Washington necesita a toda costa que sus aliados europeos de la OTAN eleven su presupuesto militar, para que el Pentágono pueda concentrarse en Asia-Pacífico.
«Muchos de ustedes adeudan cantidades enormes de dinero de años anteriores. 23 de los 28 Estados de la OTAN no gastan lo que deben. Es injusto para el contribuyente de EEUU”. Estas fueron algunas de las invectivas que Trump -fiel a su estilo directo y cortante- encajó en el estómago de los jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN, para pasar a exigirles que eleven apresuradamente sus gastos en defensa hasta el 2% del PIB, y a que se involucren de forma mucho más directa en los desafíos que afronta el orden mundial de EEUU.
Más allá de las formas, el paso del presidente Donald Trump por la flamante sede de la OTAN tenía dos objetivos: multiplicar la exigencia para que el aumento de gasto militar de sus aliados se haga efectivo cuanto antes, y que la OTAN dé pasos firmes para la implicación en los escenarios de conflicto en Oriente Medio, norte de África y este de Europa, para que Washington pueda concentrarse en el área del Asia-Pacífico y la contención de China.
La exigencia norteamericana de que los miembros de la OTAN aumenten sus gastos militares hasta el 2% forma parte del ‘cuore’ de los intereses de la superpotencia. Lo exigió Obama, lo exigió Hillary Clinton y hasta Bernie Sanders. Lo que diferencia a Trump son las formas cuartelarias e imperativas de su orden. De momento sólo Reino Unido, Grecia, Polonia y Estonia destinan ese porcentaje. La mayoría están aún lejos de las exigencias del Pentágono: Alemania gastó en 2016 el 1,19% de su PIB en defensa, Francia un 1,78%. Canadá, Eslovenia, Bélgica o España gastan menos del 1%. Sólo las repúblicas bálticas, espoleadas por el enfrentamiento con Rusia, parecen haberse sumergido en una frenética carrera por aumentar su presupuesto militar. Letonia aumentó su gasto de defensa en un 42% en 2016 y Lituania aumentó sus desembolsos en un 34%.
No es la primera vez que los aliados de la OTAN reciben una severa reprimenda por no gastar lo suficiente en defensa y no elevar más rápidamente su presupuesto militar hasta el 2% de su PIB. Pero la forma escogida por Trump para abroncar a sus vasallos de la OTAN sólo puede calificarse de degradación humillante y calculada. Esperó a tener a todos los líderes juntos, con las cámaras grabando en directo. Aguardó a la inauguración de un monumento conmemorando los atentados del 11-S, y tras el solemne minuto de silencio, tomó la palabra para afear la conducta a sus aliados en un agrio discurso. «Muchas de estas naciones deben cantidades enormes de dinero de años anteriores», dijo Trump. “23 de los 28 Estados de la OTAN no gastan lo que deben. Es injusto para el contribuyente de EEUU” y debe acabar, les recriminó. «Incluso ese 2% es insuficiente para cerrar la brecha; debería ser el mínimo para afrontar la amenaza tan feroz y real que tenemos», arengó el neoyorquino.
Trump insistió en que la OTAN tendría 119.000 millones de dólares más «si sus miembros cumplieran con sus obligaciones». Dado que la mayor parte del gasto militar se destina a la compra de armamento, vehículos y equipación de alta tecnología, cuyos principales fabricantes son las industrias armamentísticas contratistas del Pentágono, se trata de beneficios que ansían recaudar los monopolios del complejo militar-industrial norteamericano conforme los vasallos europeos -espoleados por las cinchas de Trump- respondan a las exigencias de la Casa Blanca.
No se acabaron ahí las muestras de degradación de Europa. Desde el empujón con el que Trump apartó al presidente de Montenegro para ponerse el primero en la foto, a declarar que «los alemanes son malos, muy malos», unas horas después, en la cumbre del G-7. Los dirigentes europeos suspiran por el trato que les deparaba Obama, y se muestran estupefactos de la aspereza y las malas maneras del nuevo presidente.
Sin embargo, visto de conjunto, en la cumbre de la OTAN no primó el distanciamiento, sino el plegamiento a las exigencias de Washington. Aunque los ritmos que exhorta Trump se enfrentan a las reticencias de los europeos, sometidos a la austeridad y a techos de gasto público -dado que un aumento brusco de gasto en defensa en detrimento de otras partidas podría crear turbulencias y estallidos de descontento popular en una Europa donde ya están a la orden del día- todos aceptaron la obligación de elaborar y presentar planes a Washington de cómo lo van a materializar, que deberán ser aceptados y fiscalizados. Otro síntoma de degradación.
Escenarios de conflicto: exigencias norteamericanas, resistencias europeas.
Además del aumento del gasto, las intensas presiones norteamericanas buscan que los europeos de la OTAN se impliquen de forma mucho más intensa y directa en los escenarios de guerra de Oriente Medio y África. Y de nuevo son los gobiernos de la UE -en especial Alemania y Francia- los que más resistencia oponen. Pero a pesar de ellas, la OTAN se integrará en la lista de miembros de la coalición internacional contra el ISIS que lidera EEUU. «Eso no significa que la OTAN vaya a participar en operaciones de combate”, ha insistido el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. La Alianza ya viene apoyando a la coalición anti-ISIS con sus aviones de vigilancia, pero el objetivo del Pentágono es que aporten tropas sobre el terreno, algo que levantaría más que ampollas en la opinión pública de los países europeos.
De momento, las reticencias de las clases dominantes europeas han conseguido que sus ejércitos no participen con infantería -sí con bombardeos aéreos- en las guerras de Siria o Libia. Pero masacres terroristas como las de Berlín o Niza empujan a dar ese paso. La cumbre transcurrió sólo cuatro días después de la matanza juvenil de Manchester, con un clima de miedo y terror que intenta forzar que Europa se encuadre sin rechistar en los planes de guerra del Pentágono.