Trump rompe el pacto nuclear con Iran

Trump ha roto el acuerdo nuclear con Irán, un hecho que tiene no solo graves repercusiones para la estabilidad de Oriente Medio, sino para el conjunto de la paz mundial.

La decisión tiene enormes repercusiones en primer lugar sobre la estabilidad de una de las zonas más explosivas del planeta, Oriente Medio. Pero además supone un golpe a Europa, ahondando en su degradación y encuadramiento, y tiene una relación directa con otro asunto trascendente para Washington: la inminente cumbre con Corea del Norte y el cerco militar sobre China.

El presidente norteamericano ha sacado a la superpotencia del llamado JCPOA (el Plan de Acción Conjunta por sus siglas en inglés), el acuerdo firmado en Viena en julio de 2015 entre el G5+1 (las cinco principales potencias nucleares, EEUU, Rusia, China, Francia y Reino Unido, más Alemania) y la República Islámica de Irán, por el que Teherán aceptaba paralizar su programa nuclear durante una década y someterse a las inspecciones internacionales, a cambio del levantamiento de las sanciones contra su economía. Trump ha ordenado reponer “al máximo nivel” y de forma inmediata las medidas de asfixia contra Teherán. “Mi mensaje es claro: EEUU no lanza amenazas vacías”, ha afirmado.

Nadie puede decir que ha sido una sorpresa. A lo largo de su año y medio de mandato, antes, durante y después de las elecciones, Trump ha arremetido siempre que ha tenido ocasión contra el acuerdo nuclear con Irán, uno de los mayores hitos de la política internacional de Obama, zarandeándolo en público y llamándolo “el peor de los acuerdos”.

La Casa Blanca exigía que Irán abandonase “para siempre” sus pretensiones de desarrollar energía atómica, que desmantelase su sistema balístico y que renunciase a ejercer su influencia en Oriente Medio, algo a todas luces inaceptable para la soberanía nacional de cualquier país. Trump ha hecho suya la posición de los sectores más agresivos de la clase dominante norteamericana y del Israel de Netanyahu, que siempre han dicho que la pretendida paz nuclear era una ficción que daba oxígeno a los ayatolás para desarrollarse nuclearmente mientras expandían su influencia por la región.

De nada han servido las reiteradas declaraciones (hasta en nueve ocasiones) del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) -y de los propios inspectores estadounidenses- de que Teherán está cumpliendo escrupulosamente con sus compromisos con el acuerdo nuclear, incluso sacando verificadamente de su país todo el combustible (uranio y plutonio).

No han servido de nada porque la decisión de romper el JCPOA estaba tomada desde hacía tiempo por la Casa Blanca. De hecho la ruptura del acuerdo busca -desde la estrategia norteamericana- tres efectos.

Primero, obviamente, colocar de nuevo a Irán -de lleno- en el «Eje del Mal», en el centro de la diana. Trump se alinea así con los sectores más belicistas y agresivos de la clase dominante norteamericana, algo que ya se vislumbraba con el nombramiento de varios halcones en su equipo presidencial: a Mike Pompeo (ex jefe de la CIA) como Secretario de Estado, defenestrando a Rex Tillerson; a John Bolton (uno de los cuadros más destacados del gobierno de G.W.Bush y conocido partidario de una línea agresiva y belicista) como consejero de Seguridad Nacional; y a Gina Haspel (procedente del ala de operaciones encubiertas y conocida torturadora) al frente de la CIA.

La ruptura del acuerdo nuclear busca incidir en las contradicciones internas de la República Islámica, golpeando al gobierno de Rohaní que ha esgrimido la firma del JCPOA (siglas del acuerdo nuclear en inglés) como uno de sus principales logros. Trump azuza en el enfrentamiento entre los distintos sectores y tendencias dentro de la clase dominante iraní. Para lograr, en una típica maniobra del “cuanto peor, mejor”, que los sectores más conservadores y agresivos del régimen de los ayatolás, los más opuestos a la diplomacia y más inclinados al enfrentamiento, arrinconen o defenestren a los moderados de Rohaní. Consiguiendo un Irán amenazador que -ahora que del ISIS no quedan apenas más que cenizas- justifique una escalada de intervención norteamericana, de la OTAN o de Israel y Arabia Saudí, en la zona.

