Lucha entre Trump y los demócratas

Trump: o muro o cierre gubernamental

La pugna entre Trump y los demócratas lleva a EEUU a momentos de semiparálisis.

No es la primera vez, ni será la última. Desde que llegó a la Casa Blanca, Trump lleva amenazando con vetar cualquier presupuesto aprobado por el Capitolio que no incluya fondos para construir su muro. Sin la firma del Presidente en la factura de gasto, las actividades de muchos departamentos y organismos del Gobierno federal están abocados al government shutdown (cierre gubernativo), a un cierre parcial. Este extremo, fruto del desacuerdo entre republicanos y demócratas, ha ocurrido una veintena de veces desde 1976, y tres veces desde que Trump está en la Casa Blanca. Pero si en las anteriores ocasiones el forcejeo duró apenas unos días, en esta ocasión va entrar en la tercera semana. Y Trump se ha mostrado dispuesto a no cejar en su pulso, declarando que puede durar “meses y años”.

Más allá de la literalidad de esa afirmación, ello revela que detrás de esta batalla se juega mucho más que la barrera fronteriza o la política migratoria. El pulso tiene pocos visos de resolverse a corto plazo, porque tiene como trasfondo una verdadera batalla entre las dos fracciones de la clase dominante estadounidense ―de las que Trump y sus oponentes demócratas son representantes―, en la que está en juego la correlación de fuerzas y los límites que cada una puede imponer a su rival.

Los demócratas, que corresponden a la fracción opuesta a la que ahora ocupa la Casa Blanca, acaban de recuperar el control de la Cámara de Representantes en las recientes elecciones legislativas de noviembre, y están buscando demostrar a Trump que, a partir de ahora, su poder será limitado. El Presidente, que cuenta con la mayoría de los republicanos, que mantienen el control del Senado con 53 escaños frente a 47, sabe que tiene que ganar este forcejeo, porque si no el resto de su legislatura estará marcada.

Detrás de esta batalla hay en juego mucho más que la barrera fronteriza o la política migratoria; es otro episodio de la aguda pugna entre las dos fracciones de la clase dominante estadounidense

Ahora bien, esta pugna tiene consecuencias para la administración de EE.UU. El cierre gubernativo afecta a nueve departamentos (Estado, Agricultura, Comercio, Seguridad Nacional, Vivienda y Desarrollo Urbano, Interior, Justicia, y Transporte y Tesoro) y a los innumerables organismos que están bajo su mando. En total abarcan a 800.000 funcionarios, de los que casi la mitad tienen que quedarse en casa, sin paga, y otros 420.000, considerados esenciales (como los agentes del FBI o de aduanas, los funcionarios de prisiones, el personal de la policía antidroga, la guardia costera o el personal que controla  los aeropuertos), están obligados a trabajar sin cobrar. Otros departamentos, como el de Defensa, funcionan con normalidad porque disponen de presupuestos cerrados.

La superpotencia mantiene funcionando sus órganos vitales, pero el cierre la sume en un marasmo que en nada beneficia a sus intereses. Wall Street se mantiene cauta, pero sus analistas calculan que cada semana de cierre gubernativo devora el equivalente a 1.200 millones de dólares. Si se prolonga más tiempo, puede llegar a significar el 0,2% del producto interno bruto (PIB) de una economía en la que los estímulos fiscales de los primeros meses de Trump empiezan a desvanecerse, y comienzan a aparecer signos de desaceleración.

La pelea está en todo lo alto. Trump ha lanzado un mensaje televisado a los estadounidenses, en todas las grandes cadenas y en horario de máxima audiencia, para alarmarles porque existe una “creciente crisis humanitaria y de seguridad” en la frontera sur del país, explicando que “el Gobierno está cerrado por una sola razón: la negativa de los demócratas a financiar la seguridad fronteriza”. El llamamiento, dramático y demagógico (“¿cuánta más sangre de estadounidenses hay que derramar para que los congresistas hagan su trabajo?”), relacionó la criminalidad y la ola de drogas que sufre EE.UU. con la inmigración, a pesar de que las propios datos oficiales indican un decrecimiento drástico de las entradas ilegales en el país, que han pasado de 1,6 millones de en 2000 a 400.000 en 2018, y de que las rutas de entrada de la droga en EE.UU. poco tengan que ver con los “espaldas mojadas”. Pero Trump llegó a vincular a los migrantes con “terroristas que cruzan la frontera”.

La única crisis humanitaria en la frontera de EE.UU. con México es la que está provocando el endurecimiento de la persecución y el confinamiento de las familias de indocumentados que son atrapadas por los vigilantes, medidas que han generado imágenes durísimas de niños separados de sus padres, o que han provocado que dos niños hayan fallecido, por deshidratación y falta de atención sanitaria, mientras estaban bajo la custodia federal.

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