada de un barniz incómodo o inconveniente.

“-¿Celebrar el veinte aniversario del Espíritu de Ermua?”, “-¿Otra vez con Miguel Angel Blanco?”, “-¡Propaganda del PP!”, dicen con desdén algunos progres de mirada turbia. Como queriendo competir en ignominia con los que -como Pablo Casado- desprecian la memoria de las víctimas del franquismo y llaman ‘carcas’ a los que quieren defender la memoria histórica y restaurar la dignidad de sus muertos de cuneta. Los progresistas y los demócratas tenemos un deber para con quién dejó su vida defendiendo la libertad que todos disfrutamos. Celebrar su memoria merece ser un deber y un orgullo.

Miguel Angel Blanco era concejal del Partido Popular. Como tantas otras víctimas del fascismo etarra, o como tantos otros miles de concejales y militantes valientes que decidieron quedarse en Euskadi en los años más negros del terror. Decidieron, como muchos otros del PSOE, vivir con miedo y defender la libertad. El Partido Popular tiene todo el derecho del mundo a vindicar a Miguel Angel, a mantener viva su memoria.

¿Pero la movilización del Espíritu de Ermua? Aquella fue de todos. Aquella pertenece a España entera. Aquella emoción forma parte de nuestra hermosa historia colectiva, del yunque que nos forja como pueblo. De esa preciosa colección del “yo también estuve allí”. Que nadie nos la quite.

5 comentarios sobre “Dos días que galvanizaron a España”

  • Una cosita más.
    «¿Es fácil saber quién eres?» Esto suena a mafia, ¿no? A matonismo.
    Menudos valientes. Defensores del Estado nacido de la Constitución monárquica y burguesa de 1978. Nunca como en vuestro caso se ha usado mejor la expresión «funcionales al sistema».
    Besitos, guapo. Y saludos a la familia ( o sea, al Comité Central de ese partido superdemócrata que solo ha tenido dos congresos en 40 años). Jeje. A pensar, majo.

  • Cuánta hipocresía. Por esos años, en UCE se decía que la única esperanza internacional estaba en los Jemeres Rojos y en Sendero Luminoso, especialistas en asesinatos injustificados.
    Si la buena gente que circula por las bases y por Recortes Cero profundizara un poco en la historia política de esta organización mafiosa…

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