Segundo, ningunear y degradar a Europa, buscando encuadrarla militarmente. Trump ha querido dejar claro que de nada han servido las intensas gestiones diplomáticas de sus tres principales aliados europeos, con las visitas del presidente francés, Emmanuel Macron; la canciller alemana, Angela Merkel, y el ministro de Exteriores de Reino Unido, Boris Johnson, en cuyas agendas estaba en primer lugar la petición a Trump que mantuviera el acuerdo nuclear.

Nada de todo eso ha servido. Ni siquiera la pretendida “luna de miel” entre Trump y Macron, y la escenificada buena sintonía entre ambos. El presidente francés acudió a Washington con el objetivo de implorar al emperador que no dinamitara el JCPOA y retomara las sanciones aprobadas por el Capitolio en 2012, que incluían no solo castigos al banco central iraní, sino sanciones a las compañías internacionales que operaran en EEUU y que mantuvieran transacciones con Teherán. Algo que hacen las principales potencias europeas y en especial Francia: la petrolera Total lidera un consorcio que ha anunciado inversiones en gas iraní por 4.800 millones de dólares. Besos, abrazos, sonrisas y cenas de gala, Emmanuel. Pero no olvides nunca quien manda aquí.

La superpotencia ha querido dejar claro que bajo la presidencia de Trump cualquier atisbo de la línea de Obama o Clinton de «hegemonía consensuada» ha quedado enterrada. Nosotros ordenamos, vosotros acatais. Y más os vale secundarnos en nuestros ataques militares (como Macron bombardeando Siria, con quien escenificó un trato un trato cálido), si no quereis ser degradados todavía más,como la Alemania de Merkel, renuente a participar en las empresas militares, a quien Trump depara un trato frío y cortante, cuando no un abierto y agrio desdén.

Tercero, y seguramente más importante: con la ruptura del pacto nuclear con Irán se prepara el terreno, sacando músculo, para la gran negociación que Trump tiene entre manos: la cumbre con Corea del Norte, que tiene hondas repercusiones en el cerco militar que la superpotencia levanta contra su gran enemigo geoestratégico, China.

Los acontecimientos en torno a la península de Corea y en el Extremo Oriente, donde avanza el entendimiento entre Seúl y Pyongyang (favorecido por las intensas gestiones diplomáticas de Pekín) tienden a ir crecientemente en contra de los planes norteamericanos. La concordia entre las dos Coreas, el avance de la diplomacia entre China y la India o la reciente cumbre de los países del sudeste asiático acordando reforzar sus relaciones comerciales con Pekín y Delhi (en detrimento de los lazos con Washington) así lo confirman.

Pero estamos hablando de la zona geoestratégicamente clave del planeta, Asia-Pacífico, y del objetivo más importante para la superpotencia, la contención de China. Washington va a intervenir, y tiene sobrados instrumentos -políticos, económicos, diplomáticos y militares- para hacerlo con fuerza. La ruptura del JCPOA con Irán está directamente relacionada con esto, por eso sus repercusiones sobre la paz mundial no se limitan solo a agitar el peligrosísimo polvorín de Oriente Medio.

Sin embargo, al hacer esta jugada, el gobierno Trump juega a doble o nada. Puede ocurrir que tenga éxito en el órdago: que Irán gire hacia una mayor agresividad (retomando la carrera nuclear) que justifique una mayor intervención norteamericana en Oriente Próximo junto a Israel y Arabia Saudí; que Washington profundice en la degradación y encuadramiento marcial de sus vasallos europeos en los planes del Pentágono; y golpear y enturbiar el panorama de paz y entendimiento de las naciones de Asia-Pacífico.

Pero también puede ocurrir que la jugada de Trump revele la creciente desnudez del emperador. Que el tratado nuclear de Irán con el resto de los firmantes -China, Rusia, Francia, Reino Unido, y Alemania) se mantenga a pesar de la ruptura de Washington. Que sus aliados europeos se muestren renuentes a seguir a la línea Trump en esta aventura. No hay nada decidido en un panorama mundial dinámico y cambiante, donde los pueblos avanzan y el hegemonismo -de cuyas garras de tigre hay siempre que prevenirse- retrocede.

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