Pese a los recelos de Bruselas, el nuevo Gobierno griego sigue dejándose querer por Moscú. Tras recibir al embajador ruso en Atenas horas después de tomar posesión —también vio al chino—, el primer ministro, Alexis Tsipras, ha aceptado la invitación del presidente Vladímir Putin, con el que este jueves conversó por teléfono, y viajará el próximo 9 de mayo a Moscú. La elección de la fecha —ese día se conmemora la victoria sobre los nazis— es todo menos casual, con 17 “nazis”, como los llamó ayer miércoles el ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, en el nuevo Parlamento como tercera fuerza política (Aurora Dorada), incluidos media docena en prisión preventiva por asociación criminal.
Las tradicionales relaciones históricas y culturales —y religiosas— entre ambos países pesan mucho en la ecuación diplomática, incluso en demérito de otros socios, pero no más que los intereses estratégicos y comerciales. Grecia depende casi en un 60% del gas ruso y fía su independencia energética a la construcción del trazado alternativo, desde Turquía, del cancelado gasoducto South Stream; Moscú, por su parte, aspiraba a concursar en el proceso de privatización de la red de ferrocarriles griegos y del puerto de Salónica (norte), que ha quedado en suspenso por decisión del nuevo Ejecutivo.
Aunque Atenas ha reiterado que no va a pedir, como hizo Chipre antes del corralito, ayuda a Rusia, Tsipras y Putin hablaron este jueves fundamentalmente de economía, y de la necesidad de incrementar los intercambios en turismo y energía. Pero también lo hicieron de alta diplomacia, y en concreto del papel mediador que Grecia puede desempeñar ante la UE a la hora de “lograr la paz y la estabilidad en Ucrania” (según el comunicado de la oficina de Tsipras), o, en lenguaje más llano, de bloquear la adopción de nuevas sanciones, como hizo la semana pasada en Bruselas. Los estrechos lazos con Moscú de los ministros de Exteriores y Defensa son sobradamente conocidos.
Entretanto, durante la primera reunión del grupo parlamentario de Syriza, Tsipras quiso mandar un mensaje de tranquilidad, tras el varapalo del Banco Central Europeo de la víspera y la nefasta apertura de la Bolsa, con pérdidas del 11%, luego corregidas al cierre al 3,3%. Como ya hiciera en ocasiones anteriores —y durante la campaña electoral—, Tsipras dijo: “Aseguramos que los depósitos en los bancos griegos están completamente garantizados”.
El único bálsamo que recibió fue la masiva manifestación ciudadana en apoyo del Gobierno. Convocada por las redes sociales, y bajo el lema “No nos dejaremos chantajear, no nos someteremos, no tenemos miedo, ni un paso atrás”, 7.000 ciudadanos se concentraron en Atenas y otros miles en otras ciudades griegas para protestar contra la medida del BCE. El Gobierno, que se mostró “firme en sus objetivos”, recibió insospechados apoyos, como los de un obispo que tildó a la canciller Angela Merkel de “ser sin corazón” e instó al Ejecutivo a dar batalla a Alemania.