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Trump está poniendo al mundo contra EEUU

4-5-2017


Se ha hablado mucho de la errática política exterior del presidente Trump: las posiciones extravagantes, los cambios de 180 grados, los errores… Pero mucho más dañino a largo plazo podría ser lo que algunos han empezado a llamar ‘el efecto Trump’: su impacto en las políticas internas de otros países. Este efecto parece ser poderoso, negativo y duradero. Y puede minar décadas de política exterior estadounidense exitosa.

Miren México. Durante generaciones, este país se definió por un fiero antiamericanismo. Fundado por un movimiento revolucionario radical, alimentado por la rabia contra el imperialismo estadounidense y su arbitrariedad, México rara vez estaba dispuesto a cooperar con Washington. Desde los años 90 el paisaje ha cambiado, de hecho casi se ha revertido. Gracias a un liderazgo inteligente en México D.F. y a un sostenido acercamiento bipartidista desde Washington, EEUU y México se han convertido en vecinos amistosos, socios comerciales activos y aliados en seguridad nacional.

México compra más productos estadounidenses que China y es, de hecho, el segundo mayor destino para las exportaciones de EEUU, después de Canadá. Las ventas a México han crecido un 455% tras la aprobación del NAFTA. El país coopera con Estados Unidos en la seguridad fronteriza, ayudando a interceptar cargamentos de drogas y deportando a decenas de miles de inmigrantes centroamericanos que tratan de entrar ilegalmente en EEUU. México es un aliado de Estados Unidos en la mayoría de las negociaciones y organizaciones internacionales.

Todo eso puede cambiar fácilmente.

Durante el pasado año, a medida que Trump ha atacado y humillado a México y a su gente, el paisaje político allí ha cambiado. La ya descendente aprobación del presidente Enrique Peña Nietose hundió después de que se le viese como demasiado conciliador hacia Trump. Ahora es muy posible -de hecho, probable- que el próximo presidente de México sea un populista-socialista antiamericano similar al venezolano Hugo Chávez. Andrés Manuel López Obrador tenía un porcentaje de intención de voto de alrededor del 10% a principios de 2015. Ahora está sobre el 30%, el favorito entre los potenciales candidatos en las elecciones del año que viene.

Una victoria de López Obrador sería un desastre para México, pero también para Estados Unidos. Probablemente devolvería a México a sus días de socialismo corrupto y economía disfuncional, sostenido por el populismo y el nacionalismo. López Obrador ha descrito a Trump como un “neofascista”, ha atacado la administración de Peña Nieto por ser demasiado débil a la hora de enfrentarse a Trump y ha prometido ponerse duro con Washington. En febrero, empezó un tour por ciudades estadounidenses, hablando ante grandes mítines de mexicano-americanos y oponiéndose de forma simbólica a Trump.

Ahora consideremos Corea del Sur. La demanda de Trump de que Seúl pague por el sistema de defensa antimisiles THAAD, amenazando con dar marcha atrás en el acuerdo existente con Washington, ha alimentado las fuerzas surcoreanas que se oponen a ese sistema en cualquier caso, junto a cualquier medida militar agresiva contra Corea del Norte. Trump ha lanzado de forma casual varios desprecios hacia uno de los principales aliados de EEUU, aceptando la afirmación de Pekín de que antaño Corea perteneció a China, y amenazando con romper el acuerdo de libre comercio entre EEUU y Corea del Sur. Este país se enfrenta a elecciones presidenciales anticipadas, y el candidato que más se está beneficiando de las payasadas de Trump es el izquierdista Moon Jae-in. El antiamericanismo ha regresado con fuerza Corea del Sur, aunque no tan fuertemente como a México, donde la imagen favorable hacia Trump es de apenas un 3 por ciento.

Si estas tendencias se endurecen, podría implicar décadas de dificultades para la política exterior estadounidense. Lidiar con Corea del Norte es ya de por sí suficientemente duro, pero con una Corea del Sur renuente y determinada a que no se la vea como abiertamente proestadounidense, se volvería imposible. Afrontar las cuestiones del narcotráfico, el control de fronteras y la inmigración se volvería mucho más duro si el Gobierno mexicano da marcha atrás en la cooperación con Estados Unidos.

Hay otros lugares donde el efecto Trump se ve también claro. La política en Irán se ha vuelto más favorable a los intransigentes, y la reelección del relativamente moderado presidente Hassan Rouhaní, que antes parecía asegurada, está ahora en riesgo. El Líder Supremo, el Ayatolá Alí Jamenei, parece estar haciendo campaña contra él y apoyando a un candidato mucho más antiamericano. En Cuba, Raúl Castro ha pasado de inclinarse por una mejor relación con Estados Unidos a arremeter contra Trump y sus políticas. A lo largo y ancho del planeta, los amigos de EEUU están avergonzados y a la defensiva, y sus enemigos se regodean.

En diplomacia, los grandes estadistas siempre tienen en mente una realidad crucial: cada país tiene su propia política interna. La retórica cruda, las demandas extrañas, las políticas a medio pensar y los golpes oportunistas ponen a los líderes extranjeros contra las cuerdas. No pueden permitirse que se les perciba como plegados a Estados Unidos, y ciertamente no a una nación dirigida por alguien decidido a demostrar que para que EEUU gane, otros deben perder. Esa es una gran diferencia, entre muchas otras, entre lograr un acuerdo inmobiliario y gestionar la política exterior.

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