Literatura

Tumbas sin sosiego

Este libro de Rafael Rojas (historiador y ensayista de origen cubano residente en México, co director desde 2002 de la revista «Encuentro de la Cultura Cubana» y colaborador habitual de revistas y diarios como «Letras Libres», «El Paí­s» o «El Nuevo Herald») es, sin duda, uno de los panoramas más completos, minuciosos y esclarecedores de que podemos disponer hoy para adentrarnos en el complejo y espinoso laberinto de la cultura cubana, una cultura fragmentada, dispersa, dividida y confrontada, como lo está también el pueblo y la sociedad cubana.

En este contexto, extremadamente olarizado, Rojas describe y analiza las contradicciones, vicisitudes y expectativas de la cultura cubana desde lo que podríamos llamar una “tercera vía” (que no es un punto de equilibrio, ni de equidistancia, ni de neutralidad, sino eso exactamente: “otra vía”) entre los dos polos antagónicos que siguen representando, de un lado, el régimen de Castro, y de otro, la Fundación Nacional Cubano-Americana, que lidera el exilio de Miami. Frente a este perpetuo y explosivo “choque de trenes”, Rojas encarna –y este ensayo es una prueba de ello todo él– la voluntad de una parte del exilio de crear “espacios de encuentro” entre los sectores más reformistas del régimen y de la diáspora con vistas a propiciar una “transición pacífica a la democracia”, toda vez que, según Rojas, “la revolución ha muerto” y la reforma tarda en llegar, creando un período de vacío cargado de peligros.Discípulo y amigo de Moreno Fraginals (a quien dedica el libro), Rojas aborda en esta extensa revisión de los conflictos culturales de Cuba a lo largo del siglo XX dos temas esenciales: los diversos modos en que intelectuales, artistas y escritores se enfrentaron al hecho que partió la historia de Cuba en dos (la Revolución de 1959, con las sucesivas fases que ha recorrido hasta hoy) y las distintas formas en que la cultura cubana dirime, actualmente, los “conflictos de memoria” que derivaron de aquella experiencia.Para abordar el primer tema, Rojas elabora una minuciosa y certera panorámica del clima intelectual reinante en Cuba en los dos decenios anteriores, desde la adopción de la Constitución republicana de 1940 (fruto de la revolución del 33) hasta el derrocamiento de Batista en 1958, y luego, a continuación, revisa con detenimiento y profundidad, la historia intelectual de los años 60, los únicos “auténticamente revolucionarios”, que tendrán su fin cuando el régimen adopte irreversiblemente una deriva hacia el “modelo soviético”.El primer núcleo esencial del libro es la reconstrucción de la vida cultural cubana en el período de la República, retrotrayéndose a los antecedentes de los años 20 hasta desembocar en el período crucial que va de 1940 a 1959. Rojas enfoca el prisma cultural de la República como un poliedro en el que convergen, coexisten y se disputan el espacio público tres políticas intelectuales distintas, tres “nacionalismos republicanos” de diferente signo: tres corrientes que el autor coloca bajo tres epígrafes inamovibles y quizá excesivamente esquemáticos, que son el liberal, el católico y el comunista, cada uno con sus figuras destacadas, sus medios de expresión y sus estrategias discursivas. “La coexistencia entre dichas corrientes fue siempre polémica y civilizada –dice Rojas, refiriéndose a este período–, aunque las tensiones entre ellas se agudizaron en torno a 1950 con el avance de la Guerra Fría y la llegada de la dictadura de Batista (1952-1958)”.Así, de coexistir en los años treinta en una misma publicación (Revista de Avance), se pasó en los años 40 a una diversidad, en que cada grupo elaboró su/s órganos de expresión propios: Orígenes (1944-1956), dirigida e inspirada por Lezama Lima, sería el órgano de expresión y creación de los católicos (aunque este concepto resulte, a mi juicio, algo estrecho y poco descriptivo); Diario de la Marina, Bohemia y Ciclón (1955-1959) fueron los órganos de expresión liberales, donde destacaban las figuras de Jorge Mañach y Fernando Ortiz: y La Gaceta del Caribe y Nuestro Tiempo (1954-1958), agrupaban a la izquierda revolucionaria, marxista, con Marinello, Nicolás Guillén, Carpentier, etc.La Revolución de 1959 no sólo puso fin a la dictadura de Batista, sino también a la mayoría de estos órganos de expresión y debate cultural, dando pie al nacimiento de otros como Lunes de la Revolución, La Gaceta de Cuba, etc., en los que durante años permaneció vivo el debate entre todas las corrientes culturales de la isla. Ya que, de hecho, al menos inicialmente, tanto “católicos”(Lezama) como “liberales’ (Mañach) apoyaron el derrocamiento de Batista y el triunfo de la Revolución. El decantamiento de 1961 hacia el socialismo provocaría ya la desafección, el exilio de algunos, los más derechistas, los más vinculados a Estados Unidos. Otros quedarían reducidos progresivamente a un voluntario ostracismo. Fue en 1968-69, con el estallido del “caso Padilla” y el viraje del régimen cubano hacia la alianza con la URSS (apoyo a la invasión de Checoslovaquia), cuando se produjo una verdadera fractura irreparable en el interior de la cultura cubana, entre los “escritores del régimen” y los cada vez más numerosos “escritores de la diáspora” (Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, Raúl Rivero…).Tras trazar el cuadro general del período y dar cuenta detallada de algunos de los debates más importantes de esas décadas, Rojas elabora unos notables perfiles (inacabados) de algunos de sus protagonistas esenciales: Manuel Moreno Fraginals, Cintio Vitier, Cabrera Infante, Heberto Padilla, Roberto Fernández Retamar, Jesús Díez y Raúl Rivero, semblanzas que nos permiten recorrer las diversas opciones adoptadas por los intelectuales cubanos: la adhesión, la disidencia y el exilio.En la tercera (y última) parte del ensayo, titulada “Memorias armadas”, Rojas analiza la evolución de “las narrativas” cubanas de los últimos años y la forma en que las nuevas estrategias culturales de unos y otros abordan el problema de la memoria, la identidad y el futuro de Cuba, en un contexto en que la confrontación sigue siendo la actitud prioritaria, tanto dentro como fuera de Cuba.La lucha por la apropiación de la memoria, convierte así a los clásicos cubanos (que en cualquier cultura son objeto de un consenso general que nadie discute ni cuestiona) en “tumbas sin sosiego” de las que todos tratan de apropiarse.

